esde 1989, cuando vi por primera vez una exposición de Martín Ramírez, he estado esperando la publicación de una biografía crítica suya que lo registre como artista y como hombre de su tiempo de manera conocedora, afectiva y permanente. Es decir, desde hace un par de décadas he estado esperando la aparición de Martín Ramírez: arte, migración y locura, el libro de Víctor M. Espinosa que por fortuna hoy finalmente está en mis manos, una oración atendida, el mapa de una vida y de una obra que, por mil razones y por miles de sinrazones me ha estado atrayendo, tentando, no sé por qué, pero sí sé para qué, para acompañarme, para hacerme estremecer y sonreír; para ilustrarme y para orientarme como brújula en medio de la noche o del silencio o de este oscilante vaivén de luz y de sombra que es la existencia, o la existencia de quienes, como Martín Ramírez, pasan por locos porque no se expresan en otro lenguaje que el propio; es decir, el propio del artista, ser sin límites, ser libre frente a todo tipo de amenazas de detenerlo, de callarlo, de minimizarlo, de malinterpretarlo, de encasillarlo.
En 2010 publiqué un artícu-lo sobre Martín Ramírez que titulé Te saludo, Martín Ramírez
, y que arrancaba con la pregunta retórica: ¿Por qué será que Martín Ramírez insiste en llamarme?
, que da pie a que advierta que mi primera impresión de la obra de este artista, que experimenté al verla en 1989, y que me impactó poderosamente, aparte de haber sido espontánea, fue la de una espectadora común, es decir, sensible al arte, pero no mayormente conocedora, en este caso particular tampoco enterada de la vida de quien la creó. La obra me atrajo, me atrapó y me emocionó sin que yo conociera las circunstancias, inquietantes, llamativas circunstancias en las que había creado su pintura, en las que había logrado crear su inolvidable, su persecutoria, su permanentemente presente pintura.
En aquel primer párrafo de mi escrito de 2010 sobre Martín Ramírez advierto que, si sé que de forma natural tengo buen gusto y soy sensible al arte en general, me enorgullece haberme emocionado al enfrentar el de Martín Ramírez, pues lo aprecié antes de conocer los pormenores de la vida del pintor y de lo interesante que conocerlos resultaba. Alcancé a reconocer su profunda y abarcadora visión antes de saber que habría de ser considerado un maestro de la pintura del siglo XX.
A todo esto, ya había yo leído el ensayo de Octavio Paz sobre Martín Ramírez y, más a cuento, el que Víctor M. Espinosa publicó en Letras Libres en 2008. Pero quería más. Quería, por ejemplo, con especial interés, dar con los diarios que Martín Ramírez aparentemente escribió. Quería dar con una biografía de Martín Ramírez, apreciativa y fundamentada. Quería leer más impresiones críticas sobre la obra de Martín Ramírez. Asimismo, quería saber más, saberlo todo de Víctor M. Espinosa, quien, sin mayores datos, sólo por la calidad de su información y del manejo que hacía de esa información, me pareció que se trataba de un escritor que a la vez era crítico de arte, biógrafo, narrador, poeta, historiador. Quería saber quién era Víctor M. Espinosa, quería conocer las razones que lo llevaban a identificarse, a fusionarse, con Martín Ramírez.
Hasta que por fin, no recuerdo a través de qué precisa vía, pero una vía que no sorprenderá que en su momento yo considerara mágica, Víctor M. Espinosa me contactó y, al anunciarme y prometerme el envío del libro sobre Martín Ramírez en el que trabajó durante décadas, renovó mi esperanza de llegar a conocer a fondo a Martín Ramírez, y los porqués y los cómos y los dóndes y los cuándos de que su obra, de la marginación, pasara a integrarse no sólo al mundo del arte sino, más específicamente, emocionantemente, al gran mundo del arte. Promesa que por fortuna se ha cumplido. Y de ahí que me disponga a leer el libro de Víctor M. Espinosa pausada y gozosamente, como sólo merece ser leído un libro que ha sido casi convocado.