De ética
ibre mercado o proteccionismo, el desarrollo de la competitividad, individual o corporativa, contra la voluntad del Estado de emparejar los pisos. De la evocación de estas alternativas se desprende una forma de ética relativa al hecho de que no somos todos iguales, ni como individuos ni por las formas y volúmenes de agregación social a los que pertenecemos. ¿Es válido usar en provecho propio las ventajas personales? Si un campo de hortalizas situado al borde de un circuito transitable tiene una ventaja comparativa, frente a uno que produce idéntica calidad de verduras, pero situado lejos de caminos accesibles a vehículos de carga, da un beneficio mayor al dueño del primero o, como diría Marx, recibe la diferencia de la renta de la tierra, ¿es esto ético?
El problema está en la fórmula que transforma todo en dinero, en mercancías y márgenes de ganancia como principio de legitimidad, que no de moral. Los hombres de leyes suelen decir que la justicia no existe y que su oficio consiste en aplicar normas de convivencia que nunca satisfacen a todos. Y nosotros nos conformamos con este dicho, con cierta pena o tranquilizante cinismo, porque creemos que no existe otra forma mejor de sociedad. Nuestra ética parte de lo personal, comparamos nuestras cualidades con las de los demás hasta quedar más o menos satisfechos o rencorosos por lo que nos distingue hacia la marca superior o inferior de las calificaciones que miden lo humano, lo social y lo económico. Porque hemos olvidado –o nunca nos lo enseñaron– cuál es el único principio que puede restablecer la equidad entre los seres humanos cuyas diferencias individuales son justamente la riqueza de nuestro género. A saber: de cada quien según sus posibilidades y a cada quien según sus necesidades. Pensamiento más rico, completo, justo y amoroso que el amaos los unos a los otros.
Natura es perfecta, insensible y amoral, y nosotros somos la única de sus partes que tiene el discernimiento y la capacidad para restablecer el equilibrio entre sus involuntarias injusticias, desde el rescate de una cría abandonada hasta la restauración de zonas afectadas por sus catástrofes impredecibles. ¿Cómo podemos estudiarla desde hace tanto tiempo y no haber comprendido nuestro papel en ella? ¿Cómo podemos, más que aceptar sus inequidades, propiciarlas, y conformarnos como testigos de la apropiación de sus recursos por unos cuantos? ¿Aunque empecemos a estremecernos de terror por lo que nos tocará de su deterioro y tímidamente hagamos como que la cuidamos?
Nos creemos que tenemos un destino común, donde lo contranatura consiste en exigir la eutanasia, el aborto, preferencias sexuales, movilizaciones solidarias contra ganancias individuales y por beneficios comunes. Pero lo verdaderamente contranatura es vivir con la máxima de cada quien y a cada quien según sus posesiones materiales y habilidades físicas y mentales. Somos una especie vencida por una historia mal encaminada, ¿cuándo torció el ser humano su camino hacia su deshumanización, creyendo que ésa era la exigencia de Natura?