Viernes 19 de junio de 2020, p. 3
De las bibliotecas de escritores que he conocido, una me ha llamado poderosamente la atención más que por su volumen de unos 20 mil ejemplares, por su variedad: la de Carlos Monsiváis. Su casa estaba dividida en dos partes. En la primera, que muy pocos conocimos, sólo albergaba libros y revistas; era posible encontrar desde una abultada colección de publicaciones literarias que ni la Hemeroteca Nacional tenía, hasta la colección completa de Mad y La Familia Burrón.
La otra parte de la casa también era una biblioteca de dos pisos donde vivía Carlos con sus tíos y una docena de gatos.
Imposible conocer las paredes interiores de su casa , pues las cubrían libros de cine, cómics, música, fotografía, historia, literatura, política, arqueología… En un estante, todos los libros de y sobre Octavio Paz; en otro los de Jorge Luis Borges, Artemio de Valle Arizpe, Alfonso Reyes.
–Permíteme, me decía mientras tapaba el teléfono, es María (y ante mi extrañeza me señalaba la espléndida foto que le había regalado Gabriel Figueroa de los ojos de María Félix, junto a la primera página manuscrita de Pedro Paramo, un dibujo de Tamayo y otro de Cuevas).
–¿Qué lees cotidianamente?
–Es muy azaroso. Leo una cuota diaria de periódicos y revistas y en las últimas fechas de economía. He devorado todo lo que podido sobre el Fobaproa sin entender demasiado, pero de cualquier modo haciéndome una composición de circunstancias. También tengo cotidianamente una lectura con cierto cuidado de periódicos y revistas y, ocasionalmente, de cuestiones ya muy banales. Por ejemplo, si estoy viendo la serie de Charles Dickens que está pasado Canal 22 vuelvo a leer a Dickens porque creo que uno no debe prejuiciarse y en ningún caso ver la película si no se ha leído antes el libro tratándose de novelas en verdad importantes.
“Así es normalmente mi día, pero también normalmente de pronto enloquezco con Balzac, o necesito leer a Paul Auster…en fin, allí sí hay un pleno azar, pero dentro de ese azar la deliberación de enterarme de panoramas completos lo más posible.
“En estos días leo sobre bioética, que cada vez me resulta más esencial. Y como soy un lector compulsivo, leo incluso manifiestos, algo que casi nadie hace, con grave daño en mi caso porque parece que los manifiestos te hacen disminuir tu capacidad de comprensión y, sin embargo, no puedo dejar de hacerlo; he leído todos los manifiestos de la derecha contra el condón y ahora estoy leyendo el debate sobre el libro de texto de quinto año de primaria, ese que la derecha dice que por qué se les habla a los niños de algo que no tienen que conocer y es el sexo.
Creo, y lo hago constantemente como lo ves ahora, que hay que leer siempre poesía porque es una manera de entrenar cualquier oído literario que puedas poseer, de asombrarte de manera constante porque los grandes poetas se renuevan siempre en cada lectura. Te ejercitas ante las grandes creaciones del idioma.
–Eres un lector voraz.
–Eso es un poco culpa de don Alfonso Reyes. Cuando lo veíamos en los años 50 en su palomar de Benjamín Hill, solía repetir que quien no se sabe de memoria poesía no llega en realidad a gozarla. Que la poesía también es un don de recapitulación en el instante y que es necesario recordar poemas para, en verdad, gozar de la poesía; que alguien deba recurrir cada vez a los libros está de alguna manera sujeto a una situación no literaria y que lo literario es el recuerdo.
Eso me impresionó. Yo ya tenía para entonces memorizado un buen número de poemas, pero como que le dio una racionalidad o un andamiaje teórico a esta gana de saberme de memoria versos. Desde entonces la cultivé con gozoso denuedo. Gracias a eso uno puede saber que la poesía le pertenece de un modo asimilado y orgánico, algo que es necesario en el lector. Eso en el siglo XIX y aún a principios del siglo XX era una ley. Ahora, sobre todo por razones educativas, ha dejado de funcionar, pero sigo creyendo que un verdadero lector de poesía sabe poesía de memoria. Lo he visto desde luego en Octavio Paz, en José Emilio Pacheco, sin duda el propio Alfonso Reyes que podía decir de memoria a Góngora como si tal cosa.
– ¿Cuáles fueron tus lecturas de formación, esas que quizás todavía te acompañan?
–Mis primeras lecturas son inevitablemente de clásicos. Empecé por La Ilíada, por La Odisea, La Eneida, La divina comedia.
“Desde luego Dickens, que me marcó la vida; Huckleberry Finn, ahora tan debatido, ha sido uno de mis libros fundamentales e incluso Las aventuras de Tom Sawyer. Y también por supuesto algunos ironistas o escritores satíricos: Tartarin de Tarascon fue para mí un libro regocijante. De los mexicanos sólo recuerdo en la infancia haber leído a Manuel Payno, Los bandidos de Río Frío. Me conmovió, me dio la posibilidad de seguirme leyendo a los 10 u 11 años hasta las 12 de la noche que entonces eran horas prohibitivas.”
–Vivías enfebrecido.
–Era todo un mundo desquiciado y lo que acabó por desquiciarme fue don Artemio de Valle Arizpe, cronista notable. Lo iba a ver los fines de semana porque su ama de llaves era mi tía. Don Artemio tenía un cajón de libros repetidos y me los regalaba. Tenía, por ejemplo, a Pio Baroja, que en la secundaria me resultó absolutamente incomprensible, pero también autores que ya me gustaron más. A Zolá lo leí por Valle Arizpe.
–Además de Alfonso Reyes y de Don Artemio, en tu formación de lectora, ¿existe alguien más?
–Carlos Fuentes es definitivo en mi orientación como lector y a su lado Sergio Pitol. A Fuentes le debo muchas orientaciones de lectura y a Pitol le debo haber leído a Jorge Luis Borges, a Bioy Casares, a Juan Carlos Onetti. Autores que de otro modo me hubiera llevado más tiempo conocer.
–¿Tienes idea de cuántos libros conforman tu biblioteca?
–Alrededor de 20 mil .
Una versión más extensa de esta entrevista en https://www.jornada.com.mx/ultimas/2020/06/19/las-herencias-ocultas-de-monsivais-6154.html