eguramente de lo que más se ha extrañado en estos meses de encierro es estar al aire libre. Las caminatas casi furtivas al iniciar el día por las calles del barrio nunca igualarán el andar o correr por un espacio amplio, verde y arbolado.
En esta nueva etapa de la pandemia, la Ciudad de México con mucha cautela ha abierto algunos lugares que, sin duda, van a dar un respiro a los capitalinos. Uno es el Bosque de Chapultepec, por ahora creo que sólo el que se conoce como segunda sección y con restricciones de horario.
Los que éramos adolescentes en los años 60 del pasado siglo vimos cómo nacía esa ampliación del legendario parque con una novedosa imagen.
El arquitecto Leónides Guadarrama diseñó en una superficie de un millón 200 mil metros cuadrados una serie de modernos circuitos unidos por fuentes espectaculares. Se crearon dos lagos: el mayor y el menor, juegos mecánicos, calzadas, sitios para días de campo, juegos infantiles y el Museo de Historia Natural. Restaurantes y cafeterías a la orilla de los lagos complementaron el atractivo.
Al paso de los años se crearon otros museos: el Papalote Museo del Niño y el Tecnológico de la Comisión Federal de Electricidad. Tantos encantos llevaron a que se establecieran sin ningún orden sitios informales de comida y vendedores ambulantes invadieron lugares.
Los circuitos que comunicaban el parque se volvieron vías de paso para vehículos que se dirigían de Parque Lira a las Lomas de Chapultepec o a la avenida Constituyentes, modificando su objetivo.
Resulta que en los pasados cinco años se realizaron transformaciones que le devolvieron su antiguo esplendor: el tránsito va en un solo sentido creando un circuito que propicia un auténtico paseo por el parque y le regresaron su sentido original.
Ahora se transita por una amplia calle, con cuatro carriles diferenciados, cada uno para un uso particular: peatones, bicicletas, corredores y automóviles cada uno con su vía.
Las 11 fuentes que adornan el parque fueron rehabilitadas; sobresalen Guardianes del Bosque y la de Las Ninfas, ambas obra del gran escultor Francisco Zúñiga
El arquitecto paisajista Mario Schejtnan diseñó un novedoso mobiliario urbano; útil y atractiva señalización y moderna iluminación. Esto se complementó con la reforestación de varias áreas y bella vegetación ornamental. El comercio ambulante fue reordenado y se construyeron lindos quioscos para ubicarlo.
Una atractiva novedad es el parque de patinaje, mejor conocido como Skatepark. El lado sur de esta sección del bosque colinda con la avenida Constituyentes, a cuya vera hay varias colonias en donde viven cientos de jóvenes que no tienen espacios recreativos. Desde antes de que se dearrollara esta obra en 2016, los muchachos acudían con sus patinetas y utilizaban una escalinata y una alberca vacía como pistas.
Con sensibilidad, el arquitecto Schejtnan y las autoridades se reunieron con ellos para conocer sus gustos y necesidades. El resultado es espectacular: la enorme pista, con ocho plataformas, rampas, escaleras y barandales, así como el área de bowls, consistente en dos piscinas de concreto finamente pulido asemeja una escultura monumental. Es significativo que está limpia, cuidada y no la han grafiteado.
Del otro lado del circuito, un poco escondido –quizás por ello menos visitado– se encuentra el lago menor, que aún espera su total restauración. Su quietud invita a sentarse en una de las bancas que lo rodean para admirar las aves que disfrutan las plácidas aguas; el día que fui –antes de la pandemia– lucían su hermosura una esbelta garza blanca, una pareja de patos con plumaje café dorado e infinidad de pajarillos.
Por último, dimos una vuelta por el conjunto que forman la fuente Xochipilli y el Paseo de los Compositores, que se rehabilitaron en su totalidad entre 2015 y 2016. En sus buenos tiempos fue un proyecto extraordinario con cientos de fuentes de juego e iluminación a lo largo de 500 metros. Ahora está urgida de mantenimiento y la vuelvan a la vida con todas las instalaciones de agua.