El grito que impulsó al Morelia
a playera número 12 entró a los partidos de la liguilla con ingenio y malicia sólo posibles en México. El público hizo del reglamento antihomofobia su mejor arma y el equipo Morelia logró capitalizarlo. En el juego de ida, cuando los Monarcas estaban contra la pared, la afición michoacana no dudó en esgrimir a todo pulmón el grito que la FIFA decretó homofóbico: “Ehhhh… ¡puto!”
Llegó el castigo que, en este caso, resultó un premio: la suspensión momentánea del partido. Los jugadores del Morelia aprovecharon la pausa para recuperar aliento, se reorganizaron y volvieron a la refriega con renovados bríos para capitalizar los minutos de alargue que obtuvo –no está de más insistir– gracias a su aplicada afición. Luis Ángel Quick Mendoza meció las redes para el 3-3 que puso de nuevo en liza a su escuadra y dejó la moneda en el aire.
Para la vuelta en el Nou Camp, el sábado por la noche, el público leonés tenía asimilada la lección, se portó bien durante casi todo el partido, pero después de que cayó el tanto de Edison Flores para el 2-1 adverso que los dejaba fuera de semifinales, con el reloj corriendo los últimos minutos del tiempo regular, de inmediato se plantó la playera verde, calentó la garganta y aplicó la misma receta: lanzó el grito con estruendo.
Obtuvo lo que quería, una suspensión momentánea de parte del silbante Marco Ortiz, quien agregó siete minutos y aunque al 90+6 Ángel Mena puso el 2-2 que le devolvía a León el boleto a semis y sembraba una jubilosa locura en las gradas, instantes después el VAR se lo anuló por un rigorista manotazo. El público rumió su frustración, peor aún al contemplar a un desbocado José Juan Macías que por poco obra el milagro, pero su pelotazo impactó en el larguero.
En la ida del partido América-Tigres los fanáticos de las Águilas olfateaban la superioridad del adversario –campeón y verdadero millonario de la liga–, y con cierta pena sopesaban las flaquezas de los suyos. Llevaban en la mira al novato portero felino Miguel Ortega; esperaban, al igual que el Piojo Herrera, que lo bombardearan con todo tipo de pelotazos… ahí estaba el pan.
Pero Tuca Ferretti plantó un tren defensivo que exhibió las carencias del ataque local, así que el público tomó la iniciativa y embistió a Ortega con el grito homofóbico. El sonido local padeció para opacar una y otra vez el clamor, y fue hasta el complemento cuando decidió hacer un primer llamado por el altavoz. El grito resurgió ensordecedor después de que André Gignac asestó el 1-2 vía penal; hubo una segunda advertencia que también fue ignorada. Todavía el respetable
emitió seis gritos más.
El árbitro Fernando Guerrero quedó mal con todos, no aplicó el reglamento y no dio la pausa que con afán tramitó la parcialidad amarilla. El protocolo indica que al primer grito el sonido local debe emitir una advertencia por el altavoz y la pantalla. Si hay reincidencia se detiene el juego y se hace nuevo llamado. Si ocurre por tercera vez, deberá parar el juego, enviar al vestidor a los futbolistas y hacer la última advertencia. Al cuarto grito, finaliza el partido y se veta el inmueble.
Mientras algunos técnicos ven el futuro con incertidumbre a pesar de haber alcanzado la liguilla, Guillermo Vázquez Herrera se confirma como el más cotizado. Memo sólo ha probado las mieles de un título con Pumas en el Clausura 2011, pero carga la frustración de la final perdida contra América en el Clausura 2013, cuando dirigió a La Máquina, y la del Apertura 2015, ante los Tigres del Tuca, en el banquillo auriazul.
El martes habrá show. La junta de dueños tiene sentado en el banquillo de los acusados al rebelde Fidel Kuri, del Veracruz. José Juan Macías intenta zafarse de las redes que le tiende Grupo Pachuca… Indigna la falta de respeto hacia la final femenil, relegada a un segundo plano, esperando ver lo que suceda con los equipos varoniles para asignarle fecha al partido de vuelta entre Rayadas y Tigresas, que quedaron 1-1 en la ida.