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Un nuevo emperador en un legendario país amigo
E

l gran poeta, diplomático y Premio Nobel de Literatura (1990), Octavio Paz, quien fue designado por nuestro gobierno encargado de negocios (aún no era embajador) en Japón en 1952, al reanudarse las relaciones diplomáticas entre los dos países al final de la Segunda Guerra Mundial, captó con claridad meridiana la esencia de ese fascinante país con el que México afortunadamente mantiene una excelente relación política, económica y cultural.

Dicho brillante escritor y literato, quien por cierto fue mi primer jefe en la Secretaría de Relaciones Exteriores, siendo director de Organismos Internacionales a mi ingreso al Servicio Exterior Mexicano en los años 60, señaló en uno de sus trabajos “la primera impresión que produce cualquier contacto –aun el más distraído y casual– con la cultura del Japón, es la extrañeza. Solo que contra lo que se piensa generalmente, este sentimiento no proviene tanto del sentirnos frente a un mundo distinto, como del darnos cuenta de que estamos ante un universo autosuficiente y cerrado sobre sí mismo. Organismo al que nada le falta, como esas plantas del desierto que segregan sus propios alimentos, el Japón vive de su propia sustancia. Pocos pueblos han creado un estilo de vida tan inconfundible”.

Veintitrés años después de mi ingreso a la diplomacia fui nombrado embajador de México en Japón, país donde pasé ocho fascinantes años divididos en dos periodos diferentes, épocas de las que mi familia y yo guardamos gratísimos recuerdos, no sólo por el potencial y alcance de la relación económica entre los dos países, sino por la experiencia de convivir con su gente y conocer sus costumbres y tradiciones, que en gran medida gozamos.

Japón vivió la abdicación del emperador Akihito –cuya Era se llamó Heisei–, quien se retiró por razones de salud. La coronación del nuevo emperador Naruhito se realizó el primero de mayo y las ceremonias se prolongarán hasta octubre próximo, en un reinado que se conocerá como Reiwa, nombre compuesto por dos caracteres; el primero Rei, que quiere decir bueno u orden, y el segundo Wa, que significa armonía o paz, y que tiene su fuente en una de las antologías más antiguas de la poesía japonesa llamada Marioshu.

Por cierto, da gusto saber que los nuevos emperadores tienen ya vínculos con México; el entonces príncipe, siendo el suscrito embajador en Tokio, visitó nuestra capital y tuve la oportunidad de acompañarlo a recorrerr nuestros simbólicos lugares prehispánicos en Yucatán en compañía de la entonces gobernadora y ahora diputada Dulce María Sauri Riancho; además, Naruhito está casado con Masako Owada –hija de un prestigiado jurista y diplomático japonés de nombre Hishashi Owada, buen amigo del que escribe, gracias a los años que trabajamos en Naciones Unidas en Nueva York– la cual visitó nuestra embajada en múltiples ocasiones, además de ser Masako una joven de inteligencia excepcional al lograr antes de su matrimonio el primer lugar entre los concursantes para ingresar al Servicio Diplomático Japonés, conocimientos que seguramente ahora podrá utilizar como emperatriz.

Vale la pena destacar que la relación entre los dos países, se ha afianzado no sólo con importantes vínculos económicos, sino con hechos históricos que no debemos olvidar, como fueron entre otros, el haber firmado en 1988 un tratado en plano de igualdad que le permitió a Japón, utilizando ese precedente, cancelar los convenios inequitativos que le habían impuesto países europeos y Estados Unidos, abriendo oportunidades inimaginables al país del sol naciente o la protección que le proporcionó Japón a la familia de Francisco I. Madero durante la Decena Trágica en 1913, tras que el dictador Huerta había asesinado a Madero y Pino Suárez; la significativa ayuda mexicana en oro cuando ocurrió el dramático temblor de Kanto en 1923, que destruyó Tokio y Yokohama causando miles de muertes, quizás como recuerdo de la valiente actitud del embajador japonés Horiguchi en la Decena Trágica que nunca olvidaremos y el apoyo japonés cuando nosotros sufrimos temblores de gran magnitud como el de 1985 y 2017, sucesos que ningún mexicano debe olvidar.

*Embajador emérito de México