n la entrevista al Presidente de la República publicada el día primero de julio pasado en este diario, cuando los entrevistadores preguntan si no habría de consultar con los pueblos indígenas sobre la construcción del Tren Maya él contesta que ya se está haciendo; los periodistas insisten y le recuerdan que los afectados han denunciado que esas consultas no se ajustan a los estándares internacionales; entonces él afirma que sí se está haciendo y cuando le dicen que hay mucha inconformidad por la manera en que se llevan a cabo, muestra su desacuerdo con ellos. No coincido contigo
, le dice al entrevistador. “He estado allá. He escuchado su voz. Por eso hablaba de dos mundos distintos, porque yo he sometido a consulta, dicen los conservadores a mano alzada …” Por la tarde de ese día, al informar de los resultados de siete meses de trabajo, sobre pueblos indígenas sólo dijo que se creó el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas y que el dinero de los programas sociales ya está llegando a las comunidades.
Siete meses son poco tiempo para evaluar la administración de un gobierno que llegó al poder con un fuerte apoyo popular, en mucho derivado de sus promesas de campaña de cambiar las políticas neoliberales que tanto han afectado a las clases populares, entre ellas los pueblos indígenas; pero es tiempo suficiente para conocer las bases sobre las cuales fincará su trabajo en los próximos años. En ese sentido, llama la atención que en su informe a los mexicanos, como actividad importante sólo haya mencionado la creación del Instituto Nacional de Pueblos Indígenas, que en estricto sentido no se trata de la creación de una institución, sino de la transformación de una ya existente y que de acuerdo con sus atribuciones legales realizará las mismas funciones que aquella realizaba. Lo mismo puede decirse de los programas porque aunque éstos sean distintos siguen siendo asistencialistas, como lo eran los que se sustituyen con ellos.
Pero el Presidente está contento con lo logrado. De las consultas, que se han convertido en un mecanismo para la defensa de sus territorios y sus gobiernos propios, dos derechos ampliamente vulnerados por muchas décadas y que se siguen vulnerando en la actual administración, afirma que no es cierto, que sí se están llevando a cabo como ordenan las normas internacionales de aplicación obligatoria en nuestro país y que quienes lo niegan viven en otro mundo. No estoy seguro si lo dijo en serio o en broma, pero dio en el clavo. Los derechos de los pueblos indígenas no se resuelven adecuando instituciones indigenistas para que atiendan sus necesidades o adecuando programas asistenciales que resuelven sus necesidades inmediatas pero desatienden las causas de ellos.
A estas alturas del tiempo, donde llevamos casi medio siglo debatiendo sobre la naturaleza de los derechos de los pueblos indígenas, parece ocioso seguir insistiendo en que éstos no son derechos para pobres, sino colectivos, de pueblos, que existen como los individuales o los de minorías y que muchos países, entre ellos el nuestro, se han comprometido a respetar y garantizar su ejercicio. Para que estos derechos sean una realidad no se requiere de una institución que atienda las necesidades de los indígenas, sino una reforma del Estado en la cual se abra espacios a los pueblos para que directamente puedan ejercer su derecho a la autonomía, al uso y manejo de los recursos naturales existentes en sus territorios, al respeto y fortalecimiento de sus propios gobiernos, a diseñar sus propios programas de desarrollo. Sí, se trata de otro mundo, hasta ahora invisibilizado, discriminado y excluido.
Entre los pueblos indígenas es costumbre que los primeros 12 días del año se dedican a predecir lo que sucederá en todo el año, un mes por día, atendiendo a los cambios del tiempo, lo que les permite ir planeando sus actividades, que después irán ajustando dependiendo de si acertaron o no. En esa misma lógica podríamos equiparar estos siete meses de gobierno como la primera semana del año, esperando que para diciembre ya podamos contar el año completo. Si eso fuera posible podríamos afirmar que las señales que se ven predicen tiempos turbulentos, marcados por políticas que los pueblos rechazan porque atentan contra sus derechos, porque en los encargados de las políticas hacia ellos no se ve voluntad de tomarlos en cuenta en serio. Porque no se acepta que su mundo es otro distinto al dominante y hay que valorarlo para construir el país que queremos. Esa sí sería una verdadera transformación.
Inmediatamente después el desprecio por la sociedad civil organizada y una especie de política para los pueblos y comunidades indígenas que consiste en querer hacer todo por los pueblos originarios, pero sin los pueblos originarios. Lo que diga el dedito presidencial y sus consultas a mano alzada.