l gobierno de Mauricio Macri, como un boxeador groggy, apenas si se mantiene en pie y trata de recuperar algo de fuerza y de apoyo en el poco tiempo que queda hasta las elecciones generales de octubre en las que recibirá el golpe de gracia.
Ante la alianza en formación que se reflejó en las urnas entre, por un lado, amplios sectores de las clases medias urbanas y rurales con los desocupados y los trabajadores aún en actividad, pero amenazados por la crisis, por otro, Macri busca desesperadamente separar del grueso al menos algunos sectores más conservadores con medidas de muy escaso impacto social, pero simbólicas, como la eliminación del IVA a algunos alimentos de gran consumo.
Por su parte, los Fernández intentan permitirle la terminación de su mandato porque están también preocupados por la constitución en marcha de un bloque social que en el pasado reciente permitió grandes luchas sociales, como las que se produjeron posteriormente a la alianza obrera-estudiantil de 1958 en defensa de la enseñanza pública y laica, la que preparó en los años 60 el Cordobazo y el Rosariazo o la alianza entre piquetes
y cacerolas
que preanunció la huída en helicóptero en 2001 del presidente asesino De la Rúa.
Alberto Fernández, el candidato a presidente, trata por eso de tranquilizar al capital financiero internacional y a los capitalistas que apoyaban a Macri (y que empiezan ya, como Grobocopatel, soyero, a saltar el alambrado). Llegó incluso a justificar la devaluación del peso en 30 por ciento en sólo una semana que hunde los salarios y las pensionesy a toda la economía y a aceptar la triplicación de la deuda pública y la ayuda
impagable y asfixiante del Fondo Monetario Internacional (FMI) y les dijo a los dirigentes de General Motors con nosotros podrán trabajar
.
El dúo Fernández se preocupa por los capitalistas, pero no dice una palabra sobre incrementos inmediatos de los salarios, protección del empleo, control de la fuga de capitales mediante un control bancario, auditoría de la deuda privada y de la pública. Sobre todo, trata de evitar movilizaciones porque en éstas los trabajadores y los desocupados se organizan, discuten, confrontan ideas y soluciones.
Pero el deslizamiento de decenas de miles que anteriormente habían apoyado a Macri en 2015, o que se habían abstenido, fue el resultado directo de las manifestaciones, paros, movilizaciones y de los insultos ritmados de miles en las canchas, teatros, cines, pizzerías, medios de transporte. Eso fue lo que forjó la rabia, el odio y el voto contrario.
Esta especie de cogobierno oculto y vergonzante bajo la forma de llamadas telefónicas entre el candidato Fernández con la anuencia de la vice Fernández y el desahuciado presidente actual muestra, además de complicidad con la dictadura del capital, una gran debilidad política, que favorece la maniobra del sector macrista para recuperar votos e intentar sobrevivir porque todavía no se realizó la elección real y de aquí a octubre hay tiempo de sobra para que Macri termine de hundir la economía.
Eso es lo que hay que impedir exigiendo informaciones sobre cada paso del gobierno y anulando con la fuerza popular las medidas criminales que pueda decidir el equipo de náufragos que está todavía en el timón porque una transición sin manifestaciones dejaría las manos libres a los capitalistas que exportaron ilegal y alegremente 70 mil millones de dólares en tres años y medio y duplicaron la deuda pública argentina con el resultado de que los bonos del Estado hoy están calificados como bonos basura.
Ya las luchas de los docentes y los desocupados en Chubut o la decisión de va-rias organizaciones de instalar ollas populares y hacer manifestaciones en Pla-za de Mayo, antes y después de Macri, muestran el camino a los demás trabajadores. ¡No hay que ceder nada y todo debe ser reconquistado!
Hay que transformar la actual pugna entre dos sectores capitalistas neoliberales, el macrista, con el apoyo del gran capital, y el Frente de Todos, con el de las Pymes y de las mayorías populares, en un enfrentamiento de los trabajadores contra las políticas y la represión propias del capitalismo del siglo XXI que, para superar su crisis, quiere explotar aún más a quienes producen la riqueza de unos pocos.
Las grandes empresas, si no pueden evitarlo, trabajarán con los Fernández, que están dispuestísimos a darles garantías y a mantener el orden
con la represión. Habría, en ese caso, algunos pequeños cambios cosméticos, pero todo seguiría igual.
Por el contrario, hay que imponer un cambio real cortando de raíz el tentáculo asfixiante de la deuda, reorganizando la economía y el país, encarcelando a todos los delincuentes de cuello blanco probados, expropiando los bienes en Argentina de quienes envían sus capitales al exterior, como el mismo Macri, obteniendo un inmediato aumento de salarios y jubilaciones.