o que son las cosas bajo la pandemia. En años anteriores había sido invitado al festival internacional de cine de Chicago en calidad de jurado en diferentes ocasiones. Y ahora he sido invitado a cubrirlo virtualmente… sin la oportunidad de apreciar la asombrosa arquitectura de la ciudad, ni de probar su pizza profunda
ni de visitar sus impresionantes museos. O sea, desde casita. Con la única ventaja de ver películas nuevas sin riesgo de contagiarme con el Covid-19.
El de Chicago es el festival competitivo más antiguo de Norteamérica, fundado por un joven Michael Kutza en 1964. Desde entonces ha presentado una selección importante de películas año tras año, en la segunda mitad de octubre. Kutza se retiró como su director hace un par de años y ha heredado el puesto a la otrora programadora, la eficiente y amable Mimi Plauché.
Como han hecho otros festivales desde que se declaró la pandemia, sus actividades serán híbridas. Por un lado, tendrá funciones presenciales –en un autocinema, claro–, pero la mayor parte de sus proyecciones serán virtuales. Aunque no será lo mismo, debemos conformarnos con lo que hay.
Es acostumbrada la participación del cine mexicano en Chicago, y esta vez está representado por Nuevo orden, la nueva realización de Michel Franco, recién ganadora de un León de Plata en Venecia y objeto de una serie de ataques gratuitos en redes sociales a partir de su tráiler. También está el documental Cosas que no hacemos, de Bruno Santamaría, sobre un adolescente pueblerino que gusta de vestirse con ropas femeninas.
La primera película que se me ha enviado del extenso programa toca un tema muy en boga. Se trata de la producción francesa Petite fille (Niña pequeña), de Sébastien Lifshitz, sensible documental sobre un niño de ocho años llamado Sasha que se siente, se viste y actúa como una niña. Sus padres, por suerte, son muy comprensivos con su hija y hacen todo lo posible porque no sienta rechazo en su escuela. Como la acción se sitúa en una ciudad provinciana no especificada de Francia, aún existen muchos prejuicios en la escuela de Sasha, que exigen una definición biológica. La madre es quien más se esfuerza por la comprensión de su hija, por lo que viaja a París donde una sicóloga las entrevista a las dos.
Será la misma profesional quien proporcionará un certificado que explique la situación al santurrón director de la escuela (nunca visto, pues no asiste a la junta convocada por la madre de Sasha). Cuando ese obstáculo se ha librado, aún habrá una maestra de ballet que se niegue a aceptar a la niña como su alumna.
De alguna manera, el documental serviría como complemento a la película de ficción Girl, de 2018 (disponible en Netflix), del belga Lukas Dhont, sobre el dilema que enfrenta una adolescente transgénero en sus esfuerzos por ser aceptada como bailarina. En ambos casos, la mirada compasiva de los realizadores es la razón de su fuerza emotiva. Es claro que la pequeña Sasha no tendrá un camino fácil. Pero gracias al apoyo de personas como su madre y su sicóloga, podrá salir adelante.
Twitter: @walyder