abía una vez un joven elfo bello, culto, generoso y valiente, como son los elfos. Se enteró de que hordas de orcos atacarían la prodigiosa Loth Lorien. Resolvió unirse a los demás elfos para defender la ciudad, pero era huérfano y el mayor de numerosa familia y su madre se lo prohibió. Fue el único elfo superviviente. Los demás fueron salvajemente masacrados por las hordas.
El joven elfo perdonó a los orcos: los negros y cobrizos orcos, famélicos, anémicos, chaparros, ignorantes, son sólo inconscientes y salvajes orcos. En su naturaleza están la barbarie y la crueldad. Pero no perdonó nunca al viejo elfo rebelde que –según él– los manipuló y desató su salvajismo. A exhibirlo, a denunciarlo (porque aunque los elfos le arrancaron la cabeza y la exhibieron en una jaula, hubo quienes lo llamaron después padre de la patria
), dedicó parte de su vida. También se dedicó a enriquecerse y a buscar el restablecimiento de la monarquía élfica o al menos, de una república donde los orcos, los hombres y los enanos no tuvieran derechos políticos.
Había una vez una poderosa ciudad insular cuyos valientes guerreros sometieron a las otras ciudades. A una de las ciudades vencidas se le exigían año con año siete doncellas y siete donceles, para alimentar al divino monstruo que regía la ciudad conquistadora. El monstruo no moraba en lo alto de una pirámide, sino en las oscuridades de un laberinto y se alimentaba de carne humana, hasta que un joven príncipe con la ayuda indispensable de una bella princesa, acabó con él. Un millonario inglés pensó que los mitos eran formas –no tan distintas de las nuestras– de contar verdades y siguiéndolos, encontró la bien murada Ilión y pudo volver a Ítaca. Y entendimos que sí existió un laberinto en Creta, y sí había un Minotauro que se alimentaba de carne humana.
Había una vez un mundo de navegantes y conquistadores que surcaron los mares en cáscaras de nuez y sometieron imperios por su fe y por su espada. Eran los abuelos de aquel joven elfo. Construyeron un comercio mundial cuyo nervio era la plata… que se hundió sin que ellos se dieran cuenta, cuando en una islita de piratas a la que despreciaban, se hizo una revolución (industrial
) que acabó con la era de la plata… pero el joven elfo, que nació en los albores de esa revolución, culpó siempre a los orcos (y no a la industria) del fin de la era de la plata.
Había una vez un cura de pueblo que leía mucho y conocía la historia del Minotauro. También escuchaba mucho y supo que en el fondo de los tenebrosos laberintos que algunos llamaban minas, habitaban seres mitológicos que se alimentaban de carne humana. Probablemente ese cura de pueblo sabía que el Minotauro existía. Porque sabía que, efectivamente, la mina se alimentaba de carne humana… perdón, de carne de orcos. Es decir, de esclavizados, porque ningún orco en su sano juicio trabaja voluntariamente en las minas de los elfos ni de los enanos. El cura también veía que para alimentar a los elfos, a los enanos y a los esclavos de las minas, quienes cultivaban la tierra vivían al borde de la inanición y veían morir de hambre, cada cuatro, cada seis, cada ocho años, a los niños, a sus niños.
Los orcos mataron a todos los elfos de Loth Lorien, pero luego fueron masacrados y dispersados por hombres y elfos. Sin embargo, otros orcos, otros enanos, otros hombres, incluso otros elfos, tomaron la imagen y las ideas del cura de pueblo como bandera. Y en el mundo que construyeron para sus hijos, no había minotauros, ni esclavitud ni tributos. Y entendieron que no había orcos, ni elfos ni enanos: todos eran hombres. Resolvieron sus tareas, no las nuestras.
Son cuentos. Pero me acordé de ellos en estos días, cuando las redes sociales y los opinólogos, que apenas ayer gozaban las mieles del poder, claman contra la democracia directa (sí: las consultas deben afinarse) y la participación ciudadana, al grado de escuchar numerosas voces que piden una democracia
como la que pedía Lucas Alamán. Contra esa posición de los conservadores (aunque les duela que así les llamen), en 1856 los liberales Zarco, Ramírez, Ocampo, Arriaga, decían, en el debate constitucional de 1856, que la cultura política se construye en el debate, no mediante la enseñanza
de los ilustrados
al vulgo
, como proponía la conserva. A caminar se aprende caminando, a ser demócratas, en democracia.
Pd. Maravillosa noticia la revocación de la contrarreforma educativa de Enrique Peña Nieto. Falta lo principal: revisar qué modelo educativo queremos, porque si en todas las áreas los planes de estudio y los libros de texto son como los de historia… vayamos a ese tema.
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