ntre las actividades matutinas de millones de estadunidenses, la primera es revisar el celular para consultar en redes sociales las ocurrencias más recientes de su presidente. Para solaz de quienes crean y se recrean en ese medio, no sólo se reproducen, sino también se inventa, ironiza y hace mofa y sarcasmo del huésped de la Casa Blanca. No sin cierto morbo lúdico, comprueban que repite los mismos errores y toda clase de arbitrariedades a diario. La consulta mañanera del teléfono continúa en la calle y el restaurante, irrumpiendo en la conversación, sólo para dar cuenta en las inefables redes sociales del mismo discurso que, aderezado con las nuevas ocurrencias y sarcasmos; pareciera ser el motor que estimula la convivencia
diaria, que se repite con la misma monotonía. La vida también se congela y el horizonte se achata.
Esto recuerda aquella película Groundhog Day, (Día de la Marmota): el protagonista despierta todas las mañanas y se encuentra con una repetición exacta y monótona de lo que sucedió el día anterior. Los habitantes y sus actividades son iguales todos los días y tampoco envejecen; literalmente la vida se congela, no existe el futuro, pero tampoco el pasado. Inesperadamente, una mañana todo cambia, la vida recobra su ritmo normal, se rompe la monotonía y los habitantes de esa fantasía dejan atrás los días circulares y se rencuentran en el mundo real que ofrece incertidumbres y motivos para explorar un futuro, no por desconocido menos bienvenido.
En el mundo de Trump, la circularidad de la vida se repite en la monotonía de sus consabidas arbitrariedades y groserías. La diferencia con la película es que la repetición de despropósitos sí tiene consecuencias; algunas, graves. Parece que Trump, un maestro en la distracción, ha encontrado el medio para neutralizar las llamadas de atención sobre su proceder. En ocasiones, mediante el desafío con amenazas, en otras mediante el insulto y la mentira, y al final de cuentas, con cinismo. Hay todo, menos un intento por conciliar o dirimir diferendos mediante la negociación y la apertura a soluciones políticas. Para él todo es una suma cero, en la que el único ganador debe ser él. No parece que cambiará su forma de gobernar.
El problema es que está ocasionando que el discurso civilizado se degrada día con día. La última zacapela con Nancy Pelosi, líder de la Cámara de Representantes, sorprendió a propios y extraños por la forma vulgar en que Trump se refirió a ella y por la respuesta de la señora Pelosi. Ambos, en cierta manera, sugirieron un problema de estabilidad mental en uno y otro, según comentó el periodista David Brooks en la cadena PBS. Esto, en palabras de quienes ostentan el importante cargo de compartir las decisiones del país más poderoso del orbe, es motivo de preocupación entre quienes ven de cerca el devenir político en Estados Unidos. La señora Pelosi tiene todo el derecho y razón en criticar al presidente por su incapacidad para gobernar. Pero cuando en la crítica emula a quien desconoce las formas más elementales de civilidad y los límites de la política, el descarrilamiento de acuerdos está a la vuelta de la esquina y pudiera derivar en una guerra, ya no de palabras, sino de eventos, cuyo desenlace es difícil pronosticar.
Es opinión general que, para salud del sistema político, cesen los duelos verbales entre el presidente y la líder demócrata. De la señora Pelosi, por su experiencia, conocimiento y respeto por la política es esperado; no así de Trump. Mientras, en restaurantes, corrillos políticos por excelencia y en medio de la siempre molesta y descortés irrupción de los teléfonos celulares, los comensales intentarán descifrar las claves del futuro político, entre ellos la defenestración del presidente.
En recuerdo al siempre apreciado y respetado Don Benjamín Wong.