Congelar rentas, bomba en el Congreso local
n muy peligroso debate se ha iniciado en el Congreso de esta ciudad. Se trata de la posibilidad de crear una ley sobre el alquiler de vivienda que huele a aquella nefasta que congeló las rentas y transformó para mal el rostro de la ciudad.
En la capital de México, según datos recientes, hay aproximadamente 700 mil viviendas en arrendamiento, algo así como un cuarto del total existente, y en la mayoría de casos, por contrato, las rentas no se elevan más allá de lo que registra la inflación.
Durante un aproximado de medio siglo, en la Ciudad de México, principalmente en su Centro Histórico, se vivió bajo esa ley promulgada en un periodo especial: el de la Segunda Guerra Mundial, y luego extendido con la mejor de la intenciones, pero con resultados tan graves que no se pueden ocultar.
Son esa parte del paisaje urbano donde los edificios y las casonas, especialmente, exhiben el desamparo que provocó aquella ley que buscaba proteger a los más débiles.
Un dato puede darnos idea de lo que significó el congelamiento de las rentas: desde 1970 hasta 2001, cuando se derogó, por ahí de 25 mil familias que habitaban en buena parte del Centro Histórico pagaban entre 40 centavos y 10 pesos mensuales por habitar un inmueble.
En medio siglo las viviendas sufrieron tal deterioro que algunas ya no tenían techo, otras habían perdido paredes o parte de las escaleras, los servicios de luz y agua eran un total desastre. La calidad de vida de quienes sobrevivían en esas condiciones se hallaba por debajo de cualquiera de los estándares que dictan los derechos humanos, pero ningún político quería pagar el costo de cambiar aquello que ya parecía un destino inalterable.
Pero no sólo eso, sin inversión en nuevas viviendas para arrendamiento el número de invasiones a terrenos baldíos o de importancia ecológica para la ciudad se multiplicaron, con las consecuencias que todo ello acarrea.
La jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, ha desarrollado una estrategia para construir un buen número de apartamentos que puedan ser adquiridos por gente que no tiene grandes recursos en el centro-norte de la capital, y con ello se crea un ámbito de justicia, necesario a todas luces.
Por otro lado, la diputada Valentina Batres, con el sello de la casa, es decir, a ciegas, hace uso de sus mejores intenciones y pretende revivir aquella ley nefasta que construyó cinturones de miseria y casi deshizo una de las partes más bellas de la capital: su Centro Histórico.
Si no fuera porque la señora Batres y la jefa de Gobierno pertenecen al mismo partido, bien podríamos decir que la primera intenta sabotear el trabajo de Claudia Sheinbaum, que con un sistema de ayudas y programas sociales ha ido haciendo gobierno en esta etapa de la pandemia sin llamar al escándalo de los reflectores, pero segura en las medidas.
Ojalá exista en el Congreso capitalino alguna parte sana de Morena que impida que estas copias de la desgracia sigan adelante. Ya es hora de que se pongan las pilas.
De pasadita
Bueno, y como ya se ha hecho costumbre culpar a la jefa de Gobierno de todos los males de la administración, ahora le cargan el sambenito de tener una comadre, cuya hija, Karen Zabaleta, está empleada en la Comisión para la Reconstrucción, donde parece estar encargada de impedir y hacer lentos los procedimientos para la redificación de los multifamiliares afectados por los sismos.
Hasta donde sabemos, el comportamiento de esta funcionaria ha causado grandes inconformidades entre quienes ya están listos para iniciar la reconstrucción.
El asunto es grave porque dentro de los muchos ejes de actuación urgentes que se tienen en el gobierno citadino, el de la reconstrucción parece ser uno de los más importantes, pero parece que para Karen los compromisos de la jefa de Gobierno la tienen sin cuidado. Vaya joya.