Sábado 13 de julio de 2019, p. a12
El sábado anterior murió uno de los músicos más importantes de la historia y lo hizo como los grandes: ante el mutismo del mundo que no se inmutó cuando a coro todos repitieron como pericos el gran lugar común: ‘‘el padre del bossa nova”. Solo, olvidado, apartado del mundo, agobiado por las deudas, en medio de disputas familiares, solo, como un ermitaño, recluido en un departamento prestado, menesteroso a pesar de generar millones de euros que irónicamente ganó recientemente en un litigio para recuperar los derechos de sus primeros álbumes, los decisivos. Como dicen en mi pueblo: a la tumba no se llevó nada.
Pero se llevó todo. Ya había pasado a la historia. Todo era cuestión de abandonar el cuerpo físico para que la Historia lo juzgara. Pero hasta el momento lo han juzgado mal.
Para empezar, eso del ‘‘padre del bossa nova” es un dislate, una frase hecha. Tan hecha que está hueca.
¿Quién se ha tomado la molestia (es un decir, porque escuchar su músicaes un privilegio de los mayores en la vida) de poner a sonar la música del finado? (Está en Spotify, y en la más reciente: Amazon Music, y en Deezer, y en Apple Music...)
Decir que João Gilberto (10 de junio de 1931-6 de julio de 2019) es ‘‘el padre del bossa nova” es como decir que Johann Sebastian Bach es ‘‘el padre de la música”, Franz Joseph Haydn ‘‘el padre de la sinfonía” y así el listado de cosas ‘‘padres” que no están nada padres porque empobrecen, además del lenguaje, el conocimiento público de autores que no son eso que dicen los dichos que no dicen nada (je).
La Bossa Nova, como toda música que se convierte en un género, es invención comunitaria donde, como siempre, los más importantes hacedores son anónimos. Punto.
Ergo, João Gilberto no es el padre del bossa nova.
Entonces, ¿cuál es su valor?
Es enorme. La Historia se encargará.
Por lo pronto, comencemos:
Al bajar la velocidad de la samba, bajar el tono de la voz, bajar el cielocon todo y sus estrellas, subió al Olimpo. Y todos nosotros con él.
Esas son las propiedades de su arte: con tan sólo una guitarra y su voz pero una inconmensurable capacidad de inventar melodías, crear efectos armónicos, trazar trayectorias rítmicas que ni Euclides hubiera imaginado, produjo una de las revoluciones musicales más importantes del siglo XX.
Junto a él, Antonio Carlos Jobim (1927-1994) hizo lo propio con la creación de atmósferas, la ondulación del paisaje sonoro, la invención pura.
Después vendría la complicidad con la corriente artística que en Estados Unidos se conocía como jazz. Pero el mérito corresponde a los creadores brasileños. Es importante decir esto porque la cultura dominante, como ha quedado demostrado con la muerte que pasó casi desapercibida de João Gilberto, engulle todo a su alrededor en pos de lasganancias.
Ganancias. João Gilberto posa irónico para la foto junto a Volfi Mozart, también generador de fortunas monetarias en vivo y muerto pobre, agobiado por las deudas, muy pobre económicamente pero muy rico, inmensamente rico como persona.
Al disminuir el volumen de la voz, la velocidad del compás, todo suena diferente y la guitarra suena a orquesta.
João Gilberto engrosa el panteón de gigantes cuya vida fue mítica.
Guapo, elegante, inteligentérrimo, vivió vida de artista. Su mujer, Astrud Gilberto, lo dejó por Stan Getz. Volvió a casarse y volvió al fracaso. La tercera fue la vencida: su representante, con quien desposó, lo despelucó, como le pasó al monje Leonard Cohen cuya representante artística a su vez lo despelucó, aunque él ya se había rapado para ordenarse budista.
João Gilberto vivió para la música. Eso lo supo desde niño.
Al igual que lo hizo otro excéntrico como él, el pianista canadiense Glenn Gould, un buen día João Gilberto dijo: ahí se ven, dejó de dar conciertos y se encerró. Solo. Bueno, lo acompañó siempre su guitarra.
Durante décadas vivió en encierro. Rodeado de leyendas urbanas, entre ellas que rondaba de noche: salía en pijama en su auto a recorrer la ciudad y volvía sin haber puesto un pie en tierra. Una versión masculina y linda de Emma Bovary en su carruaje.
Al igual que Franz Kafka, su encierro tenía una rendija: abría la puerta solamente para recibir la comida que encargaba a un restaurante, que fungía como su Felice Bauer.
Fue legendaria su feligresía laica por la música: un buen día encontró que el baño de un departamento es la sala de conciertos por antonomasia: la mejor acústica para su guitarra la encontró ahí y ahí pasaba horas y horas encerrado en el baño buscando el Grial, es decir el sonido exacto, la frase precisa, la manera de trazar melodías con la mano izquierda, otra con la derecha y otra más con la voz, pero a velocidades diferentes, todas ellas bajas velocidades, de manera que no se cruzaran y las intersecciones fuesen ecuaciones euclidianas.
¿Les suena Johann Sebastian Bach?
A mí sí. Matemáticas. Música. Sinónimos.
Y ya que dijimos arroyo (bach, en alemán), tenemos ahora con ustedes, señoras y señores, nuevamente entre nosotros el agua tibia: João Gilberto puso en música el latido de la naturaleza. Tal y como lo había hecho Johann Sebastian Bach siglos atrás.
No es tan evidente como en Tom Jobim, cuyos títulos ya tiraban trama: Wave, por ejemplo. Ya ni decir de las Aguas de marzo.
João Gilberto es uno de esos músicos que hacen historia quedito, sin aspavientos. Quietecito, sentado abrazando su guitarra, con su traje café-vino, sus zapatos recién boleados, su sonrisa de hombre bueno, sus gafas de licenciado.
Y cantaba quedito y entonces los volcanes despertaban, las fieras se desaletargaban, la tierra entera tremaba.
Quedito. Al oído. Cantaba con dulzura. Acariciaba. Su voz, un encanto. Cal y canto. Y el silbido. Como ir caminado por la playa de Ipanema junto a esa muchacha que sus compadres Tom Jobim y Vinicius de Moraes habían dejado suspendida en el aire con su vaivén de sonrisa y de caderas. João Gilberto cantaba y silbaba y sonreía. Canto-caricia. Canto-cantera. Canto-cántaro. Su guturación aleve. Canto de amor.
¿Padre del bossa nova? Mis polainas.
João Gilberto es uno de esos músicos que la Historia tarda siglos en descubrir, deshilvanar, desandar. ¿Cuántos siglos llevamos descubriendo a Johann Sebastian Bach? Con João Gilberto apenas estamos en el Año Cero.
Se fue caminando el sábado anterior. Sonriendo. Junto a él sonreía mi hermanita Conchis.
Su alumno dilecto-directo, Caetano Veloso, canta como él.
De hecho, el autor del Disquero lleva días enteros re-escuchando la música de João Gilberto y hay momentos en que acude a ver el nombre de quien está cantando: João Gilberto. ‘‘Ah, por momentos juré que era Caetano quien cantaba”, decía el autor del Disquero.
Por lo pronto, Caetano Veloso nos convida el epitafio e invita al mundo a que se ponga a escuchar la música de su maestro:
‘‘Mejor que eso, sólo el silencio. Mejor que el silencio, sólo João.’’