caba de salir a la luz mi biografía intelectual, Rumbo al exilio final. Lo participo yo, pues el proyecto y la publicación son tan particulares que, aun cuando la edición no sólo se agota, sino que se agota en un solo día, el hecho no alcanza a los medios de difusión más allá, que yo sepa, de algún periódico local. La víspera de su lanzamiento me entrevistó por teléfono un periodista de El Informador, de Guadalajara, y leer en línea el reportaje es lo último que he sabido de la aparición de mi libro.
A medida que he ido publicando libros, un promedio de uno cada par de años a partir de 1979, es cierto que ha ido disminuyendo la expectativa que yo pudiera experimentar en cuanto a su recepción en el lector y la crítica. Pero es igual de innegable que, sin drama de mi parte, sino con serenidad tan sólida que incluso aguanta que se ponga en duda, ante la publicación de mi biografía intelectual debo admitir que he flaqueado, pues experimenté una intensa ilusión de tener noticias de su singular aparición. No necesariamente noticias extraordinarias, sencillamente noticias. Con una crónica breve que el editor me hubiera hecho, con o sin promesa de detallarla en otro momento, me habría conformado. Sin protesta, pero reparo en su silencio. El agradecimiento que siento por haber sido invitada a escribir este libro en particular es tan profundo que, al lado de haberlo escrito, el hecho de que se publicara palidece, como se atenúa que la publicación fuera difundida, y menos todavía comentada.
Ya que haber escrito Rumbo al exilio final ha sido esencial para mí, quiero compartir su historia con el lector de estas páginas, en especial si se trata de un aspirante a escritor, un escritor incipiente o, también, un escritor formado y activo, tanto mejor si alberga con anhelo el sueño de escribir su autobiografía intelectual.
Cuando Pura López Colomé me regaló su autobiografía intelectual, Visita guiada a una sala de estar, bella, brillante y conmovedora, tras tenderme el libro sobre la mesa y nuestras tazas de café, me contó del proyecto de Avelino Sordo que, a lo largo de las dos últimas décadas, entre otros desempeños en el mundo cultural, anualmente publica el homenaje singular al libro que el escritor invitado escriba. Se publica precisamente el 23 de abril, Día Mundial del Libro, y se regala a todo lector con la compra de cualquier otro libro que ese preciso día elija en determinada cadena de librerías en Guadalajara.
Después de este intercambio con Pura, ella se fue por un año a Portugal, y deduzco que encargó a nuestro amigo común, Fernando Solana, que interviniera con el editor para que la invitada a participar este 2019 en el fantástico proyecto fuera yo. En todo caso, fue a través de él que Avelino Sordo me contactó. Acepté los términos y me senté a escribir. Contaba con dos meses para entregar el texto, que consistiría de 124 páginas.
Siempre he tendido a fijarme con atención en mis experiencias, a procurar entenderlas y darles algún sentido. En esta ocasión, aparte de registrar lo destacable de cuanto fue conducente en mi formación, tuve especial cuidado en agradecer con sus nombres a quienes reconocieron mi trabajo (editores, críticos, investigadores, traductores); asimismo, a quienes me premiaron y a algunos de los amigos que me acompañaron en mis premiaciones.
Como esta atención a mis libros ha sido moderada, no fue excesivo singularizarla, por más que sí fue primordial para mí agradecerla, pues mi biografía intelectual, como toda autobiografía, presupone un principio y un final y, por definición, que yo sepa, ninguna tiene ni puede tener una segunda parte. Si no agradezco ahora, cuándo, cómo.
El editor juzgó superfluos algunos nombres. Me advirtió que los suprimiría. Acepté, con tal de ver publicado Rumbo al exilio final. Bello, pero trunco. En una futura edición, con los agradecimientos restituidos, podré entregar el ejemplar que le corresponde a cada destinatario al que he querido agradecer.