ace unos días empezó a circular un libro que nos permite vislumbrar cómo la vida cultural en México ha venido a menos.
Leyendo la crónica de una amistad rota entre Octavio Paz y Carlos Fuentes parecería que vivimos en un páramo por el paupérrimo debate intelectual.
Actualmente, más que razones se intercambian insultos en la plaza pública y, lejos de jugar con las cartas en la mesa, se ocultan. No debería sorprendernos que muchos comentópatas hablen en nombre de la verdad circulando mentiras, mientras a su integridad intelectual se le nota el patrocinio. Son pocos los intelectuales, como Elena Poniatowska, a quienes hacer pública su postura política no les impide ejercer la crítica de los suyos.
Estrella de dos puntas, Octavio Paz y Carlos Fuentes: Crónica de una amistad, de Malva Flores, da cuenta no sólo de los motivos de la ruptura de esos dos escritores, sino de la riquísima vida cultural que tuvieron, siempre con las cartas sobre la mesa, aun al costo de la impopularidad, de perder su estabilidad económica o comprometer su integridad física.
Ese libro de más de seiscientas páginas nos ofrece una visión panorámica de la intensa vida cultural de la segunda mitad del siglo XX, que son los años de esa amistad vigorosa en un principio y después intermitente. Ya quisiéramos volver a ver el valor civil de un Carlos Fuentes arropando a un presidente como Luis Echeverría (Echeverría o el fascismo
) o como el propio Paz, que dejó la zona de confort de una embajada al renunciar por la masacre en la Plaza de las Tres Culturas.
Tal parece que en el México de nuestros días la crítica
ha resurgido trepidante porque el nuevo centro del poder político eliminó patrocinios disfrazados y prebendas que, literalmente, inventaron carreras desde insospechadas secretarías de Estado como la de Agricultura.
Lo dice bien la escritora Malva Flores, recién galardonada con el Premio Maza-tlán de Literatura por el ensayo mencionado: la corrección política se ha comido al debate. Es cierto, tantos matices incluye uno en sus textos que terminan por no decir nada. Y quienes levantan la voz sin ellos, por la cercanía no sólo con el Príncipe, sino con el poder, ven invalidados sus dichos apenas abren la boca.
Al leer el libro de Malva Flores no se puede sino echar de menos los manifiestos, cartas de protesta, proclamas, ensayos bien fundados como aquellos que aparecieron cuando el régimen de Perón encarceló a Victoria Ocampo. Un tsunami de indignados encabezados por Camus, Huxley, Neruda, Paz y Gabriela Mistral exigieron que fuera liberada.
Es oportuna la aparición de Estrella de dos puntas para que no se sigan distorsionando ciertos hechos del pasado con verdades a medias, como la polémica que surgió por el famoso Coloquio de Invierno en 1992, que nació como respuesta al encuentro La experiencia por la libertad, que había organizado Octavio Paz dos años antes.
El desencuentro entre el grupo de la revista Vuelta y el de Nexos no fue sólo ideológico, ni por la no invitación de ciertos intelectuales a uno u otro foro como recientemente se ha referido a ellos, sino, principalmente, por el patrocinio de ambos: el de Paz fue financiado por la empresa Televisa, mientras el otro por Conaculta, que equivalía a la Secretaría de Cultura, y la UNAM, dos instituciones que manejaban recursos públicos .
Si los dos encuentros podrían ser acusados de cierta parcialidad o sesgo ideológico por la tendencia política de sus invitados, el que a uno lo financiaran recursos públicos fue motivo suficiente para ponerlo en cuestión.
Un lugar común atribuye a un texto de Enrique Krauze la ruptura entre Octavio Paz y Carlos Fuentes: Carlos Fuentes, la comedia mexicana, publicado en 1988. Estrella de dos puntas nos muestra que ese ensayo fue un episodio más en la paulatina fractura de esa amistad. Fue un episodio que levantó una polvareda y que hizo que muchos escribieran con bilis y caca, es cierto, pero sólo un episodio más.
Seguramente seguirán apareciendo nuevos datos sobre ese desencuentro y otros más acerca de las relaciones del mundo intelectual con el poder. Un mundo cada vez más atomizado por las famosas redes sociales y en el que más que razones, se intercambian sentencias.
Tiene razón Elena Poniatowska cuando dice que somos inferiores a nuestro pasado. En un mundo donde los especialistas
han suplantado a los intelectuales, se extrañan el rigor intelectual, el manejo del lenguaje como forma de razonamiento, el compromiso con la lucidez frente a lo distinto que ejercieron Paz, Fuentes, Monsiváis y, más cerca de nosotros, continúan ejerciendo Elena Poniatowska y Gabriel Zaid.
Si la democracia debe carecer de adjetivos, los participantes de la plaza pública deben tenerlos para mostrar sus cartas en la mesa y así nombrar, con propiedad, al pan, pan, y al vino, vino.