Sábado 17 de agosto de 2019, p. a12
La mejor banda de rock del mundo: comparto con Hermann Bellinghausen tal certeza, que argumentaré a continuación.
La música de King Crimson cumple medio siglo en su vocación decididamente sinfónica, su naturaleza camerística, su inclinación por las salas de concierto junto a la obra de los grandes creadores de música contemporánea, aquellos conocidos por melómanos de oído abierto, mente alerta, familiarizados con la mejor vanguardia, la avanzada de pensamiento que pendula entre lo camerístico y lo orquestal.
Hasta el momento, luego de semanas de escucha intensiva, he encontrado veredas otrora ocultas en el sistema de vasos comunicantes que el cerebro de Robert Fripp entabla con Steve Reich, Terry Riley, John Cage y en especial Morton Feldman.
En la línea de tiempo de la historia de la música de concierto resulta claro que el punto donde dejó las cosas John Cage lo retomó Morton Feldman y lo llevó más allá de la complejidad, hacia territorios de lo insondable, lo asombroso, lo que está por descubrirse.
Morton Feldman es creador de una música que desaparece toda noción espacial y temporal. Su alta complejidad contrasta con su capacidad de comunicarse con el escucha.
Ese elemento hermana a Morton Feldman con Robert Fripp, el líder y fundador de King Crimson: alta complejidad/alta comunicación con el público.
Las obras de Feldman a partir de óleos del expresionismo abstracto y textos de vanguardia, como la sublime Rothko Chapel, de 1971, el portentoso monumento sonoro For Frank O’Hara, de 1973 y la ópera Neither, con texto de Samuel Beckett, vienen completamente al caso cuando hablamos de la música de King Crimson.
Porque no cabe duda que todavía hay mucho por descubrir.
Hay quienes, de manera increíble, insisten en el término ‘‘rock progresivo”, cuando Crimson superó esa etapa hace décadas.
Los territorios jazzísticos, en cambio, sí corresponden a los planteamientos improvisatorios pero siempre en cuadratura a punto de romperse, característica esencial del reinado carmesí.
Cuando escuchamos las largas disquisiciones orquestales del septeto disfrutamos la sensación de estar escuchando un scherzo de Anton Bruckner. De ese tamaño.
La disposición de la banda en el escenario es también algo fuera de serie: al frente, tres baterías y atrás cuatro caballeros enfundados en smokings pero solamente con chaleco, los siete concentrados en un frenesí.
El Disquero de hoy rinde tributo a la mejor banda del rock del mundo, que regresa a México porque les place y aquí son bien entendidos y escuchados. Se presentará a partir del viernes 23 de agosto en el Teatro Metropólitan y después en el Diana de Guadalajara.
Vienen con su desplante de tres baterías, con Pat Mastelotto al frente del trabuco percusivo que entabla diálogos clarísimos con el universo creado por Steve Reich, quien es uno de los compositores vivos más importantes en el orbe y cuya obra Drumming inauguró la década de los años 70 y también abrió el horizonte hacia confines todavía en proceso de descubrimiento por infinidad de músicos en el planeta, entre ellos Mastelotto con sus compañeros de batacas en triálogos alucinógenos.
En todos los conciertos de King Crimson en México, la presencia hierática de Robert Fripp en el proscenio resulta todo un acontecimiento: siempre a la izquierda actores, derecha espectadores, quieto como una nube a punto de derramar tormenta ya desde la penumbra, semiescondido, de una pierna del escenario, ya al frente junto a todos, pero siempre quieto.
Ya lo dijo Hermann Bellinghausen: ‘‘la mejor banda de rock del mundo, inmóvil en el escenario como si fuera la Filarmónica de Berlín”.
Por su presencia escénica pero sobre todo por su poder de comunicación musical, siempre me ha parecido ver a monsieur de Saint Colombe cuando veo a Robert Fripp en un concierto.
El mejor violagambista de la historia, monsieur de Saint Colombe retratado en los libros de Pascal Quignard, es símil perfecto de Fripp: ambos van más allá del virtuosismo. Lo suyo es la musicalidad, ese término técnico que alude a lo sagrado, lo sublime, lo superior.
Así como monsieur de Saint Colombe creó nuevas digitaciones, arqueos, sonidos para la viola da gamba, el instrumento más popular de su época, Robert Fripp es el gran maestro de la guitarra en todo el territorio rock. Es el único que no necesita del riff para mostrar de manera espectacular su supremacía. Es el mejor sin moverse de su asiento, el supremo sin aspavientos, el vanguardista sin necesidad de humo seco a sus pies, reflectores ni prensa del corazón, ingredientes, esos sí, pertenecientes a los habitantes del olimpo de la guitarra rock.
Los frippertronics, artefactos sonoros de la invención del maestro, son apenas atisbos a la descomunal labor de demolición de catedrales y la erección inmediata de nuevos monumentos.
Lo que hace Robert Fripp se asemeja también a lo que hizo en su momento monsieur de Saint Colombe: en lo quedito, en la penumbra, entre la niebla del casi anonimato, destruye lo establecido para construir de inmediato algo nuevo, inteligentemente elaborado para de inmediato borrarlo cual mandala y proponer una nueva manera de decir las bondades del mundo.
La música isabelina, las estructuras complejas de las partituras de Bela Bartok, las nubes, fiestas y sirenas de Debussy, el poema sinfónico Mars, de Gustav Holst, interpretado completo por la banda, constituyen apenas una parte mínima del arsenal inconmensurable de King Crimson.
También tienen cancioncitas, esas que gustan tanto a los oídos facilones. De hecho, he de decir que no me agrada la nueva adquisición de Crimson: Jakko Jakszyk, quien canta feo pero se las sabe completitas y sus habilidades como guitarrista también dejan mucho que desear. Lo sé, resultaría cruel decir que le viene muy guango el traje sastre que dejó colgado Adrian Belew.
Todos los conciertos de King Crimson en México han producido frenesí, placer extremo, asombro, alegría y una frase a manera de consenso: el mejor concierto ever.
Es sencillo decir que eso sucederá el próximo viernes en el Teatro Metropólitan con una música que no es fácil de escuchar en muchos sentidos: porque pide mucho del cerebro del escucha y porque no todos los días podemos ver en vivo a la mejor banda de rock del mundo.
Damas y caballeros, con ustedes, King Crimson.