rajineras y alcohol, mala combinación. La tragedia de hace días no es la primera que ocurre en los canales de Xochimilco. Lamentablemente lo que fue tradición, el paseo familiar al que todos acudimos alguna vez, atracción turística acostumbrada, poco a poco se convirtió en actos de consumo desmedido de alcohol, especialmente por los jóvenes que encuentran en el bucólico paisaje de las chinampas un lugar diferente y una oportunidad aventurera.
El alcalde de Xochimilco tomó la decisión correcta: limitar el número de cervezas y la cantidad de litros de alcohol que pueden embarcar los paseantes en las trajineras; fue también oportuno que funcionarios de la alcaldía brindaran información sobre la nueva reglamentación, tanto a remeros, a dueños de las canoas y a visitantes para que nadie se dé por sorprendido o ignore la nueva disposición. El uso de chalecos para flotar en caso de caída es también plausible y no menos importante regular el número de pasajeros con el fin de que haya suficiente espacio y menos riesgos de un accidente.
Xochimilco es –así fue declarado– Patrimonio de la Humanidad, y lo es por méritos propios; los barrios y los pueblos ancestrales existen desde antes de la llegada de los españoles, algunos son anteriores a la fundación de la gran Tenochtitlán. Se considera su iglesia del siglo XVI, en la cabecera de la actual alcaldía, también de gran valor, al igual que sus sitios arqueológicos, capillas y templos virreinales. Como en casi todo el país, se trata de un mestizaje cultural y antropológico, pero aquí con marcado predominio de la población originaria.
En toda la república hay plazas y templos parroquiales, traza española de los centros urbanos, pero no en cualquier sitio sobrevive un paisaje y una cultura tan singulares como la de las chinampas de Xochimilco, verdaderas islas fabricadas a mano delimitadas por ahuejotes, macizos flotantes tejidos con carrizos. Son una creación humana, un gran invento de nuestros ancestros originarios del valle de México, las hubo en Chalco, Iztapalapa, Tláhuac y en Iztacalco, pero sólo sobreviven algunas en Tláhuac y en mayor extensión en Xochimilco; es un deber de todos preservarlas y un orgullo presumirlas. Son, además, fuente de producción de hortalizas y, por lo tanto, de sustento para los campesinos del lugar.
El alcalde cumplió con su parte, respondió de inmediato con la reglamentación que corresponde a su gobierno; a las autoridades del gobierno central les corresponderá apoyar sus acciones, reforzar la vigilancia y hacerla eficaz, pero no invasiva, y mantener vivo ese reducto de historia y tradición que cumple también funciones de pulmón urbano y área de conservación.
Toca a las autoridades, tanto federales como capitalinas, combatir las causas profundas de algunos de los accidentes que suceden, no exclusivamente en Xochimilco y en las trajineras, sino en muchas otras partes de la capital del país. Se trata de hechos y delitos en los que el alcohol es uno de los factores de esos lamentables acontecimientos. Datos alarmantes indican que 66 por ciento de los consumidores de alcohol son, en nuestro país, jóvenes entre 12 y 24 años; ir a las causas y no sólo combatir los efectos, como ha sido una divisa de la 4T, debe consistir en campañas para convencer a nuestros adolescentes y jóvenes de que se puede vivir plenamente y disfrutar sin necesidad de estar bajo los efectos de drogas o alcohol. La venta de bebidas alcohólicas, en especial cerveza en grandes cantidades, es un gran negocio de poderosas empresas que fomentan el consumo con cualquier pretexto entre los más vulnerables; debemos detenerlas, que no se aprovechen de la necesidad aventurera de muchachas y muchachos. Un viejo maestro, Alberto Escalona Ramos, decía: Los jóvenes buscan naturalmente su autoafirmación, ser ellos mismos
, y agregaba sé tú mismo, pero sé lo mejor de ti mismo
. Finalmente otro recuerdo, una canción local: Cobro nomás por remero y por cancionero lo que quieran dar
.