uchos pensamos que tarde o temprano, el presidente Trump escogerá a México como sujeto preferido de sus ataques durante sus mítines electorales. Los temas serán, al menos: migración, seguridad fronteriza, comercio y empleos que están en México y que, según él, deberían estar en Estados Unidos. Donald Trump trae en su corazón esos temas. No solamente considera que le son políticamente rentables, sino que realmente cree en sus posiciones antinmigrantes y nacionalistas; son los temas que le resultan más rentables políticamente y en torno a los cuales sus bases electorales muestran mayor cohesión.
Probablemente aborde otros temas como la economía, las relaciones con otros países (Corea del Norte, Irán), sus cada vez más graves problemas personales y legales, y los pleitos con el congreso, pero siempre regresará a atacar a los migrantes mexicanos como causantes de todo lo que no funciona en Estados Unidos.
El presidente Trump es antimigrante. Basta revisar sus más recientes declaraciones en contra de cuatro legisladoras a las que exigió regresar a sus países. Poco importa que tres de esas legisladoras hayan nacido en Estados Unidos y una sea ciudadana naturalizada. Las cuatro, ante sus ojos, parecen migrantes. Su piel es más oscura y en su lógica no podrían ser estadunidenses. Increíble pero cierto, así pasó. Eso no es lo más grave, lo delicado es que en el mitin que siguió a esa expresión, la audiencia, sus bases, vociferaban a coro que esas legisladoras deberían regresar a sus países y él, a sonrisa plena, los escuchaba.
El color de la piel del migrante mexicano encaja perfectamente en la descripción de lo que él, y sus bases, consideran no debe de estar en Estados Unidos. A ello hay que agregar la percepción que esos migrantes quitan empleo a los estadunidenses y hacen las ciudades inseguras.
Más allá de que alguno de los funcionarios de Trump se tomen fotos sonrientes con sus contrapartes mexicanas, o que él diga que México está haciendo muy buen trabajo deteniendo migrantes centroamericanos, el ataque a México y a los mexicanos en Estados Unidos llegará, regresará. Ante esta situación, ¿qué hará el gobierno mexicano?
Hasta ahora México ha escogido tres estrategias con respecto a Estados Unidos. La primera es la de no engancharse, es decir, no responder, diga lo que diga; recurrir al cada vez menos aplicable y creíble argumento de que se trata de asuntos internos de Estados Unidos y nosotros no nos metemos. La segunda es hacer lo que nos pidan para detener a los centroamericanos que buscan llegar a Estados Unidos, pretendiendo su beneplácito. La tercera es buscar a toda costa la aprobación del T-MEC. Las primeras dos están al alcance de México, la tercera no tanto.
No parece que esas tres estrategias sean la base de una relación bilateral de esta importancia y menos aun que aguanten un sexenio. ¿Cuánto tiempo vamos a tener en México a 21 mil agentes de la Guardia Nacional deteniendo migrantes mientras los problemas de seguridad pública, atribución de ese cuerpo policiaco, nos devoran? ¿cuánto tiempo vamos a creer que somos muy eficientes porque detenemos al flujo de migrantes centroamericanos, cuando en realidad lo único que estamos haciendo es aventarlos a que sigan rutas más riesgosas y se entreguen al crimen organizado?, ¿cuántos insultos vamos a aguantar sin decir nada? ¿hasta cuándo tendremos votaciones a mano alzada para no engancharnos, en auditorios en donde a nadie le importa los mexicanos en Estados Unidos?
Lo peor es que si gana Trump en 2020 perdemos, porque ya nos tomó la medida y sabrá, él sí, cómo negociar con nosotros. Si pierde Trump, también perdemos porque llegaríamos devaluados con los demócratas, como un país que acepta todo y cede a todo. Ojalá y me equivoque, pero este gobierno está hipotecando por mucho tiempo la relación con Estados Unidos, y todo por unas palmaditas en la espalda acompañadas de un good job.
* Presidente de Mexa Institute
Twitter: @mexainstitute