rente a la zozobra que produce la violencia en aumento en toda la República habrá que incursionar como los niños jugando a hacer castillos en la playa, en una regresión al servicio del yo
.
Sigo al genio de Nietzsche que lanza un desafío pretendiendo cambiar el calor del movimiento partiendo del niño que juega a orillas del mar, imagen del niño como representante de la regresión, del retorno al origen, emergencia de la concepción de un después
, un porvenir, una plenitud por alcanzar; giros que se redimen
y el olvido como regalo de la memoria.
El niño que juega
con el mundo, dice Rovatti, tiene un aspecto ultrahumano, cada uno de nosotros puede rememorar de sí mismo un tramo, detener la imagen, percibir en ella un cierto valor de permanencia que pertenece al acervo de las cosas sencillas, aquellas sencillas maravillas que acontecen cotidianamente como el brillo del Sol, el murmullo del mar, la lluvia que cae, y yo agregaría la voz de un cante andaluz que dice: como el rayo de luna, yo sólo quiero caminar, como corre la lluvia en el cristal, como el río corre hacia la mar
.
Y así entre la lluvia y el mar, la memoria y el olvido evoco las palabras de Nietzsche: Inocencia es el niño y el olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí sola, un primer movimiento, un sagrado decir de sí que sí
(Así habló Zaratustra, De las tres metamorfosis
). Pero al mismo tiempo, en todos nosotros se ocultan muchos falsos niños. Más el niño de verdad
no se avergüenza de su llanto y lo torna risa, porque sus ojos son capaces de adivinar, y sonreír por ello, al distinguir y presentir las nuevas conchitas que la próxima ola le obsequiará. Ese niño de verdad
me parece a mí que el niño aquel del poema de García Lorca: El niño busca su voz. / (La tenía el rey de los grillos.) / En una gota de agua / buscaba su voz el niño
. Y así como dice Jorge Guillén, haciendo alusión a la obra de García Lorca: “El niño que existe en el poeta –y los dos son uno– dispone las palabras en combinaciones caprichosas, como si estuviese jugando en una playa con piedras y conchas. Así jugaba Federico, entre su imaginación y sus manos, con el mundo”.
Sujeto en movimiento, reparación en escena de la interrogante cartesiana sobre el sentido y la subjetividad. Movimiento y temporalidad, convocación bergsoniana a guiarnos por el oído para una mejor captación del movimiento, la melodía como metáfora, movimiento que como masa acústica
se basta a sí misma.
¡Quién fuera niño jugando en la playa a recoger arena!