Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de mayo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tempestad en Francia
U

n mayo lluvioso y frío no incita a pasear por las calles de París. La primavera tarda a pesar del proverbio que aconseja no desarroparse en abril y hacer lo que plazca en mayo. Y si el cielo está nublado, el clima moral tampoco parece más luminoso en la capital francesa. El bombardeo informativo sobre las elecciones de la Asamblea europea es más agotador que incitante. Los jóvenes se desinteresan del juego político y es previsible una fuerte abstención de su parte. Los discursos de los candidatos a la diputación no anuncian novedad alguna y las polémicas, comentadas por periodistas especializados, no son un acontecimiento como no sea para ellos mismos, el llamado microcosmos. En cuanto a los interesados por estas elecciones europeas, ven en ellas más un referendo por o contra el presidente Macron que una consulta sobre la continuidad de la actual Europa o un cambio que permita conservar la soberanía de las naciones en vez de verse gobernar por la burocracia instalada en las sedes de Bruselas y Estrasburgo.

Los reflectores del festival cinematográfico de Cannes están lejos de París y de los chalecos amarillos que continúan sus manifestaciones, las diarias y las semanales, para poder vivir con dignidad de su trabajo y evitarse los difíciles fines de mes. El porvenir se presenta dudoso con un presidente rechazado a causa de su arrogancia y sus frases desatinadas sobre la población y la cultura francesa, cultura francesa negada por Macron.

Los sondeos favorecen al partido encabezado por Marine Le Pen y un muchacho de apenas 23 años, cuya juventud envejece al actual presidente francés que tanto se enorgullecía de ser un joven cuadragenario. Así, Macron ha decidido involucrarse de forma directa en las elecciones convirtiéndose en jefe de partido en lugar de conservar su estatura de presidente de todos los franceses. ¿El pretexto? Defender a Europa contra los extremistas de derecha.

El dilema, como todo dilema, conduce a la misma alternativa no deseada: votar por una política presidencial y gubernamental rechazada o votar por la llamada ultraderecha. La perspectiva no es para regocijarse.

En estas condiciones, los franceses buscan otras noticias, otros horizontes. Por ejemplo, la reconstrucción de Notre Dame, cuyo fin previsto por Macron se verá en cinco años para hacerla coincidir ni más ni menos que con los Juegos Olímpicos. Una catedral que, construida durante más de ochos siglos, ¿deberá someterse a técnicas y diseños considerados modernos?

Si al menos hubiera un arquitecto tal que Pei, quien supo fundir en el antiguo palacio del Louvre la pirámide de cristal que sirve de entrada al museo. Sin contar la joya de luz, verdadero diamante, que es la pirámide invertida, sólo visible desde el subsuelo interior de la galería comercial. Pirámide con la cual Pei logró dar realidad a su sueño: atrapar la luz en el cristal. O Wilemotte y Macary, responsables de la renovación del museo y la escalinata eléctrica contra los ventanales desde donde se miran las afueras del Louvre de un lado y el interior del otro.

Por desdicha, otra polémica ha invadido los medios: conservar vivo a Vincent Lambert, 42 años, quien, a consecuencia de un accidente, quedó reducido por la tetraplejia a la incomunicación total. O dejarlo morir cortando su nutrición. Si los padres luchan por conservarlo en vida, esposa y hermanos desean dejarlo descansar en paz. La cuestión es tan grave que es difícil responder. Se trata nada menos que de la vida y la muerte. ¿Quién puede darla, quién puede retomarla? Los creyentes piensan que sólo Dios posee la autoridad de decidir, los increyentes responden que la decisión pertenece a los hombres. Debate eterno, de inmediato polémico. Como el que concierne a Europa: conservarla en vida artificial, perdida la identidad, transformada en mercado, o dejarla vivir su verdadera vida. Pero acaso, ¿la verdadera vida está en otro lado?, como dijo Arthur Rimbaud.