n la coyuntura, el autócrata de la Casa Blanca, Donald Trump, necesitaba otra guerra. Inmerso en una guerra global de tarifas y financiera con China, amenazó a India, a Turquía y a las 28 naciones de la Unión Europea; fintó con Corea del Norte, después con una invasión y un golpe de Estado en Venezuela, y luego el objetivo fue (y es) Irán. Como encontró resistencias, adelantó su campaña por la relección y, abusando de la asimetría de poder, eligió a México como blanco de una guerra barata a golpes de tuits, dislates verbales y amenazas mediáticas. Utilizó una lógica de negociación
mediante chantaje. Una guerra sin misiles, con aranceles punitivos virtuales, pero que de concretarse podrían destruir industrias y puestos de trabajo del lado mexicano. En rigor, la guerra de migrantes por aranceles fue política: el energúmeno de la Oficina Oval necesitaba consolidar su imagen de supremacista blanco, xenófobo, para movilizar a sus bases electorales. Como en su campaña de 2015-16, México y los centroamericanos que huyen del horror vuelven a ser parte de la estrategia de la presidencia imperial y la extrema derecha neonazi en el poder.
Las razones esgrimidas para lanzar esa ofensiva coercitiva no fueron comerciales. Trump insistió en que el éxodo de méxico-centroamericanos a Estados Unidos constituye un problema de seguridad nacional. Justificó su guerra de aranceles contra México con base en la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (Ieepa, por sus siglas en inglés), que desde 1977 permite a los inquilinos de la Casa Blanca intervenir de manera extraordinaria en asuntos económicos en caso de una amenaza internacional inusual y extraordinaria
. Es una ley que se aplica contra países enemigos
. Jimmy Carter la usó contra Irán cuando la crisis de los rehenes de la embajada de EU en Teherán en 1979. Se ha empleado contra Norcorea, Siria, Sudán, y varias órdenes ejecutivas de Trump para sancionar y acosar a Venezuela han sido justificadas con base en la Ieepa.
México pasó de aliado y socio comercial subordinado de EU, a país enemigo, que pone en riesgo su seguridad nacional. Un exabrupto. Además, para imponer su agenda a los enviados del presidente Andrés Manuel López Obrador a Washington, Trump usó trampas de tahúr, de crupier de casino donde la casa siempre gana. Lo que fue combinado con una estrategia de máxima presión: el viernes 7 de junio, durante una reunión de 12 horas en el tercer día consecutivo de negociaciones, el canciller mexicano, Marcelo Ebrard, y su comitiva fueron despojados de laptops, celulares y otros aparatos electrónicos, para evitar grabaciones secretas. Lo que por lógica sí hicieron funcionarios del Departamento de Estado. Resultado: México aceptó enviar 6 mil efectivos de la Guardia Nacional a la frontera con Guatemala, criminalizar a quienes huyen del horror y acelerar la instrumentación del programa Remain in México (Permaneced en México) para combatir los flujos migratorios (lo que es violatorio de la ley de asilo estadunidense), bajo la condición de que si en 45 días éstos no decrecen de manera significativa, el tercer país seguro
regresa a la mesa junto con la imposición de aranceles punitivos.
En el corto plazo, Trump −a la cabeza de un Estado canalla que viola las leyes internacionales− coaccionó a México para que hiciera el trabajo sucio en sus fronteras norte y sur. Y así sea para ganar tiempo, AMLO lo sigue considerando su amigo
. Mientras, intenta readecuar su
política migratoria a los nuevos modos y tiempos de la asimétrica relación bilateral. La migración es un derecho humano reconocido en el derecho internacional. López Obrador considera que el fenómeno migratorio responde a carencias materiales y a la inseguridad en regiones marginadas de México y Centroamérica. Cierto. Pero nunca dice que la pobreza, la marginación y la violencia extrema −delincuencial y estatal− son generadas por el sistema capitalista clasista y expoliador. Un capitalismo criminal y militarizado que, en el marco de políticas de libre comercio
(¡vaya eufemismo!), convirtió a México, Guatemala, El Salvador y Honduras en países extractivistas y maquiladores, que expulsan seres humanos de manera masiva de sus territorios.
Los territorios son el centro estratégico de la competencia mundial (Doctrina Monroe 2.0) y las relaciones de poder. La historia de la colonización es a la vez la del reparto de territorios. No obstante, el neocolonialismo actual ocurre también mediante el sometimiento de las costumbres y las prácticas comunitarias; abarca tanto los territorios como los sentidos o percepciones y construcciones semióticas y culturales.
México y Centroamérica son parte de los territorios de las guerras interimperialistas; de las guerras por territorios, bienes naturales, mercados y mano de obra barata. Para la guerra se necesitan soldados, marinos y guardias nacionales militarizadas. Así, mientras presiona a México, el Comando Sur del Pentágono envió 300 infantes de Marina a entrenar y apoyar a militares de Guatemala (en Huehuetenango, al otro lado de la frontera mexicana), Belice, El Salvador, Honduras, Perú y Brasil en la contención de población en éxodo. Y bajo las órdenes del Pentágono, la Marina de México sigue participando en los ejercicios navales Tradewinds 2019, en el Caribe, como parte del cerco a Venezuela, Cuba y Nicaragua.