Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Entrañable fiesta

E

l Día de la Victoria en la Gran Guerra Patria, como denominan los rusos a la Segunda Guerra Mundial, cuyo 74 aniversario se acaba de conmemorar, es la fiesta más entrañable para todas las familias de este país que, tras cuatro años y medio de sufrir los horrores de esa conflagración tras la agresión nazi en 1941, concluyó con la firma de la capitulación incondicional de la Alemania hitleriana el 9 de mayo de 1945 y la bandera roja, con la hoz y el martillo, ondeando sobre la cúpula del Reichstag.

La gesta del pueblo entonces soviético se cobró un altísimo precio en vidas humanas: cerca de 27 millones, entre combatientes caídos en el campo de batalla, indefensa población civil y personas que, sin culpa alguna la mayoría de las veces, padecieron la represión estaliniana.

Hasta hace unos años –quizás el actual distanciamiento comienza en 2014 a partir de la anexión de Crimea, toda vez que las tres repúblicas del Báltico, incorporadas a la fuerza como resultado del protocolo secreto entre Stalin y Hitler, se apartaron antes al desintegrarse la Unión Soviética–, dejó de ser una fiesta común de los países del espacio postsoviético.

Un soldado georgiano, según la leyenda, fue el primero en izar la bandera en el Parlamento en Berlín y los ucranios desempeñaron un papel decisivo en la derrota de la Alemania nazi, pero ni Georgia ni Ucrania, igual que algunas otras repúblicas ex soviéticas, rechazan compartir la celebración con Rusia.

Tampoco asistió ningún jefe de Estado de otro país, ni siquiera de los aliados en la Segunda Guerra Mundial –Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, principalmente–, lo que minimiza el Kremlin argumentando que no invitó a nadie.

En ese contexto, las autoridades rusas optaron por realizar la enésima exhibición de poderío militar que pretende justificar el elevado gasto en diseño y producción de nuevo armamento –para beneplácito de los magnates que se enriquecen con la fabricación de misiles supersónicos, torpedos indetectables, tanques indestructibles y otras maravillas de la tecnología moderna que nunca se van a usar, a menos que se quiera tener un final suicida–, mientras la mayoría de los rusos, disfrutando el megapuente de mayo, desde sus dachas (casas de descanso) recuerdan la hazaña de sus abuelos levantando un copa de vodka en su memoria.