Sábado 29 de junio de 2019, p. 7
Los labios rojos, el cabello largo y la cintura de Mía son rasgos que la hace destacar de las otras edecanes de Rico Club. Sube al escenario a bailar, mueve las manos de forma circular, mientras sus caderas sandunguean con Maluma y Daddy Yankee, y su cabeza se alborota con Gloria Trevi y Selena. Son las 10 de la noche y los tacones, de 12 centímetros, quieren seguir difundiendo el buen ambiente del bar LGBTIQ.
Toda la vida supo que quería ser niña; no estuvo confundida. RBD estaba de moda cuando ella iba en la secundaria, junto con dos amigos más se apropiaron de los nombres de las protagonistas, por la personalidad que tenía cada uno. No se sentía cómoda al ser llamada Antonio, pero no sabía cómo afrontarlo.
Estudió comunicación y periodismo en la Universidad Latina. Tenía un trabajo de oficina, sus amigas la consideraban el amigo gay y que su familia lo siga llamando Antonio. Todo cambió cuando asistió a una fiesta de RuPaul’s Drag Race, concurso de televisión estadunidense de drag queens.
Hace cinco años fue la primera vez que Mía se vistió de mujer. Por pura diversión se dio cuenta que quería transformar su cuerpo. En su casa lo recibieron bien, aunque fue complicado que se acostumbraran a no llamarla en términos masculinos. En su escuela, sus amigas tardaron en comprender qué estaba haciendo y tuvo roces, porque ellas no entendían que Antonio ya no existiría. La parte realmente complicada fue el trabajo.
Mía se considera responsable y trabajadora; antes de que tomara la decisión de hacer el proceso hormonal para que su cuerpo se adecuara a la mujer que es, no tenía problemas en su oficina. Los cambios físicos vinieron y sus compañeros lo notaron. La miraron, juzgaron y discriminaron, por lo que renunció.
A nadie le conviene que nos contraten, ni siquiera de vendedora de helados. Todo el tiempo se te van a quedar viendo
. Cuando quiso volver a ingresar iba de forma discreta, sin querer llamar la atención, pero no la dejaron trabajar; ya no tenía la oportunidad de desarrollarse laboralmente; se frustró porque la menospreciaban por lo que decía en su acta de nacimiento y no tomaron en cuenta sus capacidades. Mía no volvió a ser contratada es un trabajo fuera del ambiente LGBTIQ, y siguió de freelance.
Ser trans no es barato. Gasta entre 10 y 12 mil pesos al mes; los ingresos que tiene por ser community manager y edecán no le alcanzan. Es abierta de mente y declara que ha hecho de escort, admite que el mismo mundo en el que se ha desarrollado la ha empujado a hacerlo.
Dice que dentro del ambiente trans lo que menos hay es comunidad, por la competencia de ver quién es la más mujer
, que cumpla con el estereotipo de 90-60-90.
Mía ha encontrado amigas dentro de Rico Club. Cuenta que el ambiente laboral es ameno y disfruta el estilo de vida que lleva, aunque ya no pueda ejercer su licenciatura.
La música sigue y los asistentes se deleitan la pupila con los pasos de la mujer de labios rojos.