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Dylan entre nosotros
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Periódico La Jornada
Sábado 8 de junio de 2019, p. a16

Bob Dylan entra a escena nuevamente.

Al momento en que usted lee estas líneas, ya está circulando su nueva producción discográfica: The Rolling Thunder Revue.

Se trata de una caja con 14 discos compactos: 148 piezas, cien de ellasinéditas, todas de, digámoslo así, la cocina del compositor pues se trata de ensayos, borradores, maquetas, materiales que se quedaron en el tintero y, como suele suceder, versiones que decidieron guardar en un cajón pero ahora, al conocerlas, nos parecen mejores que la hoy ‘‘original”, la que conocíamos en el disco.

A la par de esta novedad discográfica, el próximo miércoles 12 de junio se estrenará el filme de Martin Scorsese cuyo título es Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story.

Esta magna reaparición de Dylan comenzó en Spotify, donde si usted entra en el ‘‘buscador” con ‘‘Bob Dylan. Artista”, aparece ‘‘último lanzamiento” y la canción que da nombre al disco que hoy nos ocupa.

Escucharla durante días y días nos ofrece el retrato refrendado del gran artista Bob Dylan.

Ese dejo en la voz, el gesto dramatúrgico en su emisión canora, la megatónica carga emocional, las particularidades musicales de la versión que Spotify lanzó como adelanto del disco, es un acontecimiento en sí mismo.

Con una sola canción, sabemos de qué van los 14 discos que contiene la caja, así como con 2 minutos 34 segundos que dura el ‘‘tráiler” promocional del filme de Scorsese, conocemos la alta intensidad de esa película que ya queremos ver todos, dotados de una guía vital: la canción en Spotify titulada Another Cup of Coffe (Valley Bellow) [Seacrest Motel Rehearsals] contiene la atmósfera escénica, la intención estética, el vasto mural que pintó Bob Dylan en su regreso, simbólicamente a su vez, del ahora célebre accidente en moto y el escándalo en las buenas conciencias por abandonar la guitarrita de palo y electrificarse.

Esa pieza, Another Cup of Coffee, la publicó Dylan el 5 de enero de 1976 como parte de su álbum Desire, luego de su epopéyica gira que tituló Roller Thunder Revue. Desire, a su vez, es el sucesor de la obra maestra Blood on the Tracks.

La publicación de esta caja de 14 discos obedece a la decisión de Bob Dylan de revisar su trabajo, de manera semejante a como un escritor regresa a sus borradores. Sobre todo, es una muestra más de su inmenso amor por la música.

Hoy que todo es moda instantánea, consumismo a mares, superficialidad extrema, la aparición de una obra de arte en medio de todo ese maremágnum es una vía de recuperación cultural.

Porque no se trata de un acto típico de expansión de mercado. No es ‘‘el nuevo disco de Dylan”. Es, repito, un ejercicio de soberanía creativa.

Dar a conocer los borradores es una reflexión compartida, una manera de decir: pensemos juntos, disfrutemos juntos del arte de la música.

Es bien bonito, además, porque se trata de música, no de un acto de esnobismo. Aquí nadie es fan. Aquí todos somos escuchas. La idolatría suele afectar el sentido del oído. Por eso hay quienes, desorientados, dicen que ‘‘Dylan ya está viejito” y siguen, otros, rasgándose las vestiduras (incluyendo las de sus autos) con el dale y dale de ¿por qué le dieron el Premio Nobel?

Y se trata, también, de poesía.

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Pongamos un ejemplo:

El verso de Bob Dylan: ‘‘Lay, lady lay, lay across my big brass bred” es un claro juego de aliteraciones del tipo ‘‘His soul swooned slowly as he heard the snow falling faintly through the universe and faintly falling”, de James Joyce.

Los momentos de alta cultura, por usar el terminajo, de los que está poblado el territorio Dylan, son tantos y tan intensos, que han llevado a los expertos a establecer el bonito parangón de que el traslado de Robert Zimmermann desde su natal Duluth, en Minnesota, hacia el Greenwich Village, es semejante a la decisión de William Shakespeare de mudarse desde Stratford-upon Avon hacia Londres para crear.

El valor de la música está en los pequeños detalles, en los gestos dramatúrgicos que diseminó en su ya vasta obra.

El origen de su notable cultura, que jamás ostenta y por eso los aficionados al mero consumo creen que es un simple ‘‘cantautor”, tiene episodios centrales, como el que narra en su libro Chronicles: la gran biblioteca en el departamento de sus amigos Ray Goochy Chloe Kiel, en Greenwich Village, donde Dylan se encerraba horas y horas a disfrutar lecturas que, narró: leproducían escalofríos, en especial los textos de Tucídides.

Maupassant, Dickens, Hugo, Balzac…

‘‘Leía muchos pasajes en voz alta, degustando el sonido de las palabras, el lenguaje”, cuenta Dylan. Al leer a Voltaire, Rousseau, John Locke, Montesquieu, Lutero, ‘‘visionarios, revolucionarios”, decía, ‘‘era como si hubieran estado viviendo en el patio trasero”.

Su gran capacidad de humildad y uso poderosísimo de la ironía, esa elevada señal de la inteligencia que sonríe: ‘‘al componer una canción, uno expresa una visión del mundo, aunque a veces hay pocas posibilidades de que esa visión sea acertada”.

En el disco que hoy nos ocupa, o más bien la caja de 14 discos cuya médula espinal es la pieza Another Cup of Coffe, queda de manifiesto lo expresado en los párrafos anteriores. Y en el ‘‘tráiler” del filme de Scorsese hay nuevas formas de esa sabiduría envuelta en finos trajes sastre de ironía. Dice Bob Dylan a la cámara que dirige Martin Scorsese: ‘‘la vida consiste en encontrarte a ti mismo. O encontrar… algo”.

En el filme disfrutaremos de más bromas Dylan, de su amor imposible, Joan Baez, de su amiga Joni Mitchell, de su compadre Allen Ginsberg, quien se la pasa practicando la meditación budista y enseguida ejercitando el sano deporte de echar desmadre como en la secundaria.

Veremos también a Sam Shepard departiendo. Pero sobre todo veremos y escucharemos a músicos de primer nivel, los que juntó Dylan y subió a un camioncito, que él mismo conducía por ratos, en una gira loquísima que dio como resultado un disco y muchos borradores, ahora a nuestro alcance.

Mientras tanto, el borrador de la pieza insignia en Spotify y una secuencia que dura apenas 12 segundos del filme de Scorsese, muestran el mural de cuerpo entero: esa voz nasal, agrietada, clamor a punto del shout, quiebres guturales, sonido inenarrable y ese gesto de epifanía mientras canta y su mirada se pierde en el infinito, eso, es Bob Dylan.

Nuevamente está entre nosotros.

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