l 26 de abril de 1986 estalló la unidad 4 de la central nuclear de Chernóbil en Ucrania. El pasado 8 de agosto hubo otra en una plataforma en la localidad de Nyonoksa en el mar Blanco. Los niveles de radiación aumentaron hasta 16 veces lo normal de forma ‘‘momentánea’’.

Inicialmente el ministerio de defensa ruso dijo que murieron dos ingenieros. Al final reconoció que fueron siete y heridos otros seis. No se sabe si las víctimas se debieron a la explosión o por estar expuestas al material radioactivo.

Dos días después de la explosión, dejaron de transmitir sus mediciones laboratorios rusos que vigilan los niveles de radiación como parte de un acuerdo internacional. No así la agencia nuclear noruega, la cual reportó que a la explosión le siguió otra más y fue la causante del aumento en la radiación. Moscú lo negó y dijo que se había estabilizado y duró apenas 40 minutos.

Pero la comunidad científica nuclear rusa y países limítrofes dudan de la versión oficial de que la radiación no fue lo suficientemente fuerte como para causar daños a la gente. También los médicos que atendieron a las víctimas.

Tampoco hay certeza sobre el origen de la explosión. El Ministerio de Defensa dijo que ocurrió en un motor de cohete de combustible líquido. Luego la agencia nuclear rusa sostuvo que el dispositivo que estalló era una ‘‘fuente de energía isotópica’’, sugiriendo así que se trató de una prueba fallida de misiles. Después, que la prueba involucraba a un pequeño reactor nuclear o un generador termoeléctrico de radioisótopos, ambos con aplicaciones en naves espaciales.

Finalmente, el presidente Vladimir Putin dijo que el accidente no representaba ‘‘ninguna amenaza’’ y ocurrió durante el ‘‘trabajo en un prometedor sistema de armas’’.

Las autoridades rusas suelen ocultar la dimensión de sus tragedias nucleares. Como en Chernóbil. Y es secreto de Estado la de 2000 en el submarino Kursh, en el que murieron sus 118 tripulantes.

¿CuÁndo la próxima?