in ánimo de armar bronca, en su infaltable columna dominical, Ángeles González Gamio dio pie a que se reviviera la antigua polémica sobre la calidad de la conquista y la colonización de México por los españoles.
Esta vez se ha centrado en la derrota que sufrieron las huestes de Hernán Cortés y compañía en las cercanías de Tacuba, cuando éstas salían huyendo cargadas hasta el tope de riquezas y tuvieron que abandonarlas a la buena de Dios
, como nos dijeron muchas veces, Él estaba de parte de los conquistadores porque éstos venían alentados por la verdadera fe
.
Además de ese lavadero de vecindad que vienen siendo las redes sociales
, no faltaron quienes respingaran en la prensa formal: algunos de ellos todavía no sé por qué, a otros sí se les vieron claramente los calzones ideológicos.
Lo único que hizo mi querida y admirada amiga, quien atiende con seriedad su rol de cronista, lo mismo que en la mayoría de sus artículos, fue deleitarnos con alguna descripción de la región más transparente
en tiempos más o menos antiguos. En este caso, entre otras cosas asaz interesantes, comentó que a la Noche Triste
, debería llamársele de la Victoria
.
¿Qué tiene de malo dejar ver la simpatía por los antiguos mexicanos? Si alguien no está de acuerdo porque se sienta agradecido con la Conquista y la colonización de los españoles, mismas que establecieron en México un status quo social que desde entonces mantiene a unos fregando y a otros fregados
, simplemente que sostenga la idea de que aquello fue una noche triste.
Cierto es que, si hubieran ganado los españoles y se hubieran ido con lo que se supone era una gran riqueza, a lo mejor no se los habría vuelto a ver… Pero el caso es que, después de sus primeras y muy productivas andanzas, quedaron más pelados que un palo en una jaula de perico, es decir, tal como habían llegado.
En tales condiciones, sin tener siquiera “pa’l pasaje de regreso” a su pueblo de muertos de hambre, sucedió lo que, para algunos, era lo peor que podía pasar: ¡volvieron!
Cabe recalcar que lo peor de aquellos tiempos no fue que los españoles hayan venido, sino que se hayan quedado.
Recuérdense aquellas cuentas que sacó el doctor Woodrow Borah de la debacle poblacional: grosso modo y con variantes más o menos importantes, el proceso de conquista en el centro de México (¿1520-1580?) redujo la población aborigen a la mitad y, a partir de ahí, gracias a los beneficios del cristianismo y de la civilización más o menos europea, para mediados del siglo XVII cuando ya se colonizó a casi todo el país, los habitantes se redujeron a 10 por ciento de lo que había quedado, es decir, a 5 por ciento de lo que había originalmente.
Podríamos agregar como porra adicional a los colonizadores que, además, legaron un sistema verdaderamente salvaje de explotación del hombre por el hombre que todavía no se ha podido erradicar, entre otras cosas, gracias a los amantes de aquella civilización que implantaron.
De cualquier manera, me aferro a sostener que González Gamio tiene el derecho a llamarle a esa efeméride La Noche de la Victoria
, aunque ésta haya sido quizá la más pírrica de todas.
Termino con la respuesta de un alumno obrero que tuve en una secundaria nocturna: “fue cuando la indiada se madreó a la gachupiniza…”.