espués de haber competido y ganado un León de Plata en el festival de Venecia y ser exhibida en el festival de Toronto, la película Nuevo orden, de Michel Franco, participa ahora en la competencia internacional del festival de Chicago. El domingo sabremos si cosechará otro premio.
A ser estrenada en México este próximo jueves, Nuevo orden es el sexto largometraje de Franco y un cambio en su perspectiva que, hasta ahora, había sido intimista, enfocada a la interacción conflictiva de pocos personajes. Su alcance es esta vez de una sociedad completa, la mexicana, en un futuro cercano. Tan cercano que me resisto a llamarlo distópico.
Las primeras imágenes de la película sugieren el caos que vendrá a imponerse en el relato. Eso establece un clima de tensión que permea las escenas siguientes, descriptivas de una lujosa boda en una mansión del Pedregal entre Marian (Naian González Norvind) y Alan (Darío Yazbek Bernal), acompañados por sus familiares y amigos. Pequeños signos indican que las cosas no andan bien. Agua verde sale del grifo de la cocina y hay reportes de una manifestación que se ha salido del control de las autoridades; en eso, un ex empleado (Eligio Meléndez) interrumpe el festejo con la petición de un préstamo. Rebeca (Lisa Owen), la madre de la novia, decide despacharlo dándole una cantidad cualquiera. Marian es la única caritativa de la reunión y ofrece prestarle de su tarjeta de crédito, para lo cual necesitará abandonar la boda por unos instantes. En su ausencia, docenas de intrusos entran a la mansión. Han venido a matar y saquear. Escenas de pillaje y vandalismo ocurren en varios puntos de la Ciudad de México. Se impone la ley marcial.
Nuevo orden ha sido objeto de ataques en las redes sociales por ser una película clasista
, de parte de personas que sólo dicen haber visto el tráiler. Descalificada esa opinión de entrada, cabe señalar que en realidad es una película sobre el clasismo, sobre la profunda división entre los distintos estratos de la sociedad mexicana. En ese sentido, toca un nervio muy incómodo. Y lo hace de una forma provocadora (sin caer, por cierto, en el tremendismo), por lo que se convertirá en un objeto de polémica a partir de su estreno. Es lo más ambicioso que ha hecho Franco en su momento y la desazón que produce es indicativo de su eficacia.
Por su parte, Werner Herzog mira a los cielos en su nuevo documental Fireball: Visitors from Darker Worlds ( Bola de fuego: Vi-sitantes de mundos más oscuros). No se trata de los ovnis, sino de manifestaciones más concretas de lo extraterrestre: los meteoritos. Con la codirección del científico Clive Oppenheimer (que ya había colaborado con Herzog en Into the Inferno (2016), su documental sobre volcanes, el proyecto visita los principales lugares del mundo donde han caído meteoritos de diverso tamaño.
Ahora los excéntricos que habitualmente pueblan el cine de Herzog son, en esencia, científicos que han dedicado sus vidas a estudiar esos fragmentos de asteroides que caen sobre la Tierra. El cineasta permite que Oppenheimer haga las entrevistas, mientras él se limita a hacer comentarios entre poéticos y socarrones. Cuando la conversación se vuelve demasiado específica, Herzog interrumpe eso es muy complicado y no los vamos a torturar con detalles
. Y cuando llega al puerto yucateco de Chicxulub, lo califica de una playa tan olvidada de Dios, que uno quisiera llorar
. Mientras se escucha la canción A pesar de todo, entonada por Ana Gabriel a ritmo de mariachi.
La impresión general es demasiado salteada y ecléctica para tener un impacto. No se trata del documental más apasionante de su autor. Quizá lo más inquietante sea la visita a un centro telescópico en Hawai, cuya misión es detectar cualquier cuerpo celestial cuya trayectoria pudiera amenazar a la Tierra y sus habitantes. Tarde o temprano
, dice uno de los astrónomos, vendrá uno grande
.
Twitter: @walyder