n el semestre de la pandemia se han registrado una variedad de respuestas nacionales a la pandemia, tan amplia quizá como el número de naciones y territorios afectados, que rebasa los dos centenares. Aunque en su mayoría han seguido un patrón casi único, han tenido distinciones nacionales notables. Alguna vez se trazarán las similitudes y diferencias que integran la imagen global de esas respuestas. En el mapamundi de la distribución territorial del Covid-19, publicado por la OMS, sólo Turkmenistán se muestra en blanco, no por ausencia de contagios, sino porque prefiere no reportar. (Tres estuvieron teñidos de rojo intenso, color que simboliza más de 100 mil contagios adicionales en la semana previa, del 29 de junio al 5 de julio: Estados Unidos, India y Rusia).
Han sido muy escasas, en cambio, las respuestas multilaterales –regionales o globales. Se ha insinuado que el ánimo de cooperación internacional también parece haber sido atacado por el virus. Esta lectura metafórica de actitudes nacionales resulta acertada ante la asumida por Estados Unidos en el caso del remdesivir, (producido por Gilead Sciences, primer fármaco aprobado para tratar el Covid-19 en Estados Unidos, cuyo gobierno adquirió ipso facto medio millón de dosis, que equivale a la oferta total en julio y nueve décimas de la disponible en los siguientes dos meses. Muchos se preguntaron qué augurio encierra este comportamiento para cuando esté disponible la vacuna en cuyo desarrollo trabajan muchos centros de investigación alrededor del mundo.
En contra, la respuesta de la Unión Europea (UE) –objeto de largos y complejos debates que en más de una ocasión han estado al borde del rompimiento– resulta, hasta ahora el mejor ejemplo de que la pandemia no ha cerrado por completo los espacios a la cooperación entre las naciones, aunque pueda dudarse que, como algunos afirman, la haya potenciado.
La UE resolvió discutir de manera conjunta su presupuesto de largo plazo para el septenato 2021-2027 y el plan de recuperación para responder a la crisis resultante de la pandemia. Hay que advertir, en primer término, que las magnitudes financieras contempladas en estos ejercicios son una prueba de la voluntad de dar primacía a la dimensión de las necesidades y permitir que sea ésta la que determine el esfuerzo de movilización de recursos –provenientes en su mayor parte de las aportaciones de los estados miembro– que se requiere para financiar los rubros de gasto identificados. No hay que olvidar que el procedimiento solía ser el inverso: tomar como punto de partida el monto de aportaciones esperable y limitar a éste las necesidades que sería posible financiar. Para el presupuesto 2021-2027 y el plan de recuperación se programan un billón 100 mil millones de euros y un refuerzo temporal
, denominado UE Próxima Generación
por 750 mil millones de euros. Estas magnitudes se suman a las tres redes de seguridad
, para trabajadores, empresas y gobiernos, por 540 mil millones de euros, definidas de antemano.
Al acercarse al proyecto de programa de recuperación europeo –que se espera sea aprobado por una cumbre de jefes de Estado o de gobierno el 19 de julio próximo– que quizá sea el primer encuentro presencial en tiempos de (pos)pandemia– debe tenerse en cuenta que es fruto del acuerdo entre Alemania y Francia, o, si se prefiere, entre Merkel y Macron: un presidente que se apresta a buscar su relección tras un mandato en general alejado de turbulencias severas, y una canciller federal que vive el ocaso de un gobierno largo y celebrado, ha elegido ya, no con mucha fortuna, a su sucesora aparente y parece estar contando los días que le restan para entregar el poder. Sin embargo, le corresponde ejercer en esta segunda mitad de 2020 la presidencia del Consejo de la Unión. En un artículo reciente, Wolfgang Munchau se pregunta ( Financial Times, 6/7/20) qué movió a Merkel a ir más allá de lo acostumbrado, más allá del mínimo indispensable para solo asegurar la supervivencia del proyecto de integración europea
y comprometer el volumen ingente de recursos arriba señalado.
La propuesta franco-germana no concitó el consenso inmediato. Nadie lo esperaba. Pero tampoco se preveía, creo, una oposición tan marcada y desde tan diferentes ángulos. Salvo que su aquiescencia es necesaria para el consenso, no cabe perder el tiempo con las objeciones de, por ejemplo, Hungría y Polonia, pues habría que preocuparse más por sus eventuales expresiones de apoyo. En cambio, no será sencillo acomodar las resistencias expresadas por Austria, Dinamarca, Países Bajos y Suecia, que reflejan el acaso reforzado rechazo al fortalecimiento de los instrumentos comunitarios y a las ayudas directas a los países menos avanzados de la Unión Europea.
Debe suponerse que la UE aprobará a mediados de mes tanto el presupuesto como el programa de emergencia, lo que estimularía las acciones internacionales de cooperación en los diversos frentes en que debe enfrentarse a la pandemia.