a pandemia de coronavirus ha generado una serie de dilemas en la sociedad. Algunos son de índole general y otros, más restrictivos, se expresan a escala nacional. Los dilemas son significativos por las condiciones tan diversas que dejan entrever y por las repercusiones que previsiblemente podrían tener. El entorno de incertidumbre que existe naturalmente se ha vuelto más radical.
Dichos dilemas tienen que ver con las complejas decisiones científicas, técnicas y políticas que deben tomarse para enfrentar la situación. No todas esas decisiones han sido convergentes, ni siquiera se han alineado de manera consistente. Eso se asocia con la magnitud misma de la infección y las consecuencias del contagio; con las condiciones sociales y económicas de cada país; con las opciones que han ido tomando los líderes políticos y aun los mismos ciudadanos.
En medio de una crisis que se extiende prácticamente por lo que va del año, se ha exhibido una serie de contradicciones que tienen que ver con la responsabilidad primaria de preservar la vida de la gente, con la tensión impuesta sobre los sistemas de salud, extrema en muchos casos y, también, con el colapso económico por la interrupción de la producción y, al mismo tiempo, de la demanda de bienes y servicios.
En realidad hoy nada es igual a como creíamos que era la vida cotidiana, con todos los problemas, conflictos y pugnas existentes. Las implicaciones de la pandemia ponen al descubierto otras facetas de las desigualdades que existen para enfrentar los riesgos y las consecuencias que entraña; las alternativas que toman los gobiernos; las disyuntivas de las democracias, con los vicios autoritarios y sectarios, la afrenta a la concepción y el ejercicio de la libertad y las renovadas formas del sometimiento.
Hay, incluso, ciertos grados de vulgaridad en el ejercicio del poder, que en distintos países se aprovecha de la pandemia para atizar los antagonismos políticos en beneficio propio. Esto se ha visto en países como Hungría y Polonia; con Bolsonaro, en Brasil, quien admite que prefiere defender la economía por encima de la vida de la gente; con Ortega, en Nicaragua, quien niega que haya pandemia; con Trump, quien llama a la liberación
de ciertos estados de la Unión de las condiciones de aislamiento que se han impuesto y atiza a la gente a manifestarse en las calles. Y no están solos, por eso se atreven a hacerlo.
En fin, que la pandemia se ha asentado, como no podía ser de otra manera, más allá de los efectos directos del virus. Repercute severamente en las estructuras sociales y, seguramente, incidirá en las condiciones que prevalezcan más adelante, cuando esto finalmente se supere.
La discusión al respecto ya está abierta y abarca los extremos de la organización social. Los más conservadores proponen que no habrá cambios significativos; otros, más audaces, apuntan a una restructuración de las condiciones del poder y las alternativas sociales para atemperar las desigualdades.
Hoy, uno de los dilemas generados por la pandemia se expresa como: Salir o no salir.
Esto es claro en México. Si una forma privilegiada de atender las condiciones de la infección y el contagio ha sido el distanciamiento social y el confinamiento en casa, ahora no sólo se fijan fechas para mitigarlos, sino que incluso otras establecen el final de la emergencia.
Hace unos días la Secretaría de Salud expuso las conclusiones del equipo científico sobre la situación de la pandemia en el país. Entre las recomendaciones sobresalen las de mantener la jornada nacional de sana distancia hasta el 30 de mayo y que en los municipios de baja o nula transmisión las medidas de seguridad sanitaria permanecerán hasta el 17 de mayo.
No obstante, la misma dependencia ha advertido que la fase de mayor contagio en el país se presentará hacia la segunda semana de mayo. Hay una inconsistencia en las fechas así previstas, sobre todo porque no se sabe con certeza la magnitud de esa fase álgida. Además, no existe un mecanismo de pruebas que establezca la forma en la que se ha diseminado el contagio. Mucha gente, ciertamente, ha cumplido con las medidas de confinamiento, pero nada indica que así se ha hecho por la mayoría y a escala nacional.
Llama la atención, igualmente, el grado de confianza con la que, a pesar de todo, se establecen los tiempos de la pandemia. Esto contrasta con las condiciones que persisten en países como España, Italia o Gran Bretaña, por ejemplo, en donde sigue extendiéndose el confinamiento y no acaba de aplanarse la curva del contagio y los fallecimientos.
La política tiene sus propias formas de voluntarismo, pero esto, claro está, puede ser muy riesgoso e irresponsable no sólo en cuanto a lo que ya se ha anunciado, sino en lo que puede ocurrir con una nueva etapa de propagación del virus.