or fortuna, se ha extendido la discusión sobre las dos crisis que vivimos. De salud y de economía. Su naturaleza, vínculos, interdependencias, perspectivas. Debate sustancial. Nada más regresivo que tratar de acallarlo. Reflexión esencial en honor de nuestros muertos y enfermos. ¿Qué nos pasa, por qué nos pasa y cómo vamos a salir del embrollo? ¿En cuánto tiempo? ¿Bajo qué condiciones? Momento obligado de reflexión y de acción coherente. Debate sustancial. Urgencia de reflexión colectiva. En múltiples y diversos sentidos.
En este contexto valoro reflexiones como las presentadas ayer en La Jornada por nuestro estimadísimo profesor de la UAM Xochimilco Gustavo Leal. Sí. Análisis crítico de la precariedad del empleo en el sistema de salud y de sus terribles efectos en la calidad de los servicios. Un honor compartir espacio con Gustavo. También con otros que, afortunadamente, lanzan hipótesis sobre la hondura de la crisis, sobre condiciones, características y periodo de recuperación. Entre otras cosas, de los niveles de actividad económica, empleo e ingresos. Al menos a los previos a la pandemia. ¿Dos, tres… más años? No es asunto de adivinos. Hay teorías, métodos, exigencias heurísticas. ¡Qué duda cabe! En un contexto, de pena y dolor. Debemos ser capaces de disfrutar el debate. Sin duda. Me sorprenden diversas lecturas cuando enfrento la de trabajos finales de algunos de mis estudiantes de fundamentos de economía política.
Este semestre –en línea–, concentrados en las tendencias de mediano y largo plazos de la visión de David Ricardo. De su análisis sobre la determinación de los precios naturales y de mercado. De su evolución en el tiempo, irremediablemente afectada por las condiciones de fertilidad decreciente de los recursos naturales privatizados. ¿Primer efecto? Encarecimiento, aparentemente ineludible, de los productos derivados de uso y explotación de recursos naturales. Y digo aparente por los múltiples efectos –temporales, nunca permanentes, dirán sus estudiosos– del cambio tecnológico. ¿Segundo? Tendencia decreciente de la rentabilidad del stock de capital, ya no sólo en la esfera de explotación de recursos naturales, sino en todas las esferas. Vinculada, por cierto, al incremento permanente de la renta del suelo, en las actividades agropecuarias, mineras, extractivas. Y, sin embargo, sujeta a la dinámica de los precios del mercado, en tensión permanente con los precios naturales, tensión que augura crisis.
Además –como otra tendencia derivada de la visión clásica de Ricardo–, evolución desigual de los salarios, dependientes de la resultante entre fertilidad del suelo y penetración tecnológica, aspectos determinantes del valor de la canasta de los trabajadores, del salario clásico. Pero además –y para sólo citar una más– tendencia al deterioro cuando se privilegia el trabajo improductivo sobre el trabajo productivo. ¡Terrible drama contemporáneo!
Por todo esto no puedo menos que celebrar los trabajos finales de casi una decena de mis estudiantes de la UNAM que abordan –con sencillez– esta visión ricardiana. ¡Un privilegio! ¡Un orgullo! De ellas y ellos, que apenas concluyen el primer año de su licenciatura y han logrado introducirse de lleno a la problemática, al sentido, a la heurística, del mundo de la economía. ¡Los necesitamos en el debate! Con otros especialistas irrenunciables. Hoy más que nunca. De veras.