l viernes pasado asumió el nuevo ministro de Salud del gobierno ultraderechista de Jair Bolsonaro. Se trata de un oncólogo vinculado, a ejemplo del antecesor renunciado el día anterior, Luiz Henrique Mandetta, al sector privado de salud.
Nelson Teich tiene amplia experiencia en administrar hospitales y planes de salud privados (y carísimos). Ya de sistema público, nada de nada.
En su primer día en el cargo se conocieron los nuevos números de la epidemia del Covid-19 en el país, acorde con los datos oficiales, los muertos eran 2 mil 141 y los contagiados, 33 mil 600.
No son números fiables; como en Brasil se aplican pruebas en volumen absurdamente ínfimo, médicos, científicos e investigadores consideran que el número real sea de entre 10 y 15 veces superior. Además, se da por hecho que la curva ascendente de contagiados a partir de ahora gana impulso, para llegar a su pico en mayo y, posiblemente, extendiéndose hasta junio.
Remplazar a un ministro de Salud en medio de semejante escenario suena a iniciativa irresponsable y demencial.
Y exactamente de eso se trata: ya no a cada semana o día, sino a cada hora resulta más claro y evidente que la nación se encuentra bajo el mando errático, absurdo, irresponsable y demencial de un sicópata.
Mandetta tiene, es verdad, parte de la responsabilidad por el actual cuadro. En su primer año como ministro, y a raíz de sus vínculos con los planes de salud privados que en Brasil se ofrecen a precios exorbitantes, trató de recortar recursos del Sistema Universal de Salud, estructura pública inaugurada hace 20 años exactos.
En el primer momento de la actual pandemia no hizo nada para anticipar un plan viable frente al peligro que se avecinaba con ferocidad.
Pero también es verdad que tan pronto quedó evidente el peso del cuadro que se desplomaba sobre Brasil, cambió radicalmente de rumbo. Pasó a respetar todas las recomendaciones de la Organización Mundial de Salud y de médicos, científicos e investigadores locales y de otras partes del planeta.
Se mantuvo firme en posición absolutamente opuesta a la de Jair Bolsonaro, que critica furiosamente el aislamiento social y la cuarentena adoptados por gobernadores y alcaldes de todo el país.
Y han sido precisamente sus aciertos, los que llevaron su popularidad a las nubes, que el resentido, rencoroso y envidioso primate que ocupa el sillón presidencial decidió echarlo.
Mandetta sale con la imagen ampliamente fortalecida. Y cuando se confirme la tragedia que exhala robustas señales, de inevitable y veloz, su peso se desplomará exclusivamente sobre los hombros de Bolsonaro.
Con relación a Teich, el nuevo ministro, de entrada dejó clara cuál fue la razón de haber sido elegido: se declaró totalmente afín al ultraderechista Bolsonaro. Dijo que, de momento, el aislamiento y la cuarentena no sufrirán cambios radicales, y nada más.
El problema central es que esa figura, sin ningún vestigio de experiencia en el sistema público de salud, asume cuando los hospitales de São Paulo y Río de Janeiro, y también de Manaos y de Fortaleza, se acercan al colapso a una velocidad acelerada.
Teich declaró que necesitará unos 15 días para enterarse no sólo de la situación actual real, sino también del funcionamiento del ministerio que asumió.
A un ritmo de 200 muertos diarios, de aquí a unos 3 mil cadáveres habrá empezado a darse cuenta de la realidad.
Y eso, considerando los datos oficiales. Si se confirman las proyecciones de lo que serían los números reales, será sobre un total de unas 30 mil vidas.
Semejante panorama, especialmente agobiante, coincide con otro, también abrumador: la turbulencia cada día más violenta en el escenario político.
Jair Bolsonaro, además de moverse sin norte ni rumbo, está oscilando entre el aislamiento absoluto y la tutela drástica de los uniformados que lo rodean en el palacio presidencial.
A esas alturas, es blanco directo del comando de las dos casas del Congreso, de la mayoría de los integrantes de la Corte Suprema de Justicia, de los gobernadores de los estados con más peso político y económico del país y de los mismos medios hegemónicos de comunicación que fueron cruciales para que llegara a dónde llegó.
Un silencio estruendoso es el resultado de la ausencia absoluta de diálogo con esos sectores claves de la nación, especialmente en medio a una crisis de proporciones inimaginables.
Por si fuera poco, ahora, con la salida de Mandetta, quedó claro que la aplastante mayoría de sus ministros se reducen a figuras inocuas, patéticas cuando no aberrantes, y que en Brasilia hay de todo, excepto gobierno.
El día en que Teich asumió su ministerio, el vicepresidente, general Hamilton Mourão, se dirigió de manera sucinta a los periodistas: está todo bajo control
, aseguró. Para luego añadir: “lo que no se sabe es de quién…”
Mientras el combate a la pandemia deambula en un laberinto confuso, el gobierno de Jair Bolsonaro se mete más y más en un callejón.
Queda por ver si habrá salida.