n México sólo tenemos a Morena como partido del cambio a escala nacional. Por eso su futuro debiera importar a los mexicanos anhelantes de una transformación profunda, civilizatoria, que cambie ya el rumbo del país, que haga avanzar el desarrollo y abata la desigualdad. Da grima observar en los medios las cosas que mueven a sus grupos dirigentes; al emprender la reorganización de Morena, ojalá pensaran en primer lugar en sus votantes potenciales y en la línea de cambio necesaria para el país: no puede ser otro su referente en sus debates y disputas internos.
El gobierno de Andrés Manuel está aún en curva de aprendizaje, de reacomodos, y parece dominado por el desenfreno de la coyuntura mexicana, tan afectada por las perturbaciones propias del desmadre de la globalización neoliberal, empeorado por los intereses de corto plazo de los Trump, los Boris Johnson y similares.
Pensando en nosotros los votantes, los objetivos más amplios de Morena debieran ser: 1) la movilización de ciudadanos y pueblos para hacer que el programa votado el 1º de julio avance; ello exige evaluaciones periódicas de los actos del gobierno; 2) la formulación y reformulación del programa para el largo plazo más allá de 2024; no es admisible un gobierno para un sexenio, la oportunidad única abierta el 1º de julio de 2018 no puede de ningún modo extraviarse en la próxima elección presidencial; 3) la cohesión ideológica de la sociedad en torno a Morena y su programa; se trata de ganar el relato –como ahora se dice– frente a las oposiciones. En lo que sigue me refiero a algunos aspectos de esto último.
Andrés Manuel ganó con un relato contra la corrupción; contra la pobreza, la desigualdad, la exclusión; contra las políticas neoliberales. Un relato en favor de un desarrollo social real y no sólo de crecimiento económico. El relato estuvo soportado en la necesidad de recrear una identidad mexicana y un nosotros, basados en los símbolos nacidos de los mejores aspectos de la historia de México. En una sinopsis: I) la libertad frente a la opresión externa y contra la esclavitud, con los curas Hidalgo y Morelos; II) el Estado laico y el gobierno de austeridad republicana, al servicio genuino de los ciudadanos, y nuevamente la libertad esta vez frente a un poder extranjero imperial, con Benito Juárez; III) el valor de la democracia frente a la dictadura y la oligarquía terrateniente con Madero; IV) la razón de la lucha más clara, la indígena y campesina, con Emiliano Zapata; V) el gobierno auténticamente nacional-popular y, una vez más, la lucha contra formas de dominación externa, con Lázaro Cárdenas. El rumbo de una nación para todos se diluyó a partir de entonces. Como candidato y como presidente, AMLO ha sido persistente en su reivindicación de esos símbolos, necesarios al pueblo para alcanzar cohesión y visión amplia de futuro. Se trata de la vertiente decisiva del relato.
Esa dimensión simbólica es un arma poderosa frente al discurso único de la ideología neoliberal. Con el gobierno de López Portillo terminó el uso de un ya desvencijado discurso de la Revolución Mexicana. Los gobiernos neoliberales de De la Madrid y Salinas sepultaron toda huella de ese discurso. Desde entonces el relato de los gobiernos ha sido el mismo: el exiguo, trivial, nimio, desnatado discursillo de la contrarrevolución neoclásica: los mercados, ¡oh!, los mercados…, el becerro de oro, el objeto de adoración de las burguesías y sus operadores políticos y mediáticos.
Ganar al relato neoliberal, sin embargo –pese a su carácter de bagatela–, está en sus prolegómenos. Hemos vivido casi cuatro décadas de brutal propaganda en todo el mundo, profundizando en el individualismo, alabando el egoísmo, encubriendo continuamente la complejidad creciente y tangible de lo social a escala planetaria; de este modo, la tarea de desmontar en los hechos ese relato es enorme.
Revalorar y, sobre todo, lograr una (re)apropiación colectiva amplia de los valores simbólicos de la historia, no es tarea fácil ni de corto plazo. La insistencia didáctica del Presidente con el sentido general de las tres transformaciones, no es cosa baladí. Es necesario que las mayorías comprendan que haciendo las cosas como las hicieron los hombres que dignificaron la historia, es como puede cambiarse la adversa realidad que por tanto tiempo han vivido esas mayorías de los excluidos.
Gobierno y Morena debieran estar comprometidos en esa tarea magna. Recrear una y otra vez las gestas de los grandes forjadores históricos, señalando el carácter nacional y popular de sus hazañas y, sobre todo, subrayando la inmensa energía social popular que demandaron, son grandes lecciones indispensables para construir una patria vivible para todos.
Morena está iniciando un ciclo de renovación de su dirigencia; no debiera ganarle el pragmatismo inmediatista de la grilla. A la nación le resulta necesario que sus decisiones estén a la altura del futuro deseable para el pueblo de México.