rimero los pobres, dijo alguna vez AMLO. En efecto, esa es la prioridad no sólo porque México bate récords de desigualdad social –tiene un índice de Gini superior a 50 contra menos de 40 para países en profunda crisis como Venezuela o Argentina, según datos del Banco Mundial. La lucha contra la pobreza y la ignorancia es prioritaria sobre todo porque el México profundo sigue siendo bárbaro y tiene un cruel atraso que se expresa en la disgregación acelerada de la solidaridad social –que sólo aflora en los grandes desastres– en el desarrollo del individualismo hedonista, en la brutal realidad de los feminicidios –en México es asesinada una mujer cada dos horas y media, contra una cada 48 horas en Francia y casi una por día en Argentina– en los linchamientos, la guerra del crimen organizado contra la sociedad, las mutilaciones, los degüellos, los ahorcamientos, las fosas comunes, los camiones abandonados llenos de cadáveres y la naturalización de la violencia salvaje, de la violación de las reglas de convivencia. En nuestro país sin ley ni justicia son normales el semianalfabetismo, la incapacidad para escribir sin errores graves, la falta de respeto por los ancianos, los niños y por las mujeres convertidas en viejas
o pinches viejas
y consideradas a disposición del varón que decida manosearlas o violarlas.
Sin cultura no hay democracia, pues ésta requiere que todos estén informados, posean la capacidad de pensar y de juzgar para decidir, para lo cual deben tener un nivel mínimo de satisfacción de sus necesidades más elementales: vivienda, trabajo, acceso a la educación Sin cultura no tendremos ciudadanos independientes y críticos, sino seguidores ciegos de algún iluminado o meros clientes del capitalista que les dé alguna limosna.
La cultura exige elevar de inmediato el poder adquisitivo y desarrollar el mercado interno y la producción y, entre otras medidas, profesores preparados y bien pagados para poder exigirles que lean libros y revistas especializadas y tengan dedicación plena a sus alumnos. Se construye también arrancando de la miseria y la ignorancia a los integrantes de la familia y de la comunidad, dándoles medios para elevarse y espacios de decisión y sancionando severamente a los medios de información orales, televisivos o impresos que mientan o desinformen para dominar a sus oyentes, televidentes o lectores o que especulen con la morbosidad de los atrasados.
Si algo hay que transformar urgentemente es la vida cotidiana de los mexicanos mediante campañas de educación científica, de lucha contra el alcoholismo, de eliminación de la superstición medieval que aún impera y da base a sectas religiosas. En lo cotidiano se construye una cultura más elevada si se respetan los recursos naturales, se salvan los bosques y se impone un uso responsable del agua, tras asegurar que todos puedan disponer de ella.
Sobre todo porque el calentamiento mundial es sinónimo del aumento de la desertificación y de las sequías que siempre azotaron a México y porque la recesión mundial que viene trae en su seno el peligro de guerra, o sea, el peligro de la escasez de los alimentos, incluso en los países neutrales, o de la invasión y la incorporación de éstos a la fuerza en el conflicto, y el riesgo de graves problemas económicos y de interrupción prolongada de los proyectos a largo plazo.
En las nuevas casas que se den a las víctimas de los terremotos, hay que instalar paneles solares para aliviar la red eléctrica y para ahorrar combustible para cocinar y sustituir las descargas de los inodoros mediante letrinas secas, con la destrucción bacteriana de los desechos. Desde ya habría que estudiar y promover también un aumento del abastecimiento hídrico y la desalinización del agua marina en todas las costas, así como el desarrollo de la pesca artesanal a vela o eléctrica proveniente de pequeñas centrales eólicas.
Además, siguiendo el ejemplo de la Unión Europea, que lo hará en 2020, se debe prohibir cuanto antes la fabricación de envases plásticos que requieren un alto consumo de energía y contaminan los océanos. Es necesario promover la restructuración y el desarrollo inmediato de un sistema de transporte público ferroviario o sobre goma en las ciudades y en el campo, y reducir el uso de los aviones comerciales, altamente contaminantes, y el empleo desmedido del automóvil privado, que consume gran cantidad de energía y de recursos y causa embotellamientos y empeora la terrible contaminación en los grandes centros urbanos. Éstos, por último, deben ser reducidos, descentralizando todos los servicios y las fábricas donde eso sea posible.
Las verdaderas prioridades son los pobres, acabar con la barbarie cultural en 50 años adoptando decisiones drásticas: elevación del nivel de ingresos y reducción de las desigualdades, modificación radical de la vivienda y de la vida cotidiana y construcción de ciudadanía y democracia.