a imagen de la que parte el programa Sembrando Vida es un campo derrotado y abandonado, sin organización comunitaria, ni tenencia colectiva de la tierra, donde los campesinos individuales no cuentan con los recursos ni con los conocimientos necesarios para producir alimentos, de ahí que a partir de la formación de Comunidades de Aprendizaje Campesino el programa propone reconstruir el tejido social. Pero la realidad rural mexicana, es muy otra, la existencia del ejido y de la comunidad ha mantenido el sentido de identidad de los pueblos con su territorio, que ha sido cuna de los más importantes movimientos sociales. En el campo existe un sinnúmero de procesos organizativos autogestionarios, planes de vida comunitarios y regionales, comités para atender necesidades, asociaciones, colectivos, empresas campesinas. Actualmente los pueblos originarios y los campesinos luchan contra el despojo de sus territorios y demandan autonomía.
Las llamadas Comunidades de Aprendizaje Campesino (CAC), que según sus promotores son el corazón del programa, forman una organización paralela a la asamblea comunal o ejidal, que es la principal autoridad en el territorio. En sentido contrario a la estrategia de las comunidades mejor organizadas que fortalecen el poder de sus asambleas, las CAC no informan ni rinden cuentas a las asambleas agrarias.
Las CAC son organizaciones clientelares pues dependen de los recursos del programa. Están integradas por dos técnicos y 25 campesinos entre quienes se establece una relación de subordinación. Los técnicos tienen un amplio poder de decisión sobre quiénes ingresan o son suspendidos del programa. Los campesinos ocupan la parte más baja de una cadena de mando vertical y sus propuestas pocas veces son escuchadas.
Los integrantes de cada CAC deben proponer un plan de trabajo y definir un horario diario para laborar en sus parcelas y en los viveros o biofábricas que ellos establecen en cada comunidad. Los campesinos añoran el gran margen de libertad que tenían sin el programa y algunos se consideran peones en su propia tierra. Esto ha propiciado que, a pesar de la necesidad de los recursos, algunos decidan abandonarlo.
Sembrando Vida, según el gobierno, es también el mayor programa de reforestación de América Latina, puesto que se propone plantar más de un millón de hectáreas de árboles frutales y maderables. Así el gobierno intenta contrarrestar las críticas a los impactos ambientales que ocasionarán sus megaproyectos y su impulso a las energías fósiles. Pero para lograrlo se requieren cerca de mil millones de plantas. Su inexistencia ha sido uno de lo mayores cuellos de botella del programa. Los especialistas forestales alertaron desde el inicio sobre la falta de capacidad de producción. Durante 2019 se plantaron y sobrevivieron sólo alrededor de 14 por ciento de la meta, de 575 millones de árboles. Además, el gobierno no ha hecho público un mapa de deforestación, ni mucho menos la localización de las parcelas a reforestar para comprobar que se trata de terrenos degradados, potreros o previamente sembrados.
Conseguir las plantas de frutales y maderables y lograr que prendan es también uno de los problemas para los campesinos. En el programa se orienta a que una hectárea se destine para sembrar milpa intercalada con árboles frutales, y una hectárea y media se dedique a sistemas agroforestales. Los primeros lineamientos de operación establecían que el programa dotaría a los campesinos de los apoyos en especie necesarios: semillas, plantas, herramientas. Pero las reglas de operación de 2021 reducen la obligación del Estado para proporcionarlos y la colocan como una posibilidad. Así, varios campesinos de diferentes regiones han informado que ellos deben comprar las plantas en los viveros definidos por el programa. Un cedro o un limonar cuesta 60 pesos y 10 pesos su transporte. Además la plantación necesita riego, y el trabajo campesino y los costos de acceso al agua dependen de la localización de la parcela y del tipo de terreno. Si está cerca del camino pueden llevar tambos de agua en camioneta, pero si es terreno arenoso deben comprar mangueras. Sufraga esos implementos cada campesino que invierte buena parte de los recursos del programa.
En regiones en que la superficie parcelada es muy pequeña, la siembra de árboles compite con la producción de alimentos, Algunos campesinos preferirían destinar sus 2.5 hectáreas a la milpa para garantizar la alimentación de la familia, pero no es permitido.
Varias comunidades buscan cómo dar la vuelta al programa para evitar los conflictos que provoca su manejo individual, en tanto otras comunidades fuertes y bien organizadas han prohibido en sus estatutos participar en él.
Establecer una organización con base territorial afín a los intereses del gobierno resulta en la realidad más complicado que en un campo derrotado.
* Directora del Centro de Estudios para el Cambio en el Campo Mexicano