uego de leer las líneas que dan cuenta de la tortura a que fue sujeto Enrique Camarena, es de destacar la suma de recuerdos que acuden a mi mente. Porque pasar por esa experiencia y leer de manera sistematizada algo sobre el tema te deja ver con precisión y ubicar que quienes me torturaron eran individuos con años en los gajes del oficio.
Con mucha nitidez aparecen en mi memoria las escenas donde se va inoculando poco a poco en mi sique la idea de que eso que me sucedía también le pasaría a mi esposa e hijos. Y ese es el peor dolor. Porque, efectivamente, los golpes físicos duelen, pero es infinitamente más grande el dolor que sientes muy en el fondo, cuando te imaginas lo que tus seres queridos pasarán. Y es un dolor desgarrador, una herida que horada.
Los torturadores saben eso, porque lo han aprendido en sus cursos. Tienen conciencia plena del daño que ocasionan, no es casual, saben que la víctima se va arropando de una culpabilidad, le van generando ese sentimiento, a partir de hacer sentir las consecuencias para su familia.
Ese sentimiento de culpa subjetiva, es decir, de ver que tu familia sufre por tu causa, es algo que te acompaña a partir de ese momento. Parece ser una culpa abstracta. No es la culpa que tiene que ver con el proceso jurídico, para nada, es algo diferente.
Porque el aspecto jurídico está claro que es un montaje burdo, mal hecho y a retazos. Lo que se carga a cuestas es una culpa, un sentimiento con el que caminas arrastrando el peso de tus pasos. ¿Por cuánto tiempo? No lo sé, es algo que los sicólogos o siquiatras quizá puedan explicarte, puede ser que sea para toda la vida, pero es un dolor que cargas siempre. En algunos momentos con mayor volumen, sobre todo cuando la carga de las ausencias, cuando la cresta ascendente de la depresión, se hacen más poderosas. Ahí, en ese momento, llegan de manera ineludible las lágrimas silenciosas y dolorosas. Esas que nunca te abandonan. Siempre te acompañan. Sobre todo en tus enormes ratos de soledad. La soledad de las noches, cuando están todos dormidos y el insomnio te mantiene con los ojos pelones.
Esta culpa abstracta es lo que más abate moralmente, porque cargas con ella todo el tiempo. Porque crees con convicción que la vida familiar ha sido trastocada por tu culpa. Cierto, es el precio que se tiene que pagar, es el costo de la lucha social, pero no puede describirse a plenitud el daño que causa sentirse culpable del sufrimiento familiar. Y bien saben los que causaron la tortura y el encarcelamiento que esa es una de las consecuencias. Todo se echa por tierra: los proyectos políticos, las ilusiones familiares, de pareja y personales. Ese era el fin. Destruir todo lo bueno que existe, para acarrear lo malo y así traer el sufrimiento y el trauma.
Quise escribir algo sobre esto, pienso que a lo mejor me sirve de catarsis, que sacarlo de mi interior puede ayudarme a hacer menos ostensible el daño sicológico. Sin embargo, las secuelas siguen ahí, no sé si se estén agravando o se mantengan congeladas y broten de vez en cuando, a través de mis lágrimas silenciosas. Y es que al paso de los años, cuando cualquier ser humano suele recuperar su libertad, comúnmente sale hundido económicamente; la familia y su entorno social, desintegrados; políticamente está convertido en un guiñapo y, en el colmo de ello, los personeros del sistema están conscientes de lo anterior, lo saben, porque esa, en efecto, era la intención. Cumplen la misión de truncar todo un conjunto de ilusiones y objetivos, para convertirlo en tragedia familiar, individual, social y política.
A la postre, por experiencias innumerables, el ex preso político, al vivir en libertad de nuevo, es un ser postrado, desdibujado, ninguneado, traumado, sin personalidad, temeroso, solitario y sin grandes ilusiones. Claro, como siempre, existen también incontables ejemplos, muchos referentes donde la cárcel fue el crisol, el parteaguas, la ruta hacia nuevas alboradas.
Hoy, a seis años de haber sido detenidos y encarcelados injustamente, por fortuna ya en libertad, veremos de qué material estamos hechos los actuales ex presos políticos: ¿de paja, de cobre, de acero? Personalmente, haciendo un frío y duro recuento, creo que valió la pena.
… el dolor de la tortura te hace perder la cognición y te hace echar fuera sin mediación los últimos miedos…
Roberto Saviano
Del libro Cero cero cero.
* Ex preso político de la CNTE.