n ocasiones el lenguaje traiciona. Esto es siempre llamativo y tal vez más en el caso de una persona que tiene presencia pública de alto nivel e influencia, como es el de un político.
Esta traición parece haberle ocurrido a Donald Tusk, quien apenas hace unos días dejó de ser el presidente del Consejo Europeo, el órgano más importante de gobierno de la Unión Europea.
Tusk sirvió en ese puesto entre 2014 y 2019, y antes fue el primer ministro de Polonia, entre 2007 y 2014. Es, pues, un político veterano y experimentado, militante del Partido Popular Europeo (PPE), del que ahora es presidente.
El PPE se define como un grupo de centroderecha que está comprometido con la creación de una Europa más fuerte y segura de sí misma, al servicio de las personas
. Es el grupo más numeroso y antiguo de los que conforman el Parlamento Europeo.
Afirma el partido en su actual manifiesto que es cuestionado por populistas y demagogos que predican egoísmo y nacionalismo, por una izquierda atrapada en el pasado y por una nueva estrechez de mira ecológica que se opone categóricamente al comercio, obstaculiza el crecimiento ecológico y excluye a componentes importantes de nuestras sociedades
.
Como presidente del Consejo Europeo, Tusk trató de cerca la cuestión de la crisis económica de Grecia y las condiciones del rescate luego de la debacle financiera de 2009.
En julio de 2015, en una entrevista con el diario Financial Times, Tusk declaró que temía mucho más al contagio político
derivado de la crisis griega que a los efectos financieros colaterales que aquélla podría acarrear. Arguyó que la causa común entre grupos de extrema derecha y extrema izquierda ha sido precursora de algunos de los momentos más oscuros en Europa durante el siglo pasado.
La postura que representó Tusk en el caso de Grecia, cuyo gobierno fue forzado a aplicar un muy severo y largo ajuste económico sobre la población, equivalió, para muchos, a una suerte de imposición disciplinaria que debería ser ejemplar para los países deudores de esa región.
Su postura no fue la de una solidaridad paneuropea como plantea el manifiesto del partido en que milita y ahora preside.
A principio de este año, Tusk se preguntaba qué lugar tendrían en el infierno aquellos que habían promovido el Brexit sin tener un plan de cómo hacerlo de manera segura.
Le respondió Varoufakis, antiguo ministro de finanzas de Grecia, en plena crisis de la deuda y enfrentado desde entonces a Tusk. Le dijo que probablemente el lugar sería similar al que está reservado para quienes diseñaron la unión monetaria europea sin una unión bancaria y que cuando estalló la crisis habían transferido cínicamente las gigantescas pérdidas de los bancos acreedores a los hombros de los contribuyentes más pobres
.
Así es que Tusk no está exento de polémicas y cuestionamientos políticos. Esto incluye a su propio país, cuyo gobierno, del partido populista y conservador de derecha Ley y Justicia, no apoyó su candidatura al segundo mandato al frente del Consejo Europeo en 2017.
En una entrevista reciente ( El País, 6/12/19), ya como presidente del PPE, Tusk señaló que su partido ha de ser una fuerza política capaz de proteger a Europa del riesgo de un aumento del nacionalismo y extremismo, sea de derecha o de izquierda. Añadió que, para él, la línea roja no es política, sino de valores humanos
.
La joya del lenguaje traicionero apareció cuando le cuestionaron si entonces habría que dejar de negociar con la ultraderecha. Luego de un largo silencio –según consta en la transcripción de la entrevista–, signo de que había reflexionado, Tusk dijo: El problema de empezar a flirtear con los extremistas no es que puedas encontrar intereses comunes, sino que empieces a pensar lo mismo que ellos. Es muy fácil transformarte si estás en contacto estrecho con este tipo de poderes. Hay que protegerse de esa tentación
.
Vaya, pues, con la firmeza de las concepciones que exhibe el político en sus declaraciones públicas y que se expresan en el manifiesto y otras proclamas de los Populares Europeos.
Sólo flirtear (literalmente, dar señales sin comprometerse) llevaría a Tusk y los suyos a empezar a pensar como los extremistas a los que infaman, a transformarse con facilidad por mero contacto estrecho con esos poderes y caer en tentaciones.
Pobres ciudadanos que se amparan en políticos con convicciones supuestamente tan firmemente asentadas en valores humanos, pero que pueden ser socavadas por mero flirteo. Y contacto con extremistas de todo signo.
Cuando la política se convierte en argumento o excusa para salvar almas, comunidades, pueblos y naciones, los ciudadanos deben protegerse. Cuando la política se convierte en ocupación por demasiado tiempo, cuando se vuelve una chamba, hay que prevenirse.