mplearon seis meses del actual sexenio en vislumbrar nebuloso el destino que aguarda al gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Cierto es que ya habían adelantado barruntos de las visiones que ahora los congregan y hermanan. Fue necesario que el gran predicador de la derecha internacional –Mario Vargas Llosa– alentara condiciones para que la intelectualidad local formulara sus concepciones y desarrollara una narrativa precisa frente a las ambiciones y la conducta de la Cuarta Transformación. La idea central, expresada por las distintas voces asistentes al coloquio de Guadalajara, fluctúa entre conceptos gemelos bajo actual presión: la democracia y la libertad. Son precisamente esos los que han entrado en cuestión con la llegada del político tabasqueño a Palacio Nacional. No se trata de revivir y explotar la simplona etiqueta del mesías tropical popularizada por Enrique Krauze. O lanzar aludes argumentativos contra todos los movimientos, programas o desplantes gubernamentales. Ahora se perfecciona la táctica haciendo circular una incisiva y peligrosa definición: populista. AMLO presenta, según esos críticos de altos vuelos, firmes rasgos de dicho fenómeno que, por lo demás, ya anida en incontables oficinas alrededor del mundo. Por su naturaleza personal, ideológica y política, piensan que, el terminajo, embona con su manera de ser, con sus pronunciamientos, discurso, programas y con las acciones derivadas que viene desencadenando por estos alrededores. En esencia, el populismo es una derivada del autoritarismo que, afirman, ronda por el mundo y ahora también en México.
El populista, para la pléyade reunida en Guadalajara, pone en inminente peligro la endeble democracia mexicana e impondrá, de insistir en la ruta ya adoptada, restricciones a la libertad. López Obrador será, con la seguridad expresada por los ponentes y basada en experiencias previas y mundiales, un destructor de lo tan penosamente logrado por los mexicanos.
No bien se empezaba a transitar por una ruta adecuada de libertades y practicas democráticas cuando, por decisión soberana de los ciudadanos, se le dio al actual Presidente un poder que tiende, de acuerdo con sus magníficos pronósticos, a convertirse en totalitario. Claro está que no pueden, los críticos cuidadosamente ensamblados en la ciudad jalisciense, contrariar la firme y respetable voluntad de la mayoría de los electores nacionales.
Tal alegato chocaría contra un pilar de la misma democracia que, sostienen, corre peligro. El acento se pone, entonces, en la concentración del poder que busca AMLO en el ejercicio mismo de sus deberes. La conclusión del ensamble adquirió, qué duda, un nivel premonitorio innegable. El vaticinio no deja lugar para donde hacerse a todos aquellos que piensan diferente.
La inteligencia consagrada en libros escritos y celebrados, en participaciones continuas en foros y estrados, en estudios a conciencia, en reconocimientos académicos múltiples y de variada índole; en fin, en claro dominio de altas tribunas, han lanzado, al ámbito nacional, su potente voz de alerta.
Lo sembrado, allá en Guadalajara, no se agotará en un simple cónclave de conspicuas élites. Sin duda servirá de base y preparación de futuras batallas por la hegemonía del pensamiento colectivo.
De manera que hoy tenemos, por un lado, el trabuco formado por estos renombrados participantes en el coloquio de marras, cargados con relumbrantes galones de batalla. Merecimientos logrados, en épocas pasadas, donde regían firmes creencias en la primacía del mercado, el individualismo y la conducción de los asuntos para beneficios que, finalmente, resultaron inequitativos y perversos.
Por otro, los que, con severas limitantes en sus salidas al aire y todavía escasas sonoridades en sus voces, alientan novedosas bases donde fincar sus posturas y deseos renovadores. Tales personas llevan, consigo mismos, esperanzas fundadas de un futuro con más justicia y bienestar para las mayorías. Aspiran a lograr un cambio profundo y saben que no hay tiempo sobrante.
Quieren construir la nueva realidad con el auxilio de los que han quedado al margen de los beneficios del trabajo honesto. Desean ensanchar, en los hechos, la democracia y la libertad que, aquellos otros –aseguran– ya entraron en una zona de dificultades. El campo de disputa ya está delimitado con precisión y el anterior desbalance se ha ido emparejando. El debate habrá de continuar sin evitar los sobresaltos consiguientes. Son las consecuencias de una vida democrática que se ensancha y de un espacio libertario que la sostiene.