Divertimento
n estos aciagos días en que la peste
investida de Covid-19 se apodera de nuestros más grandes temores, vale abrir un paréntesis al agobio del encierro, la infección y la muerte, para dar un vistazo a las cada vez más descabelladas ocurrencias del presidente de Estados Unidos que, a fuerza de repetirse, se han convertido en chuscas. De no ser por el peligro que encierran, pudieran ser parte de una comedia cuyo propósito es hacer reír, en ocasiones a carcajadas.
La más reciente fue sugerir la ingestión o inyección de detergentes para el aseo doméstico como una posibilidad de curar el Covid-19. Cualquiera habría pensado que el presidente bromeaba a costa de la ingenuidad o ignorancia de sus devotos seguidores. Tan no fue así, que los fabricantes de dichos productos se vieron obligados en anunciar que por ningún motivo se deben ingerir o inyectar como vía para curar cualquier tipo de enfermedad. Con buen criterio, y por descabellada que pareciera, no descartaron que algunos seguidores de Trump siguieran tan absurda recomendación, por lo que la precaución no estaba de más. El presidente también sugirió que algunos derivados de la quinina pudieran curar el virus. El resultado fue que varias personas que siguieron el consejo sin consulta médica murieron por los efectos colaterales de dichos productos. El problema es que, por convicción, ignorancia o conveniencia, Trump no entiende que sus proclamas tienen efecto entre millones de personas, al margen de que a las pocas horas advierta que fue un sarcasmo, como en el caso de los detergentes. Como no lo fue cuando, al margen de la opinión de especialistas, decidió que era tiempo de abrir la economía. Al día siguiente, en varias ciudades miles de personas se manifestaron exigiendo volver a la normalidad y pidiendo la cabeza de autoridades que pensaban lo contrario.
A diferencia de otros mandatarios que tienen una misión o propósito –combatir la pobreza, el deterioro del medio ambiente, la desigualdad, la corrupción etc.– y, con mayor o menor eficacia, tratan de cumplirlo, en el caso de Trump no parece haber ninguno, salvo ver su figura reflejada en el espejo de la televisión para agrandar su ego. Por ello, cuando la prensa lo critica por sus dislates, él responde como el niño malcriado para quien los errores son de todos menos de él mismo. Así de mal están las cosas en esta grave coyuntura.
Seguimos en lejanía física pero cercana virtualmente.