Sábado 11 de mayo de 2019, p. a12
En los estantes de novedades discográficas esplende la coronación de un magno proyecto cultural: Dmitri Shostakovich. Symphonies Nos. 6 & 7. Incidental Music to King Lear. Festive Overture (Deutsche Grammophon).
Completa de esta manera el director letón Andris Nelsons su gesta magna titulada Under Stalin’s Shadow, consistente en la grabación discográfica de la música que escribió Shostakovich bajo el acoso obsesivo del orate soviético.
Al frente de su orquesta, la Boston Symphony Orchestra, Andris Nelsons grabó de manera consecutiva cuatro volúmenes (reseñados en su momento por el Disquero), el primero de ellos con la Décima Sinfonía y la Passacaglia; el segundo, con las sinfonías 5, 8 y 9; el tercero con las sinfonías 4 y 11 y el más reciente, que hoy nos ocupa, con final feliz.
El mural, ya terminado, muestra de cuerpo entero pero sobre todo el alma de uno de los compositores más poderosos en la historia. El miserable que buscó aniquilarlo cayó víctima de su propio karma antes que él mientras Shostakovich es considerado entre los imprescindibles.
Varios libros, documentales y testimonios ha producido la pasión enfermiza de Stalin contra Shostakovich. Las causas: el ansia de poder y vulgar envidia. Stalin siempre supo que Shostakovich era moral, intelectual e íntegramente superior sin siquiera querer competir con el pobre diablo que se conformaba con ser temido por el terror que sembraba y ser despiadado, cruel. Un violento vulgar.
Una crónica de Ricardo Garibay en Leningrado conmocionó en su momento porque retrataba el deterioro físico debido al estrés en Shostakovich. El escritor inglés Julian Barnes ha dedicado pasajes de sus libros y de hecho su más reciente novela por entero: El ruido del tiempo: ‘‘el arte es el susurro de la historia que se escucha por encima del ruido del tiempo”.
Andris Nelsons, a su vez, repite lo que todo mundo sabe: Shostakovich vivía bajo zozobra. En cualquier momento Stalin cumpliría sus amenazas. Pero nunca se rindió. Escribió partituras portentosas. Le sobreviven.
El álbum que ahora nos ocupa comprende dos discos, el primero de ellos con la Sexta Sinfonía, la Suite de la Música Incidental para un montaje de El rey Lear, de Shakespeare; el segundo disco está dedicado completo a la monumental Séptima Sinfonía y el final feliz: la Obertura Festiva, cierra el primer volumen. Las notas de esa obertura de celebración reflejan, de acuerdo con Harlow Robinson en las notas al programa, ‘‘los sentimientos de liberación y alivio de los ciudadanos soviéticos cuando, a la muerte del dictador, emergieron finalmente de debajo de la sombra de Stalin”.
La Sinfonía Seis la escribió Shostakovich en 1939, luego del éxito formidable de la Quinta, aunque sin la energía voltaica y con estructura inusual: corta duración (30 minutos, mientras la Quinta dura 45 y la Séptima más de una hora), repartida entre un primer movimiento muy lento y muy largo, seguido por un Allegro y un Presto de unos siete minutos cada uno. El sarcasmo, la más fina ironía, es la materia incandescente de esta sinfonía.
Era la manera como Shostakovich no solamente burlaba la censura, sino expresaba una situación de libertad plena a pesar de lo opresivo, que ese era el reino del sátrapa en el poder.
En tanto, Hitler y Stalin firmaban su famoso pacto de no agresión. Y Shostakovich escribía su siguiente obra importante: la música para una puesta en escena de El rey Lear, de Shakespeare, en el Leningrad’s Bolshoi Drama Theatre: cinco fanfarrias cortas para dos cornos, dos trompetas y redoblante, el estilo clásico de Shostakovich con el que creaba atmósferas dinamogénicas.
Creador de atmósferas. Ambientes inquietantes, situaciones opresivas, o bien: jocosas, satíricas.
El primer ataque de Stalin contra Shostakovich fue cuando el estreno de la ópera Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk; ya no volvió a escribir óperas. Lo que los especialistas consideran una pérdida para el mundo de la ópera ignoran que toda esa potencia dramatúrgica la volcó Shostakovich en su materia acusmática.
Yerran también cuando dicen hallar influencia de Gustav Mahler. Los movimientos lentos en Shostakovich se alejan considerablemente de la aspiración celestial del austriaco. Los momentos apoteósicos son entrecortados. La acumulación de energía es voltaica en el soviético, volcánica en Mahler. Son universos diferentes, ni siquiera paralelos.
Las herramientas de Dmitri Shostakovich son insólitas: el contrafagot, los fagotes en coro, el bombo y el gong y el inconfundible uso marcial del redoblante. Marcial pero cómico, burlón. El uso de la música militar en Mahler, obsesión adquirida en su infancia, es opuesto al de Shostakovich. El soviético se burla todo el tiempo de la farsa de la tiranía. Su ambigüedad obedece a que si hubo alguien que amó a su patria, a sus conciudadanos, ese fue Dmitri Shostakovich.
Esa creación de atmósferas y ese uso de lo militar de manera ambigua están presentes en el disco que ahora nos ocupa. En la música incidental para rey Lear y en la Sinfonía Leningrado, que ya había comenzado a escribir Shostakovich cuando Hitler tendió cerco durante 900 días a esa ciudad.
El tema inicial de la Séptima Sinfonía, ‘‘Patria”, se extiende hacia una de esa marchas marciales ‘‘emponzoñadas” (de acuerdo con Harlow Robinson). Shostakovich es experto en hacer muecas, guiños, trucos de magia, gracejadas, travesuras. Aquí, por ejemplo, juega con el efecto Bolero de Ravel y lo eleva a proporciones gigantescas en cuanto a instrumentación y clímax.
Shostakovich también es experto en lo que en teatro se conoce como distanciamiento brechtiano, y también desarrolló el efecto dramatúrgico brutal que Ingmar Bergman años más tarde perfeccionaría.
Uno como escucha forma parte de la acción en música y al mismo tiempo es un extraño, un paria, una persona que sufre acoso. Así de poderosa es la dramaturgia de la música de Dmitri Shostakovich.
Bajo la sombra de Stalin, este compositor creó una de las obras más poderosas, espectaculares, profundas. A pesar de Stalin, Shostakovich retrató la realidad; su música es denuncia, protesta, lucha. Dignidad. Belleza.
El gran proyecto discográfico de Andris Nelsons con la Sinfónica de Boston queda como uno de los testimonios más bellos de una gran lucha social. Canta el triunfo de la belleza sobre el horror, el abuso de poder, la ruindad y la desmesura.
Bajo la sombra de Stalin hay, desde ahora, una gran hoguera.
Hay, en lugar del terror que sembró el sátrapa, la noble serenidad de la belleza, el poderío de la música de Shostakovich.
Bajo lo que fue la sombra de Stalin, brilla ahora la luz de Shostakovich.