Baile non grato
rump, líder del partido cuyo símbolo es un elefante, acusa a México de aprovecharse de Estados Unidos durante décadas, de permitir una invasión
de personas y drogas y que no hay nada de que hablar con sus contrapartes mexicanas hasta que cumplan sus órdenes.
O sea, el mismo guion con que arrancó su campaña presidencial y que aparentemente funciona para sus fines político electorales internos. Esto no tienen nada que ver con los hechos, los datos y los argumentos sobre una de las relaciones bilaterales más complejas en el mundo.
Una invitación al diálogo para resolver el actual conflicto binacional tiene un problema de inicio: no hay problema más que el provocado por Trump a través de su fabricada emergencia nacional en la frontera. O sea, ¿qué se está negociando, si no existe el problema?
¿Qué es lo que quiere Trump? Primero, nutrir la histeria de sus bases con fines electorales; segundo, desviar la atención de las investigaciones sobre su corrupción, sus engaños y encubrimiento y, tercero, según su propio jefe de gabinete, que México sea su migra, que incluye aceptar el acuerdo de ser un tercer país seguro
.
Ceder ante esto sólo llevará a nuevas exigencias de más concesiones al ritmo de lo que la Casa Blanca necesite para sus fines electorales, y el tema de la migración, queda claro, está y estará al centro de la campaña de relección de Trump. O sea, todo indica que el uso de la crisis inventada con México empeorará.
La historia, la literatura y la filosofía universales ofrecen ejemplos de que ceder ante un bully, y peor aún, un bully imperial, abre la puerta a más y más de lo mismo, un cuento de no acabar.
¿Y qué tal si ya no se coopera con esta Casa Blanca? Esa ha sido palabra sagrada en la relación bilateral. Pero él es quien no está cooperando y por lo tanto, tal vez es tiempo de ignorarlo. ¡Uy no!, se escucha el coro de expertos de ambos lados de la frontera. Pero qué tal si se le presenta una serie de demandas que él tiene que cumplir para comprobar que él está cooperando, afirmar que México y otros países se comprometen a cumplir con sus obligaciones según el derecho internacional, bajo los acuerdos y los tratados que imperan desde el ámbito de derechos humanos hasta los derechos del capital y su comercio, y que se espera lo mismo de Trump. Le corresponde a los estadunidenses aceptar o no el comportamiento de su presidente, incluyendo las consecuencias económicas de sus amenazas para su propio país (economistas, empresarios y políticos de ambos partidos advierten de que el uso de los aranceles contra México podrían detonar una recesión en Estados Unidos).
No sería dejar de cooperar con Estados Unidos, con sus empresas, gobernadores, alcaldes, legisladores respetuosos y diversos sectores de esta sociedad. Sólo no con el insultador en jefe.
Pero, responde el coro muy experto, eso llevará a cosas peores. Ofender al pueblo mexicano (y otros), perseguir con violencia a los migrantes, generar odio peligroso, enjaular a niños y familias, violar los derechos humanos y civiles de ellos y sus defensores, y hasta amenazar con fuerza militar en la frontera. ¿Algo peor?
Una de las voces más influyentes entre las filas y apologistas de Trump, el locutor Tucker Carlson, de Fox News, acaba de declarar que México es un poder extranjero hostil
ante el cual Estados Unidos tiene que defenderse. Varios asesores de la Casa Blanca están de acuerdo. ¿Estamos en guerra?
¿O será que el autoproclamado genio extremadamente estable
sólo necesita un poco de simpatía y que alguien lo agarre de la manita para decirle que no se asuste tanto, que ya nos portaremos mejor (bueno, tantito)? El líder del país más poderoso de la historia insiste en que otros países se han aprovechado
de su país, y que niños y sus padres huyendo de la pobreza y la violencia son tal amenaza
que han tenido que declarar una emergencia nacional. Pobrecito, tanto miedo.
La cooperación y la diplomacia es una danza, pero es imposible bailar con los elefantes (por lo menos, éste). Ante la locura, no funciona la racionalidad. Es hora de nombrarlo persona non grata y dejar de invitarlo al baile.