Opinión
Ver día anteriorViernes 24 de abril de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El estante de lo insólito

Alfred Hitchcock y sus horas macabras

Si se hace estallar una bomba, el público se sobresalta 10 segundos. Por el contrario, si sabe que la bomba está activada, se crea un suspense que lo mantiene a la expectativa durante cinco minutos.
Alfred Hitchcock.
Un hombre organizado

N

ació en Londres en 1899, en una familia católica que tenía negocio propio y buena condición, pero también donde las normas eran serias. El joven Alfred creció bajo una impuesta disciplina que después lo distinguiría como una persona de gran organización. Siendo adolescente trabajó en telégrafos y cursó en forma nocturna historia del arte. Mostró talento especial para el dibujo, lo cual lo condujo a trabajar en diseño publicitario. Amante del teatro y el cine, supo que se instalaba en Londres una filial de la compañía productora estadunidense Famous Players-Lansky. Se presentó con sus dibujos y, antes de lo pensado, fue contratado para diseñar intertítulos de películas. Era 1919 y Alfred Hitchcock había entrado al cine.

La dirección llegó sola

Hitchcock vivió todo como montado en vehículo de velocidad. Sin dejar de hacer intertítulos se hizo guionista y asistente de dirección. Dirigió secuencias y le ofrecieron codirigir y dedicarse por entero a la realización, lo que arrancó formalmente en 1925 con The Pleasure Garden. Al mismo tiempo, se enamoró y casó con Alma Reville, brillante mujer de la industria que había sido actriz, auxiliaba en producción, escribía y era una de las personas más eficientes de la empresa. Con ella compartiría su vida y también sus reflexiones y aciertos sobre la forma cinematográfica, lo que fijó en El hombre que sabía demasiado (1934), Los 39 escalones (1935), Sabotaje (1936) o Alarma en el expreso (1938). Juntos partieron con filmes logrados y en busca de lo máximo hacia Hollywood en 1939, donde Alfred aceptó el ambicioso proyecto Rebecca (1940). Pero sería La sombra de una duda (1943), ya para Universal Pictures, la que daría rumbo definitivo a su carrera.

La vida como técnica

Así como el cineasta comenzó a tener apariciones incidentales en sus filmes (la leyenda dice que lo hizo primero a falta de un extra necesario en un primer plano y después fue parte de su sello), Hitchcock expresaba distintas preocupaciones por los componentes de sus largometrajes. En algunos se decía más preocupado por el montaje, en otros por las motivaciones de los protagonistas, en otros por la forma de contar la historia, más que por el propio contenido. Como fuera, persistió siempre un motor intocable: la ejecución técnica. El desarrollo conceptual de la trama estaba supeditado a un lenguaje de precisión en la narrativa cinematográfica, tan exacta como debía serlo una bomba de relojería. Para el cineasta, la construcción era metódica, planeada con el detalle de sus propios dibujos para calcular iluminación y proporciones escenográficas (es asombroso ver sus diseños de enorme calidad gráfica contra los resultados finales en pantalla).

El director dispuso complejos movimientos de cámara que atrapaban a los espectadores desde el arranque de las cintas. Así pasa en Asesinato (1930), Lo mejor es lo malo conocido (1932), Inocencia y juventud (1937) y seguiría hasta elaboradas coreografías en set que se hicieron legendarias, como ocurre con La soga (1948). Por otro lado, el montaje daría otra clase de poder a sus relatos, admirable en muchas, como Extraños en un tren (1951), o en el éxito más grande su carrera: Psicosis (1960), al presentar el impecable drama terrorífico de un asesino serial en un hotel de paso, con la secuencia del crimen en la bañera (el recuento preciso indica 78 planos en 45 segundos; lo que se hizo en una semana de filmación), probablemente la más reproducida y citada en la historia del cine. Las ediciones eran exactas porque filmaba lo que quería ver, no había planos excesivos (innecesarios) que pudieran desvirtuar el sentido de una acción, preconcebida en guion y storyboards con posibles mínimas variantes al filmar.

Alfred Hitchcock presenta… a Alfred Hitchcock

El mejor promotor de un artista empieza siendo el artista mismo y, en ocasiones, permanece en ese sitio para continuar como decidido impulsor de su arte. Hitchcock mantuvo dos filosofías claras en su actuar, recogidas con puntualidad en sus declaraciones a la prensa, su gran aliada: lo importante es el director (llegó a decir que los actores van y vienen, pero el director permanece), que mientras unos dirigían para el público, la crítica, o las compañías distribuidoras y productoras, él lo hacía para la prensa, ya que a través de ella el público captaba el mensaje de sus cintas.

Foto
Foto Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

Mientras creativos como Rod Serling encabezaban la producción de sus creaciones como la célebre The Twilight Zone, donde hacía guiones y era el conductor estelar, Alfred Hitchcock en los años 50 hizo Alfred Hitchcock presenta; es decir, colocó su nombre, su logotipo (diseñado por él mismo con la silueta perfilada del director) como un sello de marca. Él fue siempre su propia garantía.

Sin contar demasiado

Si bien pareció contar todo a François Truffaut en la conversación que derivó en El cine según Hitchcock (editorial Alianza), la realidad era otra. Así como no evadía ningún tema sobre la concepción artística, técnica o ideológica de cualquiera de sus cintas, sus revelaciones eran precisas como su propio actuar en el set; es decir, mostraba con absoluta claridad estrictamente aquello sobre lo que esperaba encontrar un eco determinado. Mientras la filmación tenía lentes, luces y perspectivas estrictas para conducir a una reacción, el director ante cámaras y grabadoras parecía correr todos los telones, pero no abría la puerta sobre sus filias intelectuales, políticas o las afecciones e intereses personales que le hacían tratar de cierto modo a personajes burgueses pedantes. Tampoco profundizó nunca a cabalidad sobre el sometimiento de la brusquedad humana y sus torceduras morales por el ánimo vouyerista y el apetito sexual, o sobre el amplio ramillete de rubias en problemas que habitan sus películas.

Reconstruir el miedo

Alfred Hitchcock realizó varias de las secuencias más inquietantes de la historia del cine, usando una amplia variedad de recursos que han alcanzado categoría mítica bajo su cámara.

La gran variedad de estudios críticos a su legado fílmico apuntan una verdad muy importante: es capaz de exaltar emociones límite recurriendo a los monstruos internos de la fragilidad humana. No hay monstruos feroces ni crímenes sanguinarios expuestos (sigue evocándose la calidad en la escena del crimen cuyo cadáver es visto en el espejo, parte de la citada Asesinato), sino sicología de aflicciones que ponen al ser humano en el borde del espanto y la locura, hasta con trances oníricos inestables como el de Spellbound (1945), que elaboró con Salvador Dalí.

Hitchcock hizo de la sorpresa una condición esencial, del mismo modo que manejaría el temor a las alturas (en azoteas, escaleras… como destacaba en cintas como Vértigo, de 1958), o los asomos secretos, como la mirilla de Norman Bates (Anthony Perkins) en Psicosis, y la proximidad de la cámara fotográfica y ventana panorámica en La ventana indiscreta (1954), todas poderosísimas armas narrativas, presentadas siempre con una fotografía muy estilizada, normalmente de su gran colaborador Robert Burks.

Si en teoría dramática se expresa la funcionalidad y necesidad de articular las tramas con apropiada, interesante y sólida tensión dramática que sostenga un relato, el cineasta inglés siempre supo generar la tensión que sostuviera cada historia. Siempre consideró a Edgar Allan Poe como su mayor influencia, si bien también hay que contar al cineasta alemán Fritz Lang, con quien convivió directamente. La tensión que esos creadores lograron en su trabajo fue ejercitada por Hitchcock con gran pericia en sus trabajos más notables, como aquel angustiante epílogo de Los pájaros (1963).

Queda el misterio

Muchas veces, para cuestionar los grandes premios, se dicen cosas como “pero fulano no ganó el Nobel de Literatura…”; en materia fílmica, es común escuchar que Hitchcock no ganó el Óscar (como tampoco lo ganaron Stanley Kubrick, Ingmar Bergman o Akira Kurosawa); es decir, es una forma de acentuar que se puede llegar a ser un clásico trascendental del cine sin que los laureles populares acompañen esa gloria. Muchas de las poderosas imágenes de Hitchcock permanecerán como un encanto pleno de ritmo, tensión y misterio.