bligado por el primitivismo político de algunos comentarios a mi artículo del domingo anterior en el que saludé el nombramiento de Víctor Manuel Toledo y el de otros funcionarios (hubo quien me llegó a acusar de vendido, lambiscón y renegado), reitero lo que vengo escribiendo desde hace años.
Ni Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ni Morena son de izquierda
porque ignoran la existencia de la lucha de clases, defienden al capitalismo como sistema esperando humanizarlo y modernizarlo, buscan la unidad nacional entre explotados y explotadores, aplican políticas extractivas y neodesarrollistas –con algunos toques distribucionistas y democráticos– y mantienen las políticas neoliberales.
El gobierno de AMLO es una deslavada versión local del progresismo
de los Lula en Brasil y los Kirchner en Argentina con su temor a las movilizaciones sociales que podrían desbordarlo, su teorización sobre el fin de las clases, la unidad nacional y la denominada República Amorosa, su decisionismo verticalista, su tendencia al bonapartismo y al antintelectualismo de los progresistas
(recuérdese al primer peronismo de alpargatas sí, libros no
o la represión de Dilma Rousseff contra los estudiantes).
Sus inadmisibles concesiones a las iglesias (sobre todo a la evangelista) y sus programas sirven además para seguir enriqueciendo a la fracción de grandes capitalistas nacionales que lo apoyan y demuestran en particular que el gobierno de Morena está muy a la derecha del chavismo del último Hugo Chávez.
Sus límites, sin embargo, no residen únicamente en su programa echeverrista y en su carencia de una estrategia audaz para obtener la independencia real de México y acabar con el proceso de putrefacción del semi-Estado mexicano sino, sobre todo, en que pretende ejecutar la política neodesarrollista de una fracción minoritaria del gran capital nacional que porque está estrechamente entrelazada con las grandes trasnacionales y el capital financiero internacional es totalmente impotente ante el imperialismo.
Su partido, por último, no es más que una maquinaria electoral mechada de corruptos y oportunistas y no está en condiciones de frenar y someter a una masa en agitación de más de 30 millones de personas que piensan y actúan y esperan cambios reales y que no se desilusionarán pasivamente.
Quienes ven en Morena únicamente continuidad con los gobiernos anteriores y dicen que todos los gobiernos capitalistas son iguales
y hasta temen una dictadura
dan por sentado, implícitamente, que esos millones de pobres, jubilados, indígenas, campesinos, obreros y estudiantes ni luchan ni combatirán, pues son sólo una especie de borregos, seguidores de un líder. Borran así la contradicción entre López Obrador y quienes los votaron, pero no votaron ni por Alfonso Romo ni por Carlos Slim y tenderán a diferenciarse del gobierno.
Los gobiernos capitalistas no son todos iguales
. Entre los actuales, todos capitalistas, de libre mercado de Estado, como el chino o el cubano, hay grandes diferencias que dependen de las relaciones de fuerza entre las clases o las fracciones de clase, de la historia y cultura de cada país y del grado de organización y conciencia de sus trabajadores.
Eso lo saben en Washington que, ante la posible movilización popular, intenta ahora repetir el Pacto de la embajada Lane-Huerta contra el nuevo Madero, que no es su sirviente incondicional y que por eso debe ser defendido de la agresión imperialista y alentado a resistir apoyando las medidas justas que adopte, pero sin cesar de criticarlo.