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Apuntes postsoviéticos

Lucha de clanes

E

l tercer cambio violento de jefe de Estado, desde que formalizó su salida de la Unión Soviética, acaba de consumarse en la república centroasiática de Kirguistán con la dimisión forzada del presidente Sooronbai Dzheenbekov y la concentración del poder en manos de Sadyr Dzhaparov, el nuevo primer ministro sacado de la cárcel por sus seguidores.

La enésima revuelta ahí estalló cuando el partido del hermano del entonces presidente y otra formación ligada a los hermanos Matraimov (ahora caídos en desgracia) obtuvieron casi todos los escaños del Parlamento, dejando fuera a 12 partidos de oposición, que movilizaron a sus seguidores y, tras un día de disturbios, lograron la anulación de las elecciones.

El caos se apoderó del país con un mandatario que se resistía a renunciar y una oposición dividida en dos grandes bloques, liderados por dos políticos recién liberados de prisión, el ex presidente Almazbek Atambayev y el ex diputado Dzhaparov. La balanza se inclinó hacia este último al alinearse con él los titulares de los ministerios del Interior, Defensa y Seguridad del Estado, que volvieron a encarcelar a Atambayev y a su candidato a primer ministro, Omurbek Babanov, acusados de organizar los disturbios.

El nuevo líder del Parlamento, Kanat Isayev, declinó ser presidente en funciones y, por ley, el tercero en la línea de sucesión temporal, el premier Dzhaparov, se proclamó como jefe de Estado interino y será el encargado de llevar a cabo las elecciones parlamentarias y presidenciales entre noviembre y enero del año entrante.

Las montañas dividen Kirguistán por la mitad y, desde hace siglos, es gobernado por los clanes del norte y el sur, que se disputan el poder y pactan entre ellos quién debe asumir las riendas del país. Así, el norteño Askar Akayev gobernó de 1990 a 2005, cuando lo derrocó el sureño Kurrmanbek Bakiyev, a la vez depuesto cinco años después por el norteño Almazbek Atambayev, que apoyó como sucesor al sureño Dzheenbekov y terminó en la cárcel.

Ahora, Dzhaparov afronta un complicado desafío: paliar la crisis económica que afecta a la empobrecida población que apenas subsiste con las remesas de sus trabajadores en Rusia y repartir los ingresos que llegan de Moscú y Pekín entre los clanes que lo respaldan, con una nueva revuelta siempre en el horizonte.