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Incondicionales, críticos y malquerientes
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odo gobierno, sin excepción, ha tenido y tiene sus incondicionales, sus críticos y sus malquerientes. Es inevitable que así sea. Veamos cómo ha sido y es esta una hipótesis de hierro en México.

La masa de los incondicionales se halla formada por aquellos que se ven beneficiados en lo material, que se sienten reafirmados en su credo o bien que la corriente en el poder les asegura, cuando menos, la permanencia en su trabajo.

Los críticos suelen proceder de las capas medias y, en menor medida, de las organizaciones sindicales; tienen una mayor escolaridad, formación y/o militancia política o actividad cívica y disponen de una más o menos identificable conciencia social.

Los malquerientes se cuentan en una más amplia gama social, política y cultural. Los aglutina, casi siempre, y provee de recursos ideológicos y –con frecuencia variable– materiales, la oposición partidaria.

Cada uno de los circuitos de incondicionales, críticos y malquerientes cuenta con intelectuales y medios de comunicación.

Los incondicionales, desde los menos calificados y con subsidios mínimos hasta los burócratas más encumbrados, tuvieron a sus intelectuales y medios de comunicación pagados, subsidiados o adheridos a su perímetro mediante prebendas y diversos privilegios por los gobiernos anteriores al que empezó sus funciones el primero de diciembre de 2018.

En un régimen autoritario, como fue el que gestó, desarrolló y mantuvo contra toda lógica el PRI, el uso de cuerpos militares y paramilitares contuvo y aun reprimió a los movimientos sociales que significaban en sí una crítica a su prepotencia o al sistema capitalista.

Los medios de comunicación adeptos a los gobiernos priístas fueron omisos, minimizaron o justificaron esas represiones y los intelectuales velada o abiertamente oficialistas las eludieron, marginaron y se dedicaron a tratar otros temas como si esa realidad fuera la de un país lejano.

Entre los incondicionales, esos medios y los intelectuales del régimen hubo un punto de intersección cuyo tufo no era otro que el del fascismo. Uno disimulado, pero fascismo al fin.

Los críticos de los gobiernos priístas que se definían como liberales o de centro –el circo de tres pistas: liberales posrevolucionarios, pero conservadores; liberales modernos, pero conservadores y conservadores de cuño panista o de derecha desnuda– fueron una cornisa de su edificio intelectual al cual lo cuestionaban con técnicas de maquillista.

A esos gobiernos los refuncionalizó el PAN: misma corrupción, mismo control militarista, misma metralla a los derechos humanos, mismo entreguismo de la riqueza nacional y mismos medios e intelectuales cómplices.

Los críticos del sistema, entonces y ahora, se sitúan sobre todo en la izquierda y se adscriben a un diapasón más extenso que el de un sitar. Salvo excepciones, hay cambios en su narrativa, según que estén en la nómina o fuera de ella.

Sobre los malquerientes. En un país de capitalismo subordinado como es el nuestro, donde la desigualdad es el rasgo estructural más consistente (la corrupción es sólo una de las notas que lo ha reforzado), los malquerientes crecieron en todas partes. A ello se debió la insurgencia electoral del primero de julio de 2018.

Los incondicionales de nuestros días están en el mismo medio que antes, pero se los atrae como posible apoyo al gobierno de diferente manera. Los malquerientes descubren errores que toleraron o no quisieron ver a los anteriores gobiernos. El subsidio a los sectores de menos ingresos, cualquiera que éste sea, es una práctica consustancial al capitalismo.

Un cambio radical es el de la burocracia. Su incondicionalidad es relativa. Habiéndose integrado con ex partidarios de todas las formaciones políticas y sujetos todos a un régimen de austeridad y anticorrupción (habrá quizás excepciones), algunos intentarán actualizar sus anteriores hábitos. El anticuerpo de este virus es la presencia de funcionarios que antes militaron en partidos de izquierda: los hay que se marean, pero en general su comportamiento y tradiciones son diferentes.

Los críticos tienen la misma procedencia. Pero los del circo de tres pistas han desechado sus procedimientos cosméticos y ven monstruos donde antes vieron criaturas normales. Los de izquierda se mantienen un tanto a la expectativa sin dejar de señalar la diferencia entre apariencia y práctica, salvo aquellos que discuten si el gobierno de López Obrador es o no de izquierda. Suena ridículo, a seis meses de gobierno, enviar al purgatorio o someter al juicio final al gobierno que preside.

Y los malquerientes son los que perdieron y aquellos que pensaron que su situación iba a cambiar de la noche a la mañana. O bien los ingenuos que asumieron que el gobierno iba a ser totalmente otro sin que su base económica y propietaria haya cambiado. No hay vuelta de hoja: el capitalismo mexicano permanece; permanece Estados Unidos, y Finlandia, uno de los capitalismos más aceptables, no pareciera ser modelo para nosotros.