La casa lobo
U
na arquitectura de sueños donde los espacios mutan constantemente
. Así definen los realizadores de La casa lobo, cinta de animación de los chilenos Joaquín Cociña y Cristóbal León, el espacio bizarro donde transcurre la acción. Y añaden: Es como estar en un dibujo de Escher
. En efecto, el lugar evocado es un sitio de pesadilla, el centro de detención y tortura de disidentes políticos en Chile llamado Colonia Dignidad durante la dictadura de Augusto Pinochet.
El riesgo mayor que asumen los cineastas y la guionista Alejandra Moffat en este brillante trabajo de animación es que su apuesta estilística, de una gran metáfora política, no sea del todo comprendida por falta de un contexto social más claro.
Curiosamente, es esa misma imprecisión deliberada la que crea una atmósfera de terror en la que el Mal acecha por todas partes a la protagonista María, quien luego de huir de aquella colonia alemana, religiosa y nazi, se refugia en una misteriosa casona donde el horror reviste formas nuevas, los animales se vuelven seres humanos y los objetos domésticos se imponen como presencias amenazantes o agresivas. Es el absurdo de Lewis Carroll con un claro toque de los Hermanos Grimm en el viejo cuento de hadas originalmente terrorífico, que luego fuera aclimatado y edulcorado para deleite de la imaginación infantil.
Los cineastas recrean aquí las atmósferas perturbadores de una casa en continuo movimiento a partir de la técnica combinada del stop motion. El diseño de producción consigue que todos los aspectos realistas de la cinta –desde el prólogo que alude a la mala conciencia de los alemanes que buscan limpiar la imagen de esa tristemente célebre colonia de horror irónicamente llamada Dignidad, hasta las precisiones históricas que es preciso deducir– cedan el paso, en definitiva, a una fantasía kafkiana que ha vuelto universal el espanto indescriptible del hostigamiento concentrado en el duro encierro en esa inmensa casa lobo que por largo tiempo llegó a ser un país entero.
Los directores de la cinta, también artistas plásticos, tardaron cinco años en completar el proyecto original, que transformaron en una experiencia itinerante al ser parte esencial de sus exposiciones en varias capitales del mundo, incluida la Ciudad de México. Y aunque a menudo se ha citado la influencia de maestros de la talla del checo Jan Vankmajer y su estética surrealista de animación, en realidad es evidente la originalidad de estos cineastas en el contexto latinoamericano. El enorme poder de sugerencia de La casa lobo invita al espectador a hurgar en los desvanes de su propia infancia, en sus viejas lecturas y en su manera más primitiva de gozar una creación plástica.
Apenas lo disimulan los directores: su estrategia creativa procura un diálogo intenso entre diversas manifestaciones artísticas, un gran collage de pintura, literatura y cine. Y si la política, con sus ridículos y sus atrocidades, se cuela en todo ello es porque es imposible no tomarla en cuenta cuando con tanta perversa obstinación se ocupa siempre de nosotros. Eso es, en el fondo, parte del horror que transpira este maligno cuento de hadas chileno. Por si aún fuera necesario mencionarlo, los realizadores de esta cinta son asiduos lectores de su compatriota Roberto Bolaño.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional. 12 y 18 horas.