ué bueno que haya mexicanos que no sólo estén contentos sino felices, aunque la realidad sea rejega. No hay modo de hacer que sus datos y cifras concurran con los que alimentan el diario diagnóstico presidencial. Esperemos que de este desencuentro no surja la idea, siempre larvada en los corredores del poder, de acabar con el mensajero. O negar sus lúgubres mensajes.
La actividad económica nacional, tal y como la resume el cercano
producto interno bruto (PIB), no creció en el segundo trimestre del presente año. Antes se había estimado que lo haría en 0.1 por ciento lo que, en términos estadísticos elementales, es equivalente al cero ahora registrado. El dato duro es que continúa paralizada la economía; parálisis que, como en caldero, se cuece la trampa de estancamiento con desigualdad y pobreza masiva, alojada en los suelos urbanos territorios donde se teje o se desteje lo que debería ser la política democrática, a pesar de las destrezas desarrolladas por el atribulado Instituto Nacional Electoral al que, para variar, los verdugos de la Cuarta Transformación en la Cámara de Diputados quieren reducir a su mínima expresión.
Las primicias del Inegi tienen varias lecturas, pero la ineludible es el crecimiento cero y sus implicaciones negativas sobre los niveles de vida del conjunto de los mexicanos, aunque, en primer término, sobre las capas que viven de su trabajo o de quien se encarga de proveer la subsistencia. Somos una sociedad económica dependiente del empleo en gran medida asalariado y cuando algo falla en esos mercados y mecanismos de distribución la cosa suele ponerse grave para el conjunto nacional.
Según reporta Dora Villanueva en La Jornada del pasado viernes (23/8/19, pág. 19), con base en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) y un comentario de Mauricio de la Jara, del Centro de Estudios Espinosa Yglesias, cuatro de cada 10 trabajadores son informales y con bajos ingresos.
Escribe Villanueva: El círculo de informalidad e ingresos bajos, que atrapa a 22 millones de trabajadores, tiene que ver, en gran medida, con que la economía lleva años sin capacidad para crear empleos formales, frente al número de jóvenes que se integran cada año a la demanda de trabajo
. De la Jara, por su parte, agrega: el crecimiento económico, que más o menos venía a un ritmo de 2.1 por ciento a nivel agregado, generaba alrededor de 600 mil puestos de trabajo formales al año y se calcula que entran al mercado laboral más de un millón de jóvenes. Llevamos mucho tiempo con déficit de creación de empleos
. Además, los montos de mal empleo por su precariedad y bajos salarios son millonarios.
De los cerca de 31 millones que, de entrada, no cuentan con reconocimiento laboral, 9 millones reciben menos de un salario mínimo; 9 millones 962 mil ganan entre uno y dos salarios mínimos y 3 millones 204 mil 845 no reciben ingresos
. Muchos, nos recalca Villanueva, viven de propinas, porque como dice el investigador citado, la gente se emplea en cualquier lado”.
No hay manera de evadir la cuestión. Si la economía no crece, el empleo, en particular el formal, los ingresos familiares se estancan o se achican. La inflación, por su parte, que está contenida, como también se informó, junto con los incrementos en el salario mínimo decididos este año, no refuerzan la capacidad de compra y el mercado interno, el consumo y las ventas internas tienden a estancarse.
La asignatura pendiente ya no es sólo el crecimiento, como reconoció el Presidente en días pasados. Es la subsistencia la que ha empezado a flaquear.