n las cárceles mexicanas abundan los Jean Valjean. Están encerrados, al igual que el personaje magistralmente creado por Victor Hugo, debido a pequeños hurtos u otros delitos menores y el sistema judicial los castiga exponencialmente. Miles de hombres y mujeres sufren suplicios cotidianos en centros penitenciarios de todo el país.
Valjean roba pan con el fin de alimentar a su hambrienta familia. Se le impone un pena carcelaria inmisericorde y debe padecer condiciones sumamente ignominiosas. En el año de publicación de la novela Los miserables (1862) los sitios de reclusión eran infernales, a menudo mazmorras que minaban la salud de quienes purgaban allí días y noches terribles. En un sistema judicial y carcelario que fue inmisericorde con él y tras huir de prisión, Jean Valjean es transformado por un acto de compasión (padecer con, sentir el sufrimiento del otro) del obispo Myriel y reorienta su vida. Las estructuras persecutorias, encarnadas en el inspector Javert, nunca perdonaron a Valjean y organizan en su contra una despiadada cacería. Después la novela de Víctor Hugo continúa desnudando a la sociedad francesa.
Nuestras cárceles, que oficialmente se llaman Centros de Readaptación e Inserción Social, en la práctica tienen objetivos punibles y hacen sufrir cotidianamente a quienes están hacinado(a)s. Dentro de las instalaciones mismas y la ley del más fuerte se conjugan para vejar sin miramientos a los más vulnerables. Para nada son lugares en los que se prepare a sus habitantes para reinsertarse socialmente. Las instancias judiciales recluyen por meses o años a personas que debieran seguir su proceso en libertad. Las autoridades se confabulan con los grupos que dominan las cárceles y envilecen, sobajan hasta la indecencia a los desdichados que día con día ingresan a crujías en las cuales cada metro cuadrado ya está habitado por alguien.
Por distintas circunstancias y en diversos momentos he visitado cárceles en estados y en la Ciudad de México. Primero es necesario acreditarse y pasar por los varios puntos de revisión. Inevitablemente se topa uno con celadores que intimidan o insinúan que algún soborno facilitaría hacer expedito el camino hacia la sección donde se amontonan los presos. Una vez traspuesto el último retén controlado por personal carcelario, entra uno a otra dimensión y se va de sorpresa en sorpresa que para nada son agradables.
Un querido amigo tuvo la maldición de ser acusado por un prepotente vecino de robarle objetos en su auto. El primero era cuidacoches acreditado por cierta delegación (hoy alcaldía) de la capital mexicana. El abusivo acusador y acosador la tomó contra el esforzado trabajador, a quien cotidianamente amenazaba e injuriaba nada más por sentirse gratificado en su distorsionada autoestima. Un día me avisaron que Áxel (no es su verdadero nombre) estaba detenido y lo iban a presentar ante el Ministerio Público. Acompañado de otros amigos comunes de Áxel y míos fuimos con el fin de conocer la causa de su detención.
De forma por demás rápida y sospechosa, el querido Áxel fue trasladado al Reclusorio Sur. Como era muy estimado por gente del barrio debido a su gentileza y laboriosidad, coincidimos en los juzgados varias personas interesadas en el futuro del arbitrariamente acusado. Después de tres audiencias, en las que nunca estuvo el juez, sino que fueron presididas por una secretaria, Áxel recibió la ignominiosa orden que consistía en seguir su proceso judicial encarcelado.
Fue tal la reacción de amistades y de la comunidad eclesial a la que pertenecía Áxel que resultó sorprendente el monto de la colecta recaudada para contratar un abogado que llevara su caso. El abogado hizo un buen trabajo y después de tres tortuosos meses Áxel quedó en libertad. Pero debió vivir un trimestre de horror. Siempre acompañado de un muy querido amigo, visité a nuestro apreciado Áxel y padecimos la abulia o franca grosería de funcionarios y vigilantes carcelarios. Nos negaron ingresar alimentos que cumplían con la normativa y cuando nos defendimos de su autoritarismo nos intimidaron, dieron largas para ver si desistíamos de nuestro intento de compartir la comida con Áxel y otros reclusos con quienes hizo amistad. Los visitantes disimulábamos la indignación que nos invadía al comprobar el deterioro del Reclusorio Sur, la suciedad que se desbordaba y conocer de primera mano la exigencia de cuotas a los internos.
Circula en las redes sociales un video que exhibe las torturas que presos le infligen a otro encarcelado, tiene por escenario un penal de Texcoco. No es un hecho aislado, se multiplica por cárceles del país y solamente es posible tal tipo de atrocidad porque las autoridades dejan hacer su voluntad a las mafias que a menudo están coludidas con ellas.
Entre tantos pendientes por transformar está el del infernal sistema penitenciario, donde abundan las vejaciones. Todo es un desorden, pero la inhumanidad está muy bien organizada.