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Un concierto para reanimar nuestra vida
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▲ Las actividades artísticas de la capital alemana se reiniciaron con el conmovedor concierto que ofreció la Filarmónica de Berlín en su sala sede vacía.Foto Capturas de pantalla
 
Periódico La Jornada
Sábado 9 de mayo de 2020, p. a12

El viernes primero de mayo de 2020 quedará como una fecha histórica en la vida de conciertos.

Frente a la cámara, operada por un técnico con cubrebocas, el director Kiril Kondrashin dijo casi llorando: Jamás olvidaré esta experiencia, es de por vida.

La transmisión ocurrió en vivo por Internet, como habitualmente, pero ahora con el dramatismo del momento que vive la humanidad, en vilo.

Como es habitual también en los conciertos de temporada de la Filarmónica de Berlín, será puesto a disposición del público en breve, dentro de la página web Digital Concert Hall: El Digital Concert Hall de la Orquesta Filarmónica de Berlín, quizá mediante un módico pago, si es que cesó ya el periodo en el que se abrió, debido a la cuarentena, esta página de manera gratuita en todo el mundo.

Fue el inicio del retorno a las actividades artísticas en la capital alemana y al mismo tiempo en todo el planeta, luego de la cuarentena por Covid-19.

La Filarmónica de Berlín tenía programado, antes de la pandemia, el concierto que se llevó a cabo pero no en Tel Aviv, como estaba agendado, sino en su sala sede, la Philharmonie, vacía.

Fue conmovedor.

La segunda parte del programa ya estaba acordada: la Cuarta Sinfonía de Gustav Mahler. La primera fue pensada para la ocasión.

Tres partituras de autores de distintas naciones, todas con significado para el momento.

Se inició la ceremonia con Fratres, del estonio Arvo Part (1935). Suma de significados: el título: Hermanos (Frates); el método: combinar en esta obra actividad frenética con quietud total; activar intensidad mesmérica; encapsular instante y eternidad en nuestro interior, tal y como definió su obra el compositor: el instante y la eternidad combaten dentro de nosotros.

Música tintinábuli, como la nombró también Arvo Part: conjuntos de tres notas que viajan en paralelo y producen un sonido semejante al de las campanas más delicadas, tenues, a lo cerca y a lo lejos.

La obra Frates de Arvo Part, para 12 instrumentos de cuerda y percusión, consiste en nueve secuencias de acordes separadas por un tam-tam recurrente, denominado por su autor así: refugio.

Música de esperanza y epifanía, tal como sonó en la sala vacía de público, llena de anhelos, de la Filarmónica de Berlín el viernes primero de mayo.

Le sucedió Ramifications, del húngaro Gyorgy Ligeti (1923-2006), otra composición para 12 instrumentistas, dado que las restricciones sanitarias en la capital alemana no permiten reuniones de más de 15 personas.

De hecho, el concierto hubiese resultado aún más dramático de no ser porque ese primero de mayo se abrió una nueva fase de desenclaustramiento en Alemania y no tuvieron que aparecer en pantalla los músicos con cubrebocas. A los encargados de instrumentos de cuerda se los puede uno imaginar tocando en vivo con cubrebocas, pero ¿a los flautistas, oboístas, clarinetistas, fagotistas?

Quienes sí aparecieron en pantalla con estas protecciones fueron los ujieres encargados de quitar y poner las partituras en los atriles, mover las sillas, disponer los espacios.

Eso sí fue dramático, conmovedor: la sana distancia llegaba hasta tres o hasta seis metros entre un músico y el siguiente. Las sillas separadas y los músicos así dispuestos ofrecían un espectáculo visual inusitado. Y qué decir del resultado sonoro. Algo único en la historia de la vida de conciertos.

Quedará como un hito porque si bien Karlheinz Stockhausen (1928-2007) había estudiado ya la espacialidad en los conciertos para obtener resultados sonoros inéditos y algunas de sus obras se interpretaban con instrumentos de percusión alrededor del butaquerío, lo escuchado el viernes primero de mayo fue un borbotón de hallazgos, asombros, novedades.

Ya Simon Rattle había aportado la herramienta fundamental, cuando inventó, hace 12 años, la Digital Concert Hall, la primera sala de conciertos virtual en el mundo. Desde entonces podemos ver en esa página la transmisión en vivo de todos los conciertos de la Filarmónica de Berlín y tener acceso a su fabuloso archivo. Inconmensurable.

Gracias a esa sala de conciertos virtual, el mundo comenzó su regreso no a la normalidad, porque después de esta pandemia nada puede seguir igual, pero sí a la actividad gradual de conciertos, y pudimos ver a 12 músicos aislados entre sí y a su director, también alejado convenientemente, agradecer los aplausos que emitimos desde nuestros hogares en distintos puntos del planeta.

No se había visto a una orquesta y a su director haciendo reverencia frente a la cámara en señal de agradecimiento a nuestros aplausos, que ellos no escuchaban.

La disposición separada de los músicos surtió un efecto mágico en la interpretación de la obra de Gyorgy Ligeti, propicia para la sinestesia. Se sumó luego una partitura que se estila para las ceremonias de duelo: el Adagio para cuerdas del estadunidense Samuel Barber (1910-1981), y se sucedió el clásico intermedio de las transmisiones de los conciertos en vivo de la Filarmónica de Berlín, donde se entrevista al director y al solista; en esta ocasión vimos las lágrimas en las comisuras de los ojos de Kiril Petrenko en diálogo con el violonchelista que acababa de interpretar en vivo a Ligeti.

Fue ahí cuando dijo Petrenko que jamás olvidará esta experiencia. Y añadió: este concierto sucede así para reanimar nuestra vida

Y sucedió el milagro acústico y visual de la Cuarta Sinfonía de Mahler para 12 instrumentistas y soprano, en contraste con la masa monumental que requiere ese compositor austriaco para sus obras.

El arreglo no es novedad, lo hizo el austriaco Erwin Stein (1885-1958), alumno de Arnold Schoenberg, quien a su vez es el siguiente tramo en la línea del tiempo de la historia de la música. Lo hizo para los conciertos privados que realizaban en Viena. La novedad consiste en la interpretación de ese arreglo de la Cuarta de Mahler para 12 instrumentos y soprano, para ser transmitido en vivo a todo el mundo y con la separación entre sí de esos pocos músicos, con un resultado alucinante.

Existen versiones de las sinfonías de Beethoven, por ejemplo, y de otros autores, para piano solo, llamadas reducciones, pero en este caso la economía de medios resulta fascinante porque Mahler centra el poder de esta obra monumental en la sección de alientos-maderas, conformada por 13 instrumentos, más de la totalidad de los músicos que estuvieron en escena.

La parte del oboe, a cargo del histórico oboísta principal de la Filarmónica de Berlín, Albrecht Mayer, fue el eje de conmoción de los 50 minutos que dura la Cuarta Sinfonía de Mahler.

Nunca había sonado tan transparente una música como en esta ocasión. Tan nítida, desnuda. Pura.

La soprano alemana Christiane Korg y los 12 músicos de la filarmónica berlinesa fueron conducidos con las manos y mirada de Kiril Petrenko hacia los confines de Das Himmlische Leben (la vida celestial) que describe con música Mahler en el cuarto movimiento de su Cuarta Sinfonía, así bautizada por él mismo. Das Himmlische Leben. Música festiva espiritual, en sana distancia.

La vida de conciertos ya cambió.

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