a irrupción del nuevo coronavirus ha sido de tal magnitud que no ha quedado de otra que recurrir a las metáforas más a la mano. Ahora sí viene la grande, “ the big one” como dirían en Wall Street o los comederos del New York Times. Crisis mayor y tal vez definitiva, empezaron a recitar en Europa a la vista no sólo de la saturación de sus servicios de salud sino de las implicaciones inmediatas de la pandemia, ya bautizada así, por encima de los ya dañados circuitos productivos y financieros. La maldita
austeridad no ha dejado de imprimir su nefasto legado de penuria, carencia y deterioro de lo más preciado que el humano había podido construir después de la destrucción masiva de la Segunda Guerra.
Apocalipsis han llegado a decir algunos cuando no derrumbe, más allá de una recesión normal, el fin del capitalismo como lo hemos conocido y se quería reconstruir después del susto mayúsculo de 2008-2009. Por lo pronto, no es hipérbole de mal gusto decir que el mundo vive en peligro, aunque de inmediato uno se sienta obligado a advertir de los ritmos desiguales de la tragedia. Uno es el éxito de Corea del Sur o la espectacular recuperación china de Wuhan; otra es la desolación y muerte que recorren a España o Italia, países avanzados y orgullosos de sus sistemas nacionales de salud.
¿Y nosotros? No pienso que este día pudiéramos decir, horas previas al discurso del Presidente sobre la situación económica, que el negacionismo que sitió las primeras manifestaciones de la pandemia haya cedido el imprescindible lugar a una reflexión cuidadosa, racional, sobre la coyuntura y su perspectiva, desde la salud pública y de la economía. No hay signos de que el gobierno esté preparándose para, por lo menos, esbozar un plan de acción inmediata que pretenda salir al paso a los ominosos panoramas de desocupación y cierre de actividades que se han delineado como una espectral continuación del estancamiento del año pasado, ya trasladado al primer trimestre del actual, sin que la crisis sanitaria haya desplegado su impronta.
En materia económica pues, reina una incertidumbre que el extraño verbo apaciguador del Presidente ahonda y extiende. Descalificar las proyecciones de la Secretaría de Hacienda, que anteceden los llamados pre criterios de política económica para 2021, no contribuye en nada. Se impone, desde ya, como urgente e indispensable una deliberación profunda y detallada, no sólo sobre los impactos inmediatos que la enfermedad del Covid-19 tiene sobre las cadenas humanas y productivas y, en general, sobre las actividades productivas y comerciales, sino sobre la perspectiva que esta caída inevitable nos impone desde hoy y cuyo despliegue parece imparable para mañana, hasta cubrir el año próximo.
De no empezar a pensar e imaginar en código de planeación, no habrá el necesario consenso de las fuerzas productivas y el gobierno y la ciudadanía quedarían inermes ante todo tipo de especulaciones y aviesas pretensiones de no pocos grupejos que, por encima y en contra de la Constitución, quisieran adelantar la fecha de la sucesión presidencial. Se trata, ni más ni menos, que del respeto de la Constitución. Respeto que se traduce en su observancia y en su cotidiana vigencia real y efectiva en y frente al espíritu público de los mexicanos.
Ciertamente es la hora de la unidady la concertación, pero es preciso, urgente, identificar las pautas institucionales mínimas necesarias para que esa unidad y ese consenso puedan traducirse en estrategias y políticas concretas y eficaces. Nada de esto está garantizado y el asunto se complicará a medida que el mundo descubra sus falencias y ausencias institucionales ante el poderío inclemente de esta triple crisis: global, sanitaria y económica, que encuentra con los días nuevos veneros para nutrir sus pulsiones corrosivas del orden y de la propia especie.
Hablar de desastres puede no ser lo más conducente para abundar en esa construcción urgente de la política y las instituciones, pero por desgracia es lo que más se acerca a los escenarios que nuestra pobre acción como Estado ha prohijado y desde luego la crisis ha profundizado.
Los otros datos
no pueden dar lugar a otros
pronósticos porque estos, por equivocados o inexactos que puedan probarse mañana, están afianzados en la realidad presente que es el obligado punto de partida para proyectar, pronosticar y recetar. No hay de otra, salvo que el camino que se quiera seguir sea el cultivo, del todo inaceptable, de una irracionalidad vuelta práctica de Estado, de la mitomanía como sistema político.
Cuando esto ocurre, y ha ocurrido más de una vez en nuestros tiempos, la cosa se pone grave
, como creo que dijo Simone de Beauvoir.