Desigualdad social, otro brote peligroso
ía nueve, fase 2 (aún), periodo de emergencia sanitaria, (Covid-19). Las experiencias de las que tendremos que aprender al final de la emergencia y las transformaciones sociales a las que deberemos adaptarnos aún no pueden esbozarse con certeza, pero las desigualdades se manifiestan ahora como un factor peligroso para todos.
Parece que el encierro que se recomienda para romper la cadena
del contagio no es una medida que encaje como posible en todos los sectores de la población, por lo que el futuro inmediato del comportamiento de la enfermedad parece sombrío para la población.
Para quienes tienen a su alcance todos los servicios que ofrece el urbanismo moderno, como agua corriente, luz, telefonía celular, Internet y los ahorros necesarios, enclaustrarse resulta, hasta cierto punto, una regla tal vez molesta, pero colocada dentro de lo posible.
La diferencia es atroz si miramos de cerca primero que un muy alto porcentaje de la población, más de la mitad de los que trabajan, se halla dentro de lo que se considera labor informal, es decir, son personas –madre, padre y, muchas veces, hasta los hijos, sin importar edades– que tienen que salir para conseguir el dinero que les permita comprar lo que se requiere en el día, no más.
Después, mucha gente de alcaldías como Tláhuac, Xochimilco, Milpa Alta…, en fin, casi todas las alcaldías tienen cuando menos cinco colonias o barrios considerados de alta o muy alta marginación. Lugares como el barrio de Caltongo, en Xochimilco, o la colonia Balcones de Cahuayo, en Álvaro Obregón, no cuentan, por ejemplo, con un supermercado donde puedan surtirse de alimentos, y menos aún de un servicio de entrega a domicilio, es decir, deben dejar la casa para subsistir.
Entonces, si tomamos en cuenta estos factores, tendremos como resultado que más de la mitad de la población de la ciudad no puede quedarse en casa por muy indispensable que sea. Todas estas personas viajan en Metro, circulan por muchas calles de la ciudad, acuden por miles a lugares como la Central de Abasto, y si atendemos a lo dicho una y otra vez en las comunicaciones diarias que se hacen para mantener informada a la población, las posibilidades de impedir que se cumpla con los designios más crueles, son muy pocas.
Sobre estas desigualdades y lo que ello significa deberían estar muy atentas nuestras autoridades. No se trata de satanizar a ningún estrato social, sino de poner los pies en la tierra para que después no levantemos las cejas y nos preguntemos ¿por qué?
De pasadita
El brote de sarampión en el valle de México y todas las demás calamidades que pegan en nuestra metrópolis nos obligan a pensar que la Ciudad de México debería echar a andar, tal vez desde las escuelas de estudios de alto grado, una investigación para saber qué tanto han regresado las que se llamaron enfermedades de la pobreza
y que se agregan ahora a las que producen las sociedades desarrolladas.
Y es que males como la hipertensión, la diabetes y el sobrepeso que solían golpear a los pobladores de las ciudades más avanzadas del mundo, hoy se suman a los males de la pobreza, que en algún momento se supuso estaban erradicadas.
Prevenir es una obligación de las autoridades. Dejar pasar temas como este, el del sarampión, y algún otro de este tipo, es una omisión mortal que no debe suceder. La CDMX puede y debe demostrar desde su gobierno el tamaño de su compromiso con la capital de México.